La Fábrica de la Muerte
Auschwitz, Alemania. La experiencia de la barbarie continúa. Un cierto mundo se llena aún de escalofrío, otros los ganadores, aquellos que nunca perdieron y multiplicaron, los que se beneficiaron del fascismo poco se indignaron, negocio es negocio. Una memoria de la barbarie, pero también de la dignidad, de la sensibilidad humana. Hoy seis décadas después los campos de concentración se multiplican, Colombia un significativo ejemplo.
La guerra, el negocio de la guerra no cesa, se viste de altruismo bajo el nombre de la cooperación o de formas de solidaridad que niegan los derechos de los pueblos. Hoy en medio de un crematorio nacional, del fuego lento que se viste de democracia, se apuesta a la pacificación como el nuevo momento de asegurar las grandes inversiones privadas.
Se afirma del terrorismo para negar el conflicto social, político, armado, se diviniza el poder presidencial, la gran cruzada de la patria y de la nación frente a unos “terroristas ricos”. Terroristas signo demoniaco, diabólico aplicado a todas las expresiones de la sociedad que se niegan a aceptar la imposición de un modo de desarrollo, un modo de globalización del mercado, oposición a las nuevas formas de saqueo y de privatización de los territorios. Crematorio que arrasa con el Derecho Internacional que deslegitima el sistema de Naciones Unidas, que lo debilita, para crear el nuevo Derecho el de Hecho, el del mercenarismo. Colombia, el nuevo crematorio a fuego lento.
En memoria de las víctimas, en memoria de la resistencia creativa, en memoria de la sensibilidad humana una apelación a la conciencia de la humanidad, a los Estados, a las corporaciones privadas, a la banca multilateral, los que definen las inversiones en Colombia, la devastada por el fuego, la mentira y la impunidad.
En memoria de Auschwitz, un retrato del pasado en Colombia. Aquí no fue posible el diálogo sociedad civil-pueblo y Estado, todo se impone aunque se adoba de diálogo. Las decisiones estratégicas son autoritarias, toda la sociedad se militariza, se sacraliza el poder de la fuerza, se excluye en formas de democracia, se afirma la justicia en los tentáculos de la impunidad, se habla de la vida cuando se mata con hambre, con balas, con el saqueo del alma.
En memoria de lo que sucedió y que hoy se vuelve a repetir en Colombia Un apelación, un espejo de la destrucción de la vida humana, una nueva destrucción que seguramente será refrendada en Cartagena. En esa memoria, un texto desde Argentina, Agenda de Reflexión, agendadereflexion@ciudad.com.ar
No para dar por pensado,
sino para dar en qué pensar
Agenda de Reflexión
Número 251, Año III, Buenos Aires,Jueves 27 de enero de 2005
La fábrica de muerte
Hace seis décadas, a media mañana del 27 de enero de 1945, las tropas soviéticas del Ejército Rojo, en su incontenible avance hacia la victoria final en la Segunda Guerra Mundial, ingresaron al infierno del campo de concentración de Auschwitz, situado a unos 60 kilómetros al oeste de Cracovia, en Polonia, en medio de un paisaje de bosques y pantanos, para encontrarse con toda la crueldad e infamia, toda la bestialidad y aberración, toda la atrocidad y horrores que se habían dado cita en el lugar. Allí encontraron menos de 10.000 prisioneros a quienes apenas les quedaba un hálito de vida, por lo que una semana antes los nazis consideraron que no valía la pena evacuar.
La Schutz-Staffel (o SS, la élite de la Gestapo) había escogido un antiguo cuartel de la monarquía austro-húngara para situarlo allí, debido a su posición privilegiada respecto de las vías de comunicación. El complejo comprendía un territorio de 40 kilómetros cuadrados, del que también formaba parte un coto vedado muy extenso. En mayo de 1940 se empezó a construir lo que más tarde se conocería como Auschwitz I, o campo central. Comprendía 28 edificios de ladrillo de dos plantas, así como otros edificios adyacentes de madera. Dos alambrados de púas con corriente de alta tensión cercaban la totalidad de la superficie. En un letrero sobre la puerta de entrada al campo se podía leer en alemán, en señal de desprecio y sarcasmo, el irónico lema arbeit macht frei, “el trabajo te hará libre”.
Sin embargo, la que sí terminó por hacerse célebre fue la macabra frase: “de Auschwitz sólo se sale por la chimenea”. Era una verdadera fábrica de muerte: enfermedades, inanición, frío, fatigas extenuantes, escorbuto, disentería, traumas e infecciones. Además, por supuesto, de pelotón de fusilamiento, horcas, cámaras de gas, crematorios… Un record total de millón y medio de víctimas fatales.
En octubre de 1941, por orden de Heinrich Himmler, se empezó a construir el campo Auschwitz II – Birkenau. Este –mucho más extenso que el campo central- comprendía 250 barracones de madera y de piedra. Birkenau llegó a albergar en 1943 a unas 100.000 personas: la mayoría judíos, pero también gitanos, eslavos, católicos polacos, serbios y otros Untermenschen (seres de raza inferior), y además prostitutas, homosexuales, testigos de Jehová, partisanos, comunistas y otros opositores políticos. Allí también se encontraba “la rampa”, junto a las vías del tren, en la que se llevaba a cabo la selección de los recién llegados tan pronto como bajaban de los vagones en que venían apretujados como ganado. Los aptos eran destinados a trabajos forzados en las principales industrias de Alemania: Volkswagen, Daimler Benz, Siemens, Krupp, Thyssen, IG Farben (para la que se abrió un tercer campo, Auschwitz III – Buna Monowitz que producía caucho). ¡Hasta Ford y General Motors usaron mano de obra de los campos para construir vehículos militares para el ejército alemán!
El método más eficiente para el exterminio fue sin duda la muerte por gaseamiento. La SS se sirvió del ácido cianhídrico “Zyklon B”, el cual, en un espacio herméticamente cerrado, se evaporaba a la temperatura del cuerpo, provocando en muy poco tiempo la muerte por asfixia. Hacia el verano de 1944, durante la deportación de los judíos húngaros (más de 300.000 en un año), en todo el complejo era posible eliminar y quemar hasta 24.000 personas diarias.
No tuvieron los nazis el monopolio de los campos de concentración durante el siglo XX, ni mucho menos. Ni siquiera los campos de concentración se han terminado hoy, ni ha acabado el exterminio de pueblos enteros mediante los métodos más aberrantes. Sin embargo, Auschwitz vino a mostrar, además de las monstruosidades de que la especie es capaz, también la inmensa capacidad humana en generar –aún en las peores situaciones- suelo, fundamento y sentido a la vida, una dignidad esencial, una fe imbatible, una esperanza viva.
Auschwitz
El gran poeta español León Felipe [1884 – 1968]
A todos los judíos del mundo,
mis amigos, mis hermanos
Estos poetas infernales,
Dante, Blake, Rimbaud,
que hablen más bajo…
Que toquen más bajo…
¡Que se callen!
Hoy
cualquier habitante de la tierra
sabe mucho más del infierno
que esos tres poetas juntos.
Ya sé que Dante toca muy bien el violín…
¡Oh, el gran virtuoso!
Pero que no pretenda ahora
con sus tercetos maravillosos
y sus endecasílabos perfectos
asustar a ese niño judío
que está ahí, desgajado de sus padres…
Y solo.
¡Solo!
Aguardando su turno
en los hornos crematorios de Auschwitz.
Dante, tú bajaste a los infiernos
con Virgilio de la mano
(Virgilio, “gran cicerone”);
y aquello vuestro de la Divina Comedia
fue una aventura divertida
de música y turismo.
Esto es otra cosa… Otra cosa…
¿Cómo te explicaré?
¡Si no tienes imaginación!
Tú…, no tienes imaginación.
Acuérdate que en tu “Infierno”
no hay un niño siquiera…
Y ese que ves ahí…,
está solo.
¡Solo! Sin cicerone…,
esperando que se abran las puertas de un infierno que tú, ¡pobre florentino!,
no pudiste siquiera imaginar.
Esto es otra cosa… ¿cómo te diré?
¡Mira! Este es un lugar donde no se puede tocar el violín.
Aquí se rompen las cuerdas de todos los violines del mundo.
¿Me habéis entendido, poetas infernales?
Virgilio, Dante, Blake, Rimbaud…
¡Hablad más bajo!
¡Tocad más bajo! ¡Chist!
¡¡¡Callaos!!!
Yo también soy un gran violinista…,
y he tocado en el infierno muchas veces…
Pero ahora, aquí…,
rompo mi violín…, y me callo.
Bogotá, D.C 27 de Enero de 2005
COMISION INTERECLESIAL DE JUSTICIA Y PAZ