Jani cuida a las aguas de los peligrosos del petróleo y a su gente de la pandemia
Por: Diana Salinas Plaza
Si Colombia fuera un cuerpo de mujer, la región de La Perla Amazónica, en el Putumayo, estaría ubicada en su vientre bajo. Allí, hace parte del ecosistema el río que lleva el nombre del departamento que, cual culebra, se enrosca y retuerce para drenar una cuenca de 148.000 kilómetros cuadrados que se extienden por 1.813 kilómetros de agua. Es, además, una frontera natural con Ecuador, país vecino al sur del país; su fuerza avanza y atraviesa los límites hacia Perú y Brasil.
Un plano aéreo mostraría que es un nervio del planeta, cuyas aguas color café desembocan en un brazo medio de su majestad el río Amazonas. Las ramificaciones en esta parte del continente son esos canales de agua que cuidan y mantienen con vida a Jani Rita Silva Rengifo y a los habitantes de 23 veredas que la acompañan. Pero la vía que conduce desde Puerto Asís hasta La Rosa, cerca de cinco mil hectáreas de su territorio, es una herida abierta que las petroleras le abrieron a ese vientre que alberga agua y que, en vez de ser tratado como un lugar sagrado, acumula cicatrices negras que la explotación del petróleo va dejando hinchadas en la tierra.
— Por el tema de la vía estoy más amenazada que otra cosa. Te pediría prudencia con cosas. Yo te las podré decir así como son, pero sí te pediría mucha prudencia. —Insiste, Jani.
— ¿Por qué las amenazas?—pregunto.
— Nosotros comenzamos a denunciar temas ambientales con la petrolera y ahí empezaron las amenazas.
Jani lo ha visto todo a sus 57 años desde ese poderoso vientre de Colombia, pero la llegada de una pandemia no la vio venir. El confinamiento obligatorio la obligó a estar encerrada durante varios meses y a merced de las personas que la amenazan. De repente ella, campesinos y habitantes de la Asociación del Desarrollo Integral Sostenible Perla Amazónica (Adispa) –que integran para la sostenibilidad ambiental de su territorio– quedaron distanciados hasta que el dos de julio, día en el que se percataron de un derrame de 3.000 litros de “Fuel Oil”, es decir diesel, en la Plataforma 1 del Bloque Platanillo. Esta es, en efecto, la razón de ser de la cicatriz que dejó la construcción de la vía.
Cuando campesinos de las comunidades de La Alea, Peneya y Bajo Mansoyá llegaron al área afectada vieron decenas de peces muertos. El diesel se derramó en la quebrada La Sevilla, que desemboca unos cien metros aguas abajo sobre el río Mansoyá. Un comité integró la verificación tras el derrame y estuvo compuesto por gente de la empresa petrolera, Corpoamazonía, miembros de Adispa, las Juntas de Acción Comunal de las veredas mencionadas y la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz.
Fue así como el comité de verificación le señaló a la empresa Amerisur Resources, la empresa británica que al parecer aún opera los pozos petroleros en el Putumayo, que la distancia mínima entre la Plataforma 1 y el río debe ser de 100 metros y ellos están entre “27,57 metros”, incurriendo en una infracción ambiental. Respetar esa medida habría evitado que el derrame llegara al cuerpo hídrico. La estructura que se rebasó de diesel pudo haberse monitoreado y cerrado a tiempo, porque depende de una llave manual. “No existe una información preliminar que diera cuenta de un diagnóstico inicial de especies afectadas, información que debe estar contenida en evaluación de impacto ambiental realizada de manera previa a la intención de la plataforma”, consignaron en el informe escrito a mano y casi en streaming, o sea, en tiempo real, campesinos, hombres y mujeres integrantes de Adispa, que junto con Jani son vigilantes de su territorio. También le hicieron ver que ese derrame afectaba el derecho humano hídrico de las poblaciones cercanas y le preguntaron cómo lo iban a reparar.
Que la comunidad llegara a este nivel técnico de inspección ambiental se debe a los accidentes del pasado. Aprender que esos ríos y la selva amazónica les pertenecen ha sido una construcción de dos décadas en las que entendieron que, si no están vigilantes, los gobiernos con sus cegueras y desde su operación en la capital, Bogotá, no lo van a hacer. Al menos no con el nivel de experticia que tienen desde el territorio. Sencillo: no hay a quienes les duelan más esas cicatrices que deja la explotación del petróleo que a ellos mismos. La comunidad de la reserva construyó un Plan de Desarrollo Sostenible que ha mejorado con el paso del tiempo, en el que tienen monitoreada gota a gota a la petrolera.
Se siente, por pocos segundos, que la voz de Jani lleva angustia. En otras frases ese sentimiento se torna en cansancio. Ella sabe que si no cuenta la historia las veces que sean necesarias vendrá el olvido. Y no. No puede permitir eso, menos ahora. Por eso su voz toma aliento y continúa con fuerza en esta entrevista.
—El plan de desarrollo lo construimos nosotros con recursos nuestros y apoyo del gobierno. La actualización la hemos hecho con el poquito apoyo de cooperación internacional, pero muy mínimo, como ocho millones de pesos. Para nosotros la actualización [de este documento] tiene las mismas características de un ejercicio propio de vida y muestra cómo queremos el territorio, cómo queremos vivir. En cambio, el plan de manejo ambiental que ellos hacen se lo pagan a un operador y ese operador lo construye sin tener en cuenta lo que tenemos nosotros, siendo que ellos están interviniendo la zona.
Ese documento de orden territorial y ambiental de la comunidad no contempla la perforación y extracción de más petróleo en el territorio. Pero en la Zona de Reserva Campesina (ZRC) no contaban con que el año pasado, Amerisur, fuera adquirida por la británica GeoPark en una transacción que les costó 42 millones de euros. Así lo comunicaron el 15 de noviembre de 2019 en un documento ejecutivo: “La adquisición de Amerisur está en línea con la estrategia de expansión continua de GeoPark, que apunta a alcanzar la meta de largo plazo de producir 100.000 boepd [barriles de petróleo por día] y aún más”. GeoPark llegó pisando fuerte y anunció que “incorporará doce bloques de producción, desarrollo y exploración de petróleo” en el país y que de esos, once serán operados en la cuenca Putumayo.