La “Fraternité” fracasada.
Joan Garriga Bacardí. Agosto 2017
1. Apertura.
Sería quedarnos cortos si redujéramos el ámbito de la fraternidad a su sentido familiar, el de los hermanos unidos por lazos de sangre o de crianza. Quisiera, en cambio, escribir más bien acerca de la comunidad de hermanos pertenecientes a una misma nación, patria, matria, país, tribu, etnia, religión, equipo deportivo, cultura o similares. No dejaré de enfatizar los efectos trágicos y devastadores de dichas pertenencias cuando conllevan exclusión, menoscabo, destrucción o muerte para algunos: a menudo, la pasión de pertenencia no se deja domesticar o dulcificar por los ojos amorosos, indiferenciados e infinitos, del espíritu.
Quisiera también plasmar algunas sencillas ideas sobre las dinámicas entre hermanos en el interior de las familias, pero afirmaré, antes de todo, que, según mi experiencia personal y profesional, en su trasfondo natural y espontáneo, la hermandad tiene más de solidaridad y cooperación amorosa que de rivalidad o brutalidad competitiva.
Sin embargo, la dialéctica entre la cooperación o la lucha, el yo o el tú, el ser o el tener, el nosotros o el vosotros, nos acompaña en la vida y nos interpela sin descanso. Seguramente, porque obedece a dos fuerzas biológicas (la ternura, la agresividad) propias de los seres humanos. Pero las alas que nos van creciendo como respuesta a esta dialéctica son simples: o tratamos de desplegar en toda su magnitud las alas al amor y el espíritu, en un gesto que conlleva humanidad, unidad, empatía, humildad, benevolencia y confianza, o nos anclamos en el miedo, que riega nuestros días de tensión, separación, competencia y lucha.
A menudo se ha comparado a los seres humanos con nuestros parientes simios: o amorosos y cooperativos bonobos, o jerárquicos y competitivos chimpancés; sus dos estilos relacionales viven en nosotros a modo de actitudes atávicas. Y en cada momento debemos elegir por cuál de ellos apostar, y alimentar con más fuerza. Si nos remitimos a la frase de San Juan de la Cruz: “En el ocaso de nuestros días seremos juzgados en el amor”, no hay duda de que importará haber invertido en la paz del corazón abonando con fuerza a nuestro bonobo interior, o reconvertiendo la potencial violencia del chimpancé en fuerza de vida.
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