José Antonio Torres
Al fondo José Antonio en Retiro de la comunidad Franciscana de Nuestra Señora de Lourdes de Colombia el 251014
Con dolor y desconcierto recibimos la noticia del fallecimiento de nuestro hermano coviajero de la Comunidad de las hermanas Franciscanas de nuestra señora de Lourdes José Antonio Torres el pasado 4 de noviembre de 2014.
Estudió en el seminario mayor de Bogotá, bebió de la espiritualidad de los padres lasallistas, integró el grupo franciscano, se desempeñó en la academia y fundó las escuelas Picolino en las que se han graduado de bachilleres niñas, niños, adultos que no tenían acceso a la educación formal.
La fuerza espiritual lasallista y la fuerza espiritual franciscana se entrelazaron en sus motivaciones y horizontes de sentido cubriendo con su estela las construcciones, decisiones y apuestas a la que entregó minuto a minuto toda su existencia.
Su risa, su palabra fluida y fuerte, su pasión por la justicia que le hizo, en un par de ocasiones, renunciar a instituciones académicas por no estar de acuerdo con el modo como manejaban el poder en detrimento del bienestar general, quedan en la retina de nuestros sueños.
Su generosidad para con los empobrecidos le hizo compartir en silencio su salario. La entrega incondicional a sus alumnos más allá de los horarios formales le edificó un nicho en el corazón de ellos.
Tenía solo 43 años y fue uno de quienes con mas profundidad entendió a la hermana muerte, como lo hizo Francisco de Asís; al convivir con una diabetes de años que le obligaba a aplicarse insulina. Sabía que el tránsito hacia ella tenía que darse en algún día no muy lejano, sobre todo cuando conoció por otro miembro de su familia el extremo sufrimiento que le provocaba la diálisis, al no quedar otra opción. José Antonio interiorizó en su conciencia, con profunda paz, que la vida así era muy difícil.
En la celebración del aniversario 90 de su querida hermana de la comunidad Franciscana Margaret Kieffer le declaró, otra vez todo su amor fraterno. Ella y el compartieron su inserción en el barrio El Codito por cerca de 9 meses. Ese día hablaron de que se encontrarían en el cielo, que allá seguirían con su amistad, pero nadie pensaba que fuera él quien partiera primero.
Siempre esa hermana inefable estaba ahí presente, por eso su tránsito al misterio ocurrió sin sobresaltos, sin tragedia. José Antonio cruzó el límite como rodando por un tobogán, el día que su aliento se detuvo y el día en que su amado Dios lo escogió, al ser la persona mejor preparada de su familia, de su comunidad, para dar ese paso.
Escuchamos de su querida madre decir que en medio de risas, hace apenas unos días, le dijo que el café que le preparó era el último, que en su funeral se vistiera de blanco, no de negro, que era tan triste ni de rojo que era un color muy chillón, que quizás, por su situación de salud el final estaba cerca. Como ella, su padre, sus dos hermanas y sus tres hermanos con quienes los unía un profundo amor, a quienes alimentaba el calor de hogar, fueron preparados por él con delicado cuidado para soportar el dolor de su partida.
Le vimos en el retiro espiritual de hace 15 días dibujando mándalas, atravesando laberintos, haciendo meditación, leyendo la Biblia, escribiendo una corta biografía suya para el libro de los Coviajeros que será publicado en Estados Unidos, jugando como un niño y cantando y bailando, como algunos pueblos indígenas le enseñaron “tierra mi cuerpo, agua mi sangre, aire mi aliento y fuego mi espíritu”.
Su cuerpo tierra, de sangre agua , su glucosa, su insulina, sus tejidos, se integrarán de otro modo al cosmos. Su aliento aire , su espíritu fuego, vital atento, solidario, fraterno, amoroso, justo, generoso, quedarán en las historias de quienes compartimos la fuerza de su paso por esta tierra.