Informe de inteligencia fue clave para asesinato de Jaime Garzón

La investigación por el asesinato de Jaime Garzón tiene evidencias de que miembros de la banda La Terraza cometieron el crimen cumpliendo órdenes del Clan Castaño, pero con la estrecha colaboración de militares activos. La inteligencia militar proveía información sobre los pasos del humorista y el clan Castaño los sicarios, según los testimonios y pruebas recogidos hasta ahora.


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El 6 de febrero de 2001, la Fiscalía allanó la residencia del entonces cabo del Ejército, Evangelista Basto Bernal, quien para agosto de 1999, mes en el que fue asesinado Jaime Garzón, trabajaba para el grupo de seguimiento y vigilancia que dirigía, desde la Brigada 13, el entonces coronel Jorge Eliecer Plazas Acevedo, jefe de inteligencia de esa unidad militar.

Los investigadores hallaron documentos e informes de inteligencia de los seguimientos que Basto Bernal realizaba a presuntos “enlaces” de la subversión, entre ellos Garzón. El ex militar entregaba a Plazas Acevedo los informes de los desplazamientos del humorista a sus sitios de trabajo y visitas a sus familiares. Informes que iban a parar a manos de Carlos Castaño.

La Fiscalía no descarta que los sicarios de la banda La Terraza, quienes asesinaron al humorista, tenían información previa de la ruta de desplazamiento de Garzón, ese 13 de agosto de 1999, emanada de los seguimientos que realizaba Basto Bernal.

Sobre la autoría del crimen por parte de la Terraza, el jefe paramilitar Ernesto Baéz declaró ante la Fiscalía como Carlos Castaño se reunió con el “Negro Elkin”, “Lotar” y “El Tatuado”, jefes de esa organización, y los felicitó por el asesinato de Garzón.

En el año 2000, cabo del Ejército, Evangelista Basto Bernal, se refugió en el Bloque Norte de los paramilitares que dirigía Jorge 40, y era conocido con el alias de Pedro. del bloque norte de las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, quien se acogió a sentencia.

Pero cuando se produjo ese allanamiento, ya los miembros de la banda La Terraza habían muerto… Mientras afrontaban el exterminio dijeron que querían confesar sus crímenes, incluyendo a los policías que los ayudaban.