Honduras y los cascos azules
La crisis en Honduras permanece sin resolver
y puede conducir a un conflicto de mayores proporciones con un alto
costo para la oligarquía de ese país. No es extraño, por tanto, que en
los círculos más reaccionarios de la nación centroamericana y también,
desde luego, en los de Estados Unidos, se esté pensando ya en utilizar
uno de los recursos de mayor efectividad para frustrar el ascenso al
poder de los sectores populares.Esto es, imponer el envío de tropas
“pacificadoras”, como los “cascos azules” de la ONU.
Honduras y los cascos azules
Salvador Capote
“pacificadoras”, como los “cascos azules” de la ONU.
Si algunos ingenuos piensan que dichas tropas, ya sean de la ONU o bajo
la bandera de otros organismos multilaterales, se integran de una manera
equitativa, igualitaria, con la participación de todos los países
miembros y que su función es crear y mantener la paz, viven en el mundo
del realismo mágico. En la mayoría de los casos, si no en todos, la
presencia de fuerzas extranjeras agrava y profundiza el conflicto y lo
que mantiene no es la paz sino el statu quo, siempre en favor de las
clases privilegiadas. Las llamadas misiones de paz de la ONU son
financiadas casi totalmente por Estados Unidos y por los países europeos
de la OTAN mientras que los soldados de fila provienen de países del
Tercer Mundo. Unos son los que pagan y otros son los que mueren. Pero el
que paga manda.
De acuerdo a datos oficiales, los cinco países que contribuyeron (año
2008) con mayor número de soldados a las misiones de la ONU fueron,
siguiendo el orden que se expone: Pakistán, Bangladesh, India, Nigeria y
Nepal. A los tres primeros corresponde una tercera parte de los 100,000
cascos azules desplegados en zonas de conflicto alrededor del mundo. Del
último provienen los feroces gurkhas.
La ONU paga mensualmente al gobierno al que pertenece cada soldado
$1,101, y $1,404 si éste domina alguna especialidad militar. El dinero
lo cobra el gobierno que corresponde, el cual paga luego a la tropa la
cantidad que estima conveniente (siempre una ínfima parte de lo
recibido). Estos salarios, más el armamento, equipos y entrenamiento que
proporciona la ONU, permiten a países pobres mantener una modernidad en
sus ejércitos que de otra forma no podrían sostener. Surge así la
paradoja de un militarismo incentivado por las misiones de paz. Por otra
parte, como participar en estas misiones resulta lucrativo para los
gobiernos y una forma de vida para los soldados, tanto los primeros como
los últimos poseen un interés económico y militar en la prolongación de
los conflictos.
Además, como la ONU carece de una logística propia, ésta depende
absolutamente de los países desarrollados. Un funcionario de la ONU, el
“Chief Administrative Officer” desempeña sólo un papel coordinador. Los
países donantes, Estados Unidos en particular, determinan el flujo de
abastecimientos y, por tanto, tienen en sus manos el control de todas
las misiones aunque sus ciudadanos no participen. Y que nadie piense que
éstas constituyen una carga económica para Estados Unidos y sus aliados.
La intervención de las tropas de la ONU evita, hasta cierto punto, su
presencia directa en los conflictos. Si la ONU no cumpliera esta tarea,
¿en cuántos lugares del mundo no estarían combatiendo o realizando
funciones de gendarmería las tropas norteamericanas? Susan Rice, la
nueva embajadora de Estados Unidos ante el máximo organismo
internacional, citada por Jack Curry (1), afirma que la ONU realiza sus
intervenciones por 1/8 de lo que costaría a Estados Unidos si actuara
directamente. “Es un buen negocio –dijo- tanto desde el punto de vista
de la seguridad como desde el punto de vista financiero”.
Estos soldados del Tercer Mundo tienen, casi siempre, muy bajo nivel de
escolaridad, desconocen totalmente la historia, la cultura y la
idiosincracia del país al cual son destinados, hablan probablemente un
idioma distinto, no entienden las raíces ni las características del
conflicto y la paga es su única o principal motivación. Debido a que
actúan bajo la égida de un organismo internacional no clasifican como
mercenarios, pero lo son en realidad.
En un estudio (Informe Machel) realizado por la ONU en 1996, Graça
Machel, primera dama entonces de Mozambique, documentó: “En 6 de 12
investigaciones de campo realizadas para confeccionar este informe
acerca de la explotación sexual de niños en situaciones de conflicto
armado, el arribo de tropas de las fuerzas de paz se relaciona con un
rápido aumento en la prostitución infantil”. Durante el conflicto en
Bosnia, estas fuerzas se vieron involucradas en un sonado escándalo
debido a que raptaban niñas para trabajar en burdeles como esclavas
sexuales. Varios años después, el problema del abuso sexual a niños por
parte de los cascos azules permanecía sin resolver. Un nuevo informe,
preparado por la organización “Save the children”, publicado en mayo de
2008, denunció que “el abuso sexual de niños por trabajadores
humanitarios y fuerzas de paz es común y los esfuerzos por proteger a
los menores de estas agresiones son inadecuados”. “Save the children”
basó su informe en visitas realizadas en 2007 a Haití, el sur de Sudán y
Costa de Marfil. El estudio mostró un amplio espectro de abuso y
explotación: niños intercambiando sexo por comida, sexo forzado,
prostitución y pornografía infantil, tráfico de niños. El estudio ofrece
el relato de un muchacho de 14 años que trabajaba en un campo de las
fuerzas de paz en Costa de Marfil: “Nos piden especialmente niñas de
nuestra edad. Generalmente son entre ocho y diez hombres que comparten a
dos o tres niñas. Cuando sugiero una chica más grande, ellos dicen que
quieren una niña pequeña”.
En un artículo publicado el primero de octubre de este año (2), el
Washington Times señala que “el Congo es anfitrión del MONUC, acrónimo
de la mayor y más costosa operación para mantener la paz en la historia
de las Naciones Unidas. A pesar de una fuerza de 18,000 soldados y un
presupuesto anual de más de $1.2 billones, las fuerzas de paz han sido
incapaces de proteger a los pueblos y aldeas de los grupos rebeldes y de
los soldados del gobierno”. Y cita al embajador de Austria, Thomas
Mayr-Harting, diciendo que es “absolutamente imperdonable” que los
civiles tengan que vivir bajo la amenaza de violencia donde está
desplegada una misión de paz de la ONU. En el Congo, de acuerdo con el
Fondo de Desarrollo para la Mujer de esta organización, cada día un
promedio de 36 mujeres y niñas son violadas o torturadas sexualmente.
Para vergüenza nuestra, varios países latinoamericanos forman parte de
MINUSTAH, acrónimo del nombre en francés de la Misión de Estabilización
de Naciones Unidas en Haití. No olvidemos que es el mismo Brasil cuya
embajada en Tegucigalpa acoge al presidente Zelaya el país que la
encabeza y cuyos soldados han masacrado, al menos en dos ocasiones, al
pueblo rebelde pero indefenso de Cité Soleil. ¿Para qué ha servido
MINUSTAH? –Para consagrar el golpe de estado de George W. Bush, en 2004,
contra el presidente legítimo Jean Bertrand Aristide; para sostener la
brutalidad del régimen espúreo interino de Gérard Latortue; para apoyar
la persecución contra Lavalas; para sembrar el terror en los vecindarios
considerados “pro-Aristide” de Bel-Air, Martissant, Grand Ravin, Pele y,
por supuesto, en Cité Soleil. MINUSTAH no ha sido otra cosa que un
ejército de ocupación que responde a los intereses de la elite haitiana
y de la administración de Estados Unidos.
En una reciente y hábil iniciativa de la oligarquía hondureña, Adolfo
Facussé, presidente de la Asociación Nacional de Industrias, junto a
otros poderosos empresarios, dio a conocer a La Jornada un nuevo plan
para salir de la crisis. Una de las propuestas del “Plan Facussé” es la
creación de una fuerza multinacional que se encargue de hacer cumplir
eventuales acuerdos. Esta fuerza externa –propone- estaría compuesta por
tres mil soldados de Panamá, Colombia y Canadá. Pero ¡caramba!, ¿no es
Panamá el único país que anticipa su reconocimiento al régimen que
podría surgir de las elecciones de noviembre? ¿No es el ejército de
Colombia el que bombardeó recientemente el territorio soberano de
Ecuador para asesinar al comandante de las FARC Raúl Reyes? ¿No es
Canadá un fiel aliado de Estados Unidos? Una fuerza multilateral formada
por amigos de los golpistas sería como contratar al zorro para que cuide
el gallinero. Me gustaría saber como reaccionaría la oligarquía
hondureña ante una fuerza de paz con un contingente mayoritario
venezolano y con un general bolivariano al frente.
Si los hondureños permiten la entrada en su país de una de las llamadas
“fuerzas de paz”, estén o no bajo la bandera de la ONU, pueden dar por
seguro que éstas no se retirarán hasta que la muy dependiente del
imperio clase empresarial hondureña considere garantizados sus intereses
durante los siguientes treinta o cuarenta años. No hay otra actitud
digna que no sea la exigencia de la restitución inmediata y sin
condiciones del presidente Manuel Zelaya; no hay otro camino válido que
el de la resistencia.
Notas
(1) “Does the U.N. Serve American Interests?”, Jack Curry, PARADE, The
New York Herald, Oct. 4, 2009.
(2) “U.N. rebukes nations over rape, torture”, Betsy Pisik, The
Washington Times, Oct.1, 2009.