La dama oxidada y el ilustrado
Me importa un comino si cantaba (y mal) en el Hotel Ritz, o si era ídolo de muchos neoliberales del mundo en decadencia del capitalismo.
Y, claro, no se trata, como dijo alguien, de caer como gallinazos sobre el cadáver de la ex Dama de Hierro, pero sí, por lo menos, de dejar una pequeña constancia sobre sus desafueros. Y, de otro lado, hacer una breve reminiscencia del otro muerto el mismo día: el economista y escritor español José Luis Sampedro.
Ambos, la dama y el caballero, murieron el pasado 8 de abril. La Thatcher, una dirigente política sin hígado ni corazón, se convirtió en los ochenta, al lado del gringo Ronald Reagan, en portaestandarte del neoliberalismo, aquel mismo sistema que privatizó empresas y servicios públicos y persiguió, casi hasta extinguirlos, a obreros y sus organizaciones sindicales. La inglesita fue ideóloga de la reducción del Estado, y de dejar al sector financiero los rubros de la salud, la educación, la vivienda, asumidos como negocio por corporaciones y otros “chupasangres”.
La señora ultragoda, que más que en hierro quería convertir todo en oro para las transnacionales, influyó, como es fama, sobre el modelo que a partir de los noventa reinaría no sólo en Europa y Estados Unidos, sino, por ejemplo, en las neocolonias americanas, como Colombia. Aquí, nos dio la “bienvenida” al futuro el señor del apagón y de la apertura económica que causó desgracias a muchas industrias nacionales. Y de éste (Gaviria) en adelante, hasta hoy, (Santos) los alumnos neoliberales han vuelto al país en un negocio lucrativo para unos pocos, y un extenso campo de miserias e inequidades para la mayoría de la gente.
“Maggie” (para sus amigos, si es que los tuvo) desmanteló los pilares de la democracia, al entregar a las finanzas, calificada por críticos como la parte más perversa (además de parasitaria) del capitalismo, toda la estructura económica. Entre sus galardones de la infamia están el haber quitado la leche a niños de escuelas públicas inglesas, aniquilar el movimiento minero y dejar morir como cucarachas a los huelguistas irlandeses, entre ellos Bobby Sands. Consideró terrorista a Mandela porque luchaba contra el apartheid y era íntima amiga de Augusto Pinochet. Fue una de las promotoras del pensamiento único, del mundo unipolar y del sancocho desechable llamado “el fin de la historia”.
José Luis Sampedro, en cambio, un economista e intelectual, gran crítico del neoliberalismo, se caracterizó por los cuestionamientos al capitalismo. El autor de La sonrisa etrusca y El amante lesbiano, se proclamó siempre como un socialista defensor de la propiedad pública de los medios de producción. “El capitalismo no es que sea malo, es que está agotado ya”, dijo alguna vez este impulsador del movimiento de los indignados.
Sampedro, además de irrigar de críticas al sistema que enriqueció más a los ricos y empobreció hasta las bajuras más indignas a los pobres, no comía cuento de ciertos ecologistas: “El ecologismo se aprovecha para vender máquinas correctoras, para trasplantar lo antieconómico de los países adelantados a los atrasados… Pero no para hacer ecología de verdad”, advirtió.
Para Sampedro el mundo de hoy era una expresión de la barbarie, la misma que ayudaron a instaurar gobernantes como la Thatcher. Se recuerda que durante la guerra de Las Malvinas (el aventurerismo de la dictadura militar argentina le cayó de perlas a la colonialista primera ministra), la inglesita hizo transportar por la marina británica una bomba atómica que quizá hubiera arrojado sobre Buenos Aires. Nada raro en una señora arribista con mentalidad imperial.
Tal vez el hecho de que hoy Gran Bretaña tenga más desempleados, menos estudiantes universitarios, más endeudamiento, se le deba a la gestora política del engendro neoliberal. Durante sus años de ejercicio del poder, Thatcher mantuvo una visión antiobrera y un gran desprecio hacia los pobres, a los que, precisamente, con sus medidas, tornó en miserables.
A José Luis Sampedro le gustaba escribir con sangre, según una metáfora. A la ex Dama de Hierro, le apetecía derramar sangre trabajadora, según una premisa del capitalismo salvaje. El primero, convocó siempre a indignarse contra los atropellos de un sistema inequitativo; la segunda, contribuyó a enriquecer banqueros. Que el fuego infernal la acaricie.
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