Jacinto Quiroga Castañeda a 20 años de su martirio

El pasado sábado 11 y domingo 12 en la vereda el Guamal de Bolívar, Santander del Surconmemoramos la viva presencia de JACINTO QUIROGA, quien 20 años atrás, el 10 de septiembre de 1990 fuera asesinado, en ese mismo lugar, por el Batallón de Ingeniería No 5 Galán de la 5a Brigada del ejército nacional, sin que hasta la fecha, se haya alcanzado justicia por este crimen.


10 de septiembre 1990-2010

Sorprendió que, al rededor de la familia, se congregaron mas de 100 amigos y amigas vecinos/as, de otras veredas, de municipios cercanos, de otros departamentos, sacerdotes, catequistas y algún dirigentes político de la época. Su compañera, que con su inmenso valor y dignidad levantó a sus 8 niños/as. Sòlo con las palabras necesarias, habló de la alegría del encuentro, de la tenacidad de la memoria, de su casa de puertas abiertas.

Uno de sus hijos habló sin tapujos de los responsables del crimen, de la impunidad, de los estigmas que sobre la familia cayeron, luego de que su padre, un agente de pastoral que supo leer la palabra de Dios con los lentes de la realidad campesina de su tiempo, fuera expuesto al escarnio público, como si se tratara de un guerrillero.

En el fondo del altar “la memoria”, la ruana que llevaba el día de su asesinato, perforada por una de las balas, que después en la misa, se convirtió en casulla del padre que presidió, y tres bolsos tejidos a su compañera y a dos de sus hijas desde la injusta prisión que debió padecer diez años antes de su muerte.

En la Eucaristía, la palabra de Dios desde sus cartas que tenían la fuerza del apostolado paulino y la fuerza de Romero que en ese año, 1979 ya era escuchado por los empobrecidos que en Colombia soñaban con una iglesia a su lado y con una sociedad donde la libertad fuera posible y los testimonio de vecinos cercanos y visitantes lejanos que comulgan con la causa del reino de justicia y de paz que animó a Jacinto a entregar su vida.

La imagen del mártir se hizo fresca, al final de este memorial, con la entronización de un retrato suyo que fijaron sus hijos en una pared de la casa que se extendió en los recordatorios que cada una de las/os presentes se llevó con sigo de regreso a sus hogares.

Se sentía Evangelio en cada palabra, cada gesto. La comensalía abierta no se dejó esperar como auténtica comunión en el patio de la casa. La mesa con un gran mantel de hojas de plátano recibieron las yucas, papas, arracachas, arroz, huevos criollos, alguna gallina y algo de carne que se multiplicó como los 5 panes y dos peces del Evangelio de Marcos.

La memoria se hizo vida en las palabras de la joven familia que las reconstruyó con fuerza, energía, entereza y valentía. El legado para las generaciones que quieren asumir con dignidad su humanidad aun en medio de los riesgos de perder la vida biológica, quedaron consignados en expresiones del amor, de la pasión y de la admiración por el padre y el compañero que en coherencia con su fe y la política que de ella devino, fue capaz de entregar su vida. Estas son las palabras de la familia Quiroga Quiroga, que retumban en esta Colombia nuestra, en la que muchos/as han renunciado a hacer valer su dignidad:

“ (…) Nuestro padre fue encarcelado el 14 de septiembre de 1.979 por la V Brigada del Ejército con sede en Bucaramanga, bajo la presidencia de Julio Cesar Turbay Ayala, quien impulsó el Estatuto de Seguridad Nacional para reprimir la protesta social. Bajo esa política, torturaban, encarcelaban y mataban a toda persona comprometida con el cambio social. Cuando esto ocurría mi padre era animador de las comunidades eclesiales de base y un gran líder del MOVIMIENTO DE UNIDAD CAMPESINA, el cual ya había logrado obtener algunos escaños dentro del Consejo municipal. A pesar de ser encarcelado y torturado junto a otros animadores y miembros de las comunidades, continuó animando a las comunidades, desde la cárcel.

Como él estaba siendo requerido por el ejército para una investigación, el Padre Rafael Téllez y el Vicario de la Diócesis lo acompañaron a su presentación al batallón militar del Socorro aquel 14 de septiembre de 1979. Allí ante los sacerdotes, los militares prometieron respetar su integridad y su vida, pero luego de ser reseñado, los militares le dijeron: “ahora ya no están hp enaguados para que lo defiendan, ahora sí va a cantar todo lo que queremos”. Nadie llegó a imaginar la crueldad con la que fue tratado en ese batallón. Allí fue sometido a toda clase de vejámenes y torturas durante 8 días, junto con otros compañeros que también habían sido detenidos. Luego, fue trasladado a la cárcel Modelo de Bucaramanga donde las torturas continuaron.

Mi papá aún estaba en cautiverio cuando su quinto hijo nació el 19 de abril de 1980. Ese acontecimiento coincidió con el asesinato del obispo salvadoreño llamado Oscar Arnulfo Romero, persona a la que él admiraba por el trabajo y lucha que desarrollaba a favor del pueblo más necesitado y golpeado por la represión del estado en el Salvador. Por esta razón, él decidió ponerle a ese quinto hijo el nombre de aquel pastor y mártir asesinado el 24 de marzo de 1980 cuando celebraba una misa en la catedral de San Salvador.
Fue dejado en libertad en Junio de 1.980. La comunidad lo recibió con una gran fiesta espontánea. Llenos de gozo y alegría, mucha gente salió a saludarlo. El camino desde la vereda de Loma Alta hasta el Guamal fue una completa romería, echando pólvora y cantando guabinas.
Todas las personas retenidas ese 14 de septiembre de 1.979 fueron atrozmente torturadas. Transcurridos 10 años de su libertad, mi papá aún presentaba dolores en un brazo y moretones en las piernas. Es también el caso de una profesora amiga que fue violada y torturada por los militares. Aún después de 30 años de ocurridos los hechos, ella pierde el control de sus actos y siempre debe estar bajo control de medicamentos.

Después de su liberación, empezaron a llegarle amenazas constantes y era víctima de un continuo acoso por parte de la policía. Las visitas al pueblo se hicieron poco frecuentes y tenía que permanecer siempre atento pues las amenazas llegaban hasta su casa. A pesar de eso, él continuó buscando la integración y el desarrollo de la comunidad y su labor era cada vez más reconocida. Pero en el amanecer del día 10 de septiembre de 1.990 nos lo arrebataron, decidieron dar el golpe mortal, no les bastó con las amenazas, con los mensajes de terror que le enviaban, querían que fuera un desplazado más en un país donde ese es el pan de cada día. Él siempre estuvo del lado del bien, de la equidad y la justicia y trató de expresar sus pensamientos, pero sabemos que en este país eso es motivo de señalamientos y desplazamientos. Inclusive, son capaces de crear montajes para desprestigiar a la familia y a amigos más cercanos.

Llegó ese día que nunca debió llegar: el día anterior, 9 de septiembre él había cumplido 46 años. En el grupo de oración le contamos el “feliz cumpleaños” y su ahijado Noel Ruiz quería que fuera a amanecer a su casa, pero él no quiso. La noche fue tranquila y silenciosa como ninguna otra, nada hizo pensar que al amanecer de esa noche tan apaciguada sobreviniera la tragedia para la familia. Como de costumbre mi mamá se levanto para hacer el desayuno. A las 5:30 de la mañana de ese lunes 10 de septiembre, cuando dos de nosotros nos disponíamos a desayunar para salir al colegio, escuchamos de repente algunos disparos. Nos asomamos a ver que ocurría pero no vimos nada. Entramos nuevamente a la cocina y pocos minutos después escuchamos nuevos disparos.

Los disparos se escucharon muy cerca de la casa como si fueran sobre el tejado. Salimos por el corredor a mirar nuevamente y mi papa se levantó y preguntó qué pasaba y le dijimos que no se veía nada pero que hacia la parte de arriba de la casa se movían los arboles. Él dijo parece que es el ejercito. En efecto, el ejército se disponía a asaltar la casa. Mi papá quien había sufrido los criminales métodos empleados por el ejército y teniendo como referente que hacía pocos meses el ejército había masacrado a una familia en la vereda Alto Nogales en un asalto similar, decidió salir de la casa. Se dirigió entonces hacia abajo de la casa y caminó en dirección hacia la casa de mis abuelos. Había caminado algunos ya algunos metros cuando escuchamos una ráfaga de fusil, le habían disparado. Cristian que aún estaba acostado, se levantó rápidamente y corrió hasta donde mi papá se encontraba mal herido. Fue un hecho milagroso que no le hayan disparado también. En ese mismo momento Leonidas había subido a la loma para sacar los animales hacia otro potrero. Estaba abriendo el broche cuando le dispararon dejándolo también mal herido.

Toda la casa estaba rodeada por el ejército y para nosotros todo era confusión y caos. Mi mamá se acerco a mi papá y trataba de prestarle primeros auxilios. Mi papá estaba muy mal herido, los disparos le habían quebrado la columna a la altura de la cintura y el brazo izquierdo a la altura del codo y para mover la cabeza se agarraba el cabello con la mano derecha y se jalaba. Hablaba con todos los que estábamos ahí, especialmente con mi mamá y le decía: “animo mija a mí me jodieron, me mataron pero ahí están los hijos y lo único que les puedo dejar son las abejas para que los saque adelante”.

Al poco tiempo de los hechos, empezaron a llegar los vecinos a quienes los militares no querían dejar acercar. A los hombres los hacían colocar boca abajo en el suelo y los requisaban. Todo era un caos, algunos militares se hablaban y decían que -fue un error haberles disparado-.

Tanto para mi papá como para Leonidas, era urgente prestarles asistencia médica, la intensión con los vecinos era llevarlos lo más pronto posible al hospital del pueblo, pero los militares lo impedían. Mi mamá se fue para el pueblo a buscar un carro para que vinieran a recogerlo. El teniente se acercó a mi papá con intenciones de revisarlo y mi papá con su voz enérgica le dijo:
“ no, ustedes a mi no me tocan y lo que van hacer (para el traslado al pueblo) que lo haga la comunidad”.

A las 8 de la mañana por fin los militares accedieron a dejarlos llevar para el hospital. Para mi papá se usó una camilla que él mismo había construido para movilizar a mi abuelo José quien hacía pocos días se había quebrado un pie. Mi papá incluso, la había hecho a su propia medida. A pesar del estado en que se encontraba, mi papá estaba pendiente de todo lo que ocurría a su alrededor. Antes de salir con rumbo al pueblo me dijo que no me quedara ahí en la casa con los militares, pues era peligroso. En el camino al pueblo volvió a llamarme para cerciorarse que no había quedado en la casa. Los soldados se quedaron en la casa revolcaron todo, destruyeron cosas, se comieron el mercado y los víveres, se robaron libros y algunos objetos.

Por su parte mi mamá continuaba tratando de encontrar un vehículo en el pueblo para el rápido traslado de los heridos, pero ninguno estaba disponible. Ya íbamos en la subida de la Virgen cuando apareció el único vehículo cuyo conductor quiso venir a recogerlo. Cuando lo ingresaron al hospital mi papá ya había perdido mucha sangre e inevitablemente falleció.

Jacinto Quiroga sigue vivo en su familia, en sus amigos y en todos los que se han hecho presentes en nuestras vidas y están hoy aquí en esta reunión que hemos querido celebrar en su memoria, en honor a su vida y obra. Cada día estás más presente querido Jacinto, hoy somos conscientes que como dijo Simón Porter: ‘los mártires no fracasan cuando su corazón deja de latir’”