La cabeza de ‘Jojoy’
La euforia nacional por el bombardeo a Jojoy me hizo recordar un performance de la actriz argentina Nacha Guevara. Empezaba con un suave susurro invitando a desterrar el odio, y éste iba creciendo en tono y gesto, hasta que terminaba en una diatriba rabiosa contra el rencor: ¡Aborrezcamos, arrasemos, aniquilemos el odio!, gritaba con ojos inyectados.
Nos rasgamos las vestiduras por la maldad de las Farc y, a la vez, saltamos de alegría con el espectáculo de sangre. El gobierno cobró el triunfo contra el terror, con el lenguaje de la venganza, la deshumanización del enemigo: “lo cazamos en su guarida”. Y los medios, siempre tan críticos del salvajismo guerrillero, hicimos una fiesta del horror publicando las filtradas imágenes del rostro desfigurado, curándonos en salud con la advertencia de que podíamos ofender a los sensibles, causando, por supuesto, el efecto contrario de despertar la curiosidad morbosa.
¡Despejada la paz pues el poderoso y simbólico jefe guerrillero quedó en átomos volando!, dijeron.
¿Será que sí, que las Farc sacarán bandera blanca? Lo dudo. Si algo nos ha enseñado esta largo e ingrato conflicto, que cumple 46 años, es que la violencia siembra miedo y que el miedo es padre del fanatismo, y éste, a su vez, de la barbarie.
Cuando Álvaro Uribe asumió el gobierno, y la guerrilla secuestraba y asesinaba a sus anchas, las cifras oficiales daban cuenta de que en el país había 25 mil guerrilleros, a lo sumo, y quizás 13 ó 14 mil paramilitares. Desmovilizó a 30 mil paramilitares, lanzó decenas de operaciones exitosas de nombres bíblicos que llevaron, también según la versión oficial, a 70 mil guerrilleros a desertar, a la cárcel o a la tumba, y mató a varios jefes de las Farc. ¿De dónde salieron tantos hombres armados? ¿Por qué si cortamos tantas cabezas no terminó la guerra y aún quedan siete u ocho mil guerrilleros y otros tantos rastrojos, urabeños, paisas, cuchillos, machitos, ejércitos guevaristas, sicarios de las oficinas de envigado y demás?
Se alcanza una paz de corto vuelo, pero insistir en el odio a las Farc como guía nos lleva a la estrategia equivocada. Por eso las cuentas no dan. Porque muchos de los que cayeron en las capturas masivas no eran guerrilleros, sino sus víctimas, sospechosos porque sobrevivieron colaborándoles a los armados. Porque de los muertos en combate, demasiados eran en realidad civiles fusilados para cobrar “falsos positivos”.
Pero sobre todo no dan, porque a cada rey muerto, hay un rey puesto. Por cada cabeza destrozada de un Jojoy, hay dos que nacen, de jóvenes sin opciones, sin educación, esperando su turno para agarrar un fusil con el cual sentirse alguien, con el cual hacerse ricos, con el cual librar la venganza de sus muertos.
Cuando bajen a Cano, a Iván Márquez, a Timochenko, a Joaquín Gómez y a Pablo Catatumbo, habrá otras celebraciones nacionales. Y después del jolgorio, 55 jojoycitos, jefes de frentes, comandos y columnas, tan ricos y tan bárbaros, dedicados al narco sin ambages, comandarán nuevas olas de violencia. Pero ya no habrá esperanza de sacar de la guerra, con una sola negociación, a los ocho mil que quedan, como se hizo con los paramilitares; ni tampoco la habrá de que los trillones de pesos que gastamos en bombas se inviertan en darles un futuro a esos jóvenes.
Ante la disyuntiva entre una paz corta y una guerra eterna, el odio al odio (o el miedo a ser satanizado como cómplice de los terroristas) nos seguirá conduciendo, ciegos, celebrando cada poda de cabezas, por el segundo camino.
María Teresa Ronderos