La dolorosa minoría

Una minoría que cree más en la verdad que en la mentira repetida.

Álvaro Uribe dice que ninguna suma de opiniones falsas, por cuantiosa que sea, resulta en una sola verdad.

Lamentablemente, la realidad política de Colombia nos muestra lo contrario.


Estamos más cerca de la idea aquella de que una falsedad repetida muchas veces acaba por volverse verdad. Y esta fórmula de comunicación y propaganda tiene toda clase de consecuencias negativas para una democracia. La primera de ellas, y quizás la más importante para el ciudadano, son las percepciones y las conductas que las mayorías aplican a la minoría. Cuando existe una imagen favorable del gobernante que llega a más del 86 por ciento, las mentes se enceguecen, sube el volumen de la voz, la fe remplaza a la razón y la autoafirmación obliga a disminuir al oponente. Parece que todo está permitido bajo ese falso principio de que la voz del pueblo es la voz de dios.

Si la voz del mandatario se vuelve la de los dioses, todo disentir queda por el suelo.

Algo les pasa a los colombianos, ya está visto en la historia del mundo. Max Weber distinguía tres fuentes de legitimidad: la racional, mucho más propia de la democracia; la tradicional, típica de las monarquías, y la carismática, que surge en momentos excepcionales, de transición y cambio. En esta última, la legitimidad del líder está basada en sus características personales, consideradas excepcionales. Aunque el presidente Uribe tiene algo de la autoridad tradicional, cercana a nuestra tradición de gamonales, su fuerte se basa en el principio del salvador. Es visto como el único posible; sin él caeremos en el caos o en la hecatombe. Por ello hay que reelegirlo una y otra vez.

Cualquier grupo minoritario verdaderamente sensato, que muchas veces es menor del 15 por ciento que le atribuyen las encuestas se siente arrasado y desmoralizado. Nunca es posible establecer una discusión racional y sensata en reuniones de amigos o conocidos. Tal es la polarización y la arrogancia, que la mayoría puede expresar odio y lanzar amenazas por encima de la razón, la argumentación o los hechos.

El argumento final, pobre en realidad, es el decir Yo soy uribista por la gracia de dios. Eso mismo decían los iluminados del franquismo, del nazismo. Lo mismo dice Ben Laden. No lo dijeron Stalin ni Mao, porque no creían en dios. La minoría tiene el trato que le han dado a Piedad Córdoba sus propios colegas. Así tratan a mujeres, negros, indios y pobres. Así abandonan niños. La arrogancia da paso a la violencia.

Lamentablemente, la frase citada al comienzo de esta columna no es del presidente de Colombia, sino de su homónimo, el escritor mexicano que publicó recientemente el FCE, en el libro La novela por los novelistas. Nuestro Álvaro Uribe y el equipo que lo rodea creen que es mejor decir muchas veces la misma mentira. Y, por ahora, la mayoría de los ciudadanos se la ha tragado entera. Pero todavía hay una minoría de colombianos que no hace parte del alud de opinión en favor del Gobierno que muestran las encuestas.

Esa minoría cree mas en la razón que en la violencia y la fuerza, en la verdad más que en la mentira repetida, en el respeto a la opinión diversa del oponente más que en el insulto, en la democracia ejercida limpiamente más que en la triquiñuela y la corrupción, y cree que a la larga la justicia prevalece por más que se la presione y ensucie. Esta minoría no prejuzga, piensa, busca razones y pruebas, se alimenta del espíritu universal y cree en los derechos humanos. No se asombra ni se arredra con el insulto y la amenaza. No cree tener la verdad absoluta, pero sabe que todo imperio del absolutismo, creado por la fuerza o por la manipulación de las ideas y los hechos, siempre encuentra su límite. La minoría espera paciente y activa a que el péndulo regrese del otro lado, con la esperanza de que entonces no se vuelva igualmente autoritaria.

Fuente: El Tiempo / Colombia /

http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/carloscastillocardona/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-4061793.html

Miércoles, 02 de abril de 2008