Incluirnos todos en la Paz
Las elecciones del 2014 son un interrogante sobre la real participación del pueblo colombiano en la construcción de su proyecto de vida colectiva, de nuestro propio bienestar y paz. La exclusión económica de grandes sectores y la captura de lo público por intereses egoístas y de enriquecimiento a través del “servicio” al Estado, rompen el ejercicio democrático y agudizan cada vez más los fenómenos de ilegalidad y violencia, verdadero cáncer de la vida social colombiana.
Por ello es tan importante abrir verdaderos espacios para los acuerdos con la subversión, para el sometimiento a la ley de las organizaciones criminales y para procesos de reconciliación, de desarme ciudadano y convivencia comunitaria dentro de los territorios urbanos y rurales. En ese sentido, valoramos los esfuerzos del gobierno y todo gesto sincero de los actores en el conflicto que vive Colombia, y creemos que es inaplazable una sana y constructiva autocrítica en todos los sectores e instituciones.
Como Iglesia, sentimos el deber de acompañar más que nunca a nuestro pueblo con la luz de la verdad y con un llamado respetuoso a la reflexión individual, antes de expresar el voto en las urnas o abstenerse de hacerlo. ¿No está atrapado el sistema político colombiano entre la compra del elector por candidatos y la venta del Estado a quienes resultan elegidos, a su “electorado” y sus dinastías de continuidad en el poder del que ya algunos han hecho mal uso? Es por ello muy saludable que se plantee una gran reforma política y se garantice el acceso a la representación popular de todos los sectores y de los mejores ciudadanos, constructores de tejido social y de oportunidades para dignificar la vida personal, conformar y fortalecer las familias, y hacer crecer el bien común nacional. Sin dejar de estimular a los parlamentarios que se han ganado el reconocimiento público por su compromiso moral y público, preocupa la falta del criterio ético en muchos aspirantes, de renovación y propuestas que encaren los graves problemas nacionales. Preocupa el silencio de quienes, por autoridad, deberían advertir a ellos y a los ciudadanos sobre la impertinencia, si no la inhabilidad, de esas aspiraciones.
Cada hombre y mujer de nuestra patria, y en particular cada creyente en Dios y en la Paz como vocación irrenunciable de la humanidad, decida en el santuario de su conciencia cómo involucrarse también en la Paz de Colombia. Que no sea válida jamás la opción de la amenaza y del atentado, del engaño, del dejar las cosas como están, de participar en el negocio de la compraventa del elector y la repartición clientelista del presupuesto.Cuenten con nuestra oración y apoyo. Cuente Colombia con la responsabilidad de todos sus hijos e hijas, cobijados en una misma patria, aunque estén en orillas opuestas.
+Darío de Jesús Monsalve Mejía
Arzobispo Metropolitano de Cali