Jaque a Íngrid
Íngrid Betancourt acaba de presentar una demanda contra el Estado colombiano por el daño moral y material que ella y su familia sufrieron a causa de su cautiverio. Si la demanda prospera, el Estado tendrá que destinar más de 15.000 millones de pesos del dinero de nuestros impuestos para pagarle a Íngrid sus caprichos de dama consentida del jet-set internacional.
Si eso sucede, prometo desde ya que haré hasta lo imposible para evitar que el dinero de mis impuestos termine en esas manos. No se lo merecen.
La demanda es una gran farsa y un despropósito de pies a cabeza. La tesis jurídica de que al permitir que la secuestraran el Estado incumplió con su deber de garantizarle sus derechos ni siquiera se cumple en su caso: Íngrid entró a la zona del Caguán a pesar de todas las advertencias que se le hicieron. En el último retén tuvo incluso que firmar un papel en el que decía que entraba a la zona bajo su propia cuenta y riesgo.
En una conversación que tuve con Clara Rojas luego de su liberación, supe un detalle que me llamó la atención: Íngrid decidió dejar en ese retén a su esquema de seguridad y se fue con Clara y un periodista francés que venía con ella desde Bogotá. Todavía creo que Íngrid nunca pensó que las Farc la iban a tratar como a cualquier mortal, sino que en consideración a su fama de gran starlette internacional la iban a soltar en unos dos o tres días, y así ella podría utilizar ese secuestro para relanzar su imagen política en Europa, aprovechando el encantamiento que la prensa francesa tenía por ella. Íngrid nunca se imaginó que las Farc fueran tan pedestres y tan poco visionarias como para dejarla en la selva seis años de su vida.
Durante el cautiverio su familia hizo todos los esfuerzos posibles para lograr su liberación, y hasta sus excesos se les perdonaron. Mientras a las demás familias de los secuestrados les tocaba pelear con las uñas para que la sociedad y el gobierno no se olvidaran de sus seres queridos, la familia de Íngrid hacía sus gestiones al más alto nivel, como si ella fuera la única secuestrada; pero, repito, esa falta de tacto y de solidaridad con las demás familias de los secuestrados también se la perdonamos.
Por cuenta de sus estrechas conexiones con el gobierno francés, la familia de Íngrid logró que un avión de ese país aterrizara clandestinamente en Brasil, creyendo que las Farc iban a liberarla en esa frontera con Colombia. Y aunque el gobierno Uribe siempre tuvo como primera fórmula el rescate militar antes que el acuerdo humanitario, hizo por Íngrid lo que no ha hecho por ningún otro secuestrado: liberó a Granda, el canciller de las Farc, por petición expresa del presidente Sarkozy. La familia de Íngrid consideró que la excarcelación de ese guerrillero podía permitir su liberación, pero, insisto, hasta la apresurada liberación de Granda -sin duda el acto más contraproducente para la seguridad democrática porque reactivó a uno de los cuadros más importantes de las Farc- se la perdonamos.
Cuando Íngrid fue liberada gracias a la Operación Jaque, nos alegramos de verla sana y salva, y hasta pasamos por alto aquella infortunada frase en la que dijo que su liberación habría sido imposible si a Uribe no lo hubieran reelegido.
Por eso no deja de resultar un tanto absurdo que ahora Íngrid demande al Ejército que la liberó en una operación que ella misma catalogó de “perfecta”, y que después de tantas venias y concesiones le hayamos salido a deber tanto los colombianos. Íngrid sucumbió a la fama. Y la fama es muy costosa de sostener. Que se la sostengan los europeos. Al fin y al cabo fueron ellos los que le creyeron sus mentiras seudoliterarias y se inventaron la fábula de que Íngrid era la Juana de Arco ‘chic’ de nuestro tiempo.