La ley de la tierra
Así comienza una de las novelas más logradas de la ficción contemporánea. Nada, escrita por la danesa Janne Teller, posee todos los elementos para convertirse en un clásico. Ha sido calificada como “uno de los libros más literarios y filosóficamente interesantes de los últimos años”, comparable a El señor de las moscas de Golding o a los escritos del también danés Søren Kierkegaard.
A pesar del tono oscuro de las primeras líneas que he citado, y de la crueldad de sus jóvenes protagonistas, sería un error pensar que se trata del fruto de un espíritu nihilista. Al finalizar el Hay Festival de Cartagena, mientras dialogábamos acerca de la cruda realidad que enfrentan los campesinos desposeídos del mundo, Janne Teller nos propuso al escritor nigeriano Ben Okri y a mí comprometernos con la redacción de una declaración universal en favor de los condenados de la tierra.
Éste había sido uno de los temas de mi charla del día anterior, a la que ella asistió, y a la que yo había invitado a Don Ismael, el sabio palabrero de la comunidad de Las Pavas. Es también una de las motivaciones más fuertes de la escritora danesa. Y es que antes de convertirse en una de las escritoras más interesantes hoy, Janne Teller trabajó como oficial de las Naciones Unidas en Mozambique, Malí y Tanzania, donde vivió varios años. Allí fue testigo de la situación que deben enfrentar las comunidades campesinas, desplazadas e indígenas. Observó por ejemplo la manera en que, desde la perspectiva de ciertos intereses particulares, se las presenta como un obstáculo en el camino al progreso.
Para ello, se descalifica a las comunidades como premodernas o improductivas, mediante una práctica discursiva que ejerce violencia sobre el lenguaje y la realidad a un mismo tiempo. Una vez deshumanizadas, quedan a merced de los empresarios bien armados. El resto es la antihistoria, esta sí nihilista, de la era moderna. Teller presenció dicha historia. Como diría la premio Nobel de paz Rigoberta Menchú, así le nació la conciencia.
En Cartagena le nació la idea de crear una ley universal de la tierra. Escribió un bellísimo preámbulo. Escribí debajo unas líneas para el primer artículo. Ben adicionará otras desde Londres, e invitaremos luego a escritores, académicos, diplomáticos, a las comunidades, y a ustedes para que se nos unan. Los nihilistas armados podrán llamarnos ingenuos e ilusos. Los ignoraremos. Las palabras sí pueden cambiar la historia.