Historia íntima de una manifestación de 400 horas
En 1954, Gabriel García Márquez fue al Chocó como corresponsal de El Espectador. Estuvo durante “400 horas de manifestación permanente”, en las que “no se oyó un grito contra Colombia, ni contra el gobierno de Colombia”.
Fundar otra vez a Quibdó costaría hoy tanto trabajo como hace doscientos años. Sólo hay tres caminos para llegar allí, y a pesar del tiempo y del progreso y de la técnica, el menos costoso, el más viable y seguro sigue siéndolo el río Atrato, por donde penetran después de un viaje de ocho días, las pequeñas y parsimoniosas lanchas de motor que transportan mercancías desde Cartagena. Quibdó no tiene aeródromo: su pista de aterrizaje es el Atrato, en el que dos veces por semana acuatiza un avión que por más de un motivo se parece a los aviones expedicionarios que buscaban a Tarzán. Allí se viaja, por el aire, en condiciones muy poco diferentes a como se viaja en las lanchas del Atrato entre grandes bultos de fibra para fabricar escobas, comestibles y textiles. Cuando ese avión atraviesa una tormenta -y esto ocurre probablemente en cada viaje, pues en el Chocó llueve 360 días al año- el agua se filtra por las goteras del fuselaje, y a 800 pies de altura se tiene la sensación del naufragio. Sin embargo, aquel es un puente aéreo salvador, cuyos tripulantes tienen el mismo espíritu intrépido de los primeros colonos. De no haberse establecido, la manera más adecuada de llegar a Quibdó desde Bogotá sería viajando primero a Cartagena.
La aventura inédita
En los mapas figura una carretera de 160 kilómetros. Que es pura especulación cartográfica: Medellín – Quibdó. Viajar por ella es padecer una angustiosa y agotadora jornada de 22 horas en vehículos atestados de mercancías y animales. Y como el río Atrato, y como casi todos los ríos y pueblos del Chocó, esa carretera, más teórica que real, que sólo admite el tránsito en un sólo sentido, es una larga calzada de tierra revuelta con polvo de oro. En ciertos lugares de ella, pero especialmente en “La Platina”, a nueve kilómetros de Quibdó, es cuestión de cavar una zanja e instalarse a explotar indefinidamente una mina de oro. Por esos motivos, viajar al Chocó ha sido durante un siglo una aventura un poco fabulosa que, incluso como aventura, está por descubrir.
Una ciudad en la selva
Es preciso saber cómo se llega a Quibdó para entender claramente lo que ocurrió en el Chocó en las últimas semanas. Con su iglesia inconclusa, remendada con latas, y su diezmado parque municipal que parece el saldo de un terremoto, Quibdó es una población de gente civilizada, hospitalaria y pacífica, que sin embargo parece un campamento en el corazón de la selva. Sus polvorientas casas de madera ensamblada y techos de zinc, invariablemente de dos pisos; sus retorcidas calles empedradas y sus hombres vestidos de blanco con el imprescindible paraguas colgado del brazo, obligan necesariamente a recordar algo que no es Quibdó en ningún sentido: una aldea africana. En los oscuros almacenes de la calle principal -un bazar argelino paralelo al río Atrato- los artículos se exhiben en la puerta de la calle y se venden en la puerta de la calle, en parte porque los almacenes no tienen escaparate y en parte porque a las horas comerciales la población arde con 35 grados a la sombra. Los artículos colombianos que allí se venden, parecen artículos ultramarinos.
La primera noticia
Quibdó tiene 16.000 habitantes. Y esas 16.000 personas como todos los chocoanos, no han hecho otra cosa dentro de su cerco selvático, que saberse de memoria con una minuciosidad y una penetración aprendida en el hábito de pensar todos los días en la misma cosa, los graves problemas de la incomunicación de su territorio. El contralor departamental, el embolador y la negrita que atiende en el hotel, explican con diferentes palabras pero con los mismos argumentos, porque no ha progresado el Chocó. Desde hace años, los chocoanos están pidiendo una carretera. No importa hacia dónde vaya esa carretera, siempre que rompa el cerco de la selva. Puede ser a Bahía Solano para tener un puerto en el Pacifico, distante 178 kilómetros de Quibdó. Puede ser a Cupica donde una olvidada selva de naranjas silvestres se está pudriendo desde hace un siglo, porque no hay cómo llevarlas a ninguna parte. Puede ser a Medellín o al Japón, pero de todos modos, los chocoanos tienen años de estar pidiendo que los desembotellen, y lo han gritado en el parlamento, en el consejo de ministros, en los periódicos, en hojas sueltas y en las mesas de los cafés. Desde hace algún tiempo estaban tratando de instalar una estación de onda corta, para pedirlo por radio. Como no tenían dinero para hacerlo, establecieron un sistema de altoparlante en la calle principal, en donde todo el día se transmitían noticias, música popular, y un discurso cada vez que se presentaba la ocasión. Ese discurso, invariablemente, y aunque no fuera de manera directa, pedía a las autoridades centrales que se desembotellara el Chocó. Sin embargo, hace 18 días, la voz profesional que lee los avisos comerciales a través del sistema de altoparlantes, anunció a los habitantes de Quibdó que en lugar de la carretera pedida durante tantos años, se iba a hacer exactamente lo contrario: el Chocó sería descuartizado y repartido de una sola plumada.
La hora del incendio
La noticia se conoció en Quibdó a las siete y media de la noche, que es la hora en que se escuchan los radioperiódicos de Bogotá y también la hora en que principian los incendios. Cuando oyeron la sirena, los habitantes de Quibdó, que saben que sus casas están construidas con leña, corrieron con baldes y recipientes de lata, preparados para colaborar con el reducido pero eficaz cuerpo de bomberos en la extinción del incendio. Toda la población conoció la noticia por los altoparlantes de la calle principal, y allí permaneció durante trece días, cantando, oyendo discursos, agitando la bandera de Colombia y la bandera de Santa María la Antigua, que es la bandera del Chocó. De esos trece días, por lo menos nueve estuvo lloviendo implacablemente.
Muy pocos chocoanos saben que su emocionante movimiento estuvo embotellado durante más de una semana. Nadie viajó al Chocó ni salió de él, en esos días iniciales en que los corresponsales de los periódicos bombardearon al país con boletines cargados de tensa literatura cívica. Se sabía, por informaciones transmitidas por chocoanos, que por lo mismo eran de hecho sospechosas de exageración patriótica, que el pueblo estaba en las calles, que estaba lloviendo y que a pesar de eso continuaban los discursos. Se sabía que los manifestantes lloraban, escribían memoriales y se lavaban en la vía pública 6 mientras el gobierno decidía sobre el proyecto de desmembración. Pero la verdadera magnitud del movimiento, sus intimidades humanas, se desconocían por completo. Nadie supo en el resto del país que el Chocó, con su movimiento embotellado, estaba redactando el acta de independencia.
Ni un solo incidente
Sin embargo, habiendo conocido a los chocoanos en su propio terreno, habiendo vivido con ellos y conocido íntimamente su movimiento, se comprende que muy probablemente la declaración de independencia no se hubiera producido jamás. Durante las 400 horas de manifestación permanente, no se oyó un grito contra Colombia, ni contra el gobierno de Colombia. No se oyó un grito contra nadie. Las manifestaciones estuvieron vigiladas por policías sin armas, y a todo lo largo de ellas no se presentó un solo incidente violento. El único caso de sangre, el único incidente, el único caso de policía – pero literalmente el único- que se registró hasta ayer en el Chocó, fue una muerte violenta en el Carmen del Atrato por motivos al parecer estrictamente personales.
Si esos resultados se debieron a la serenidad del pueblo y a las reiteradas solicitudes de prudencia del comité de acción chocoana, es preciso reconocer que a ellos contribuyó de manera casi definitiva la actitud 7 de las autoridades. No ha habido, en toda la historia del país en los últimos años, y tal vez en muchos más de los que puedan calcularse, una situación más fácil de convertirse en un sangriento problema de orden público. Habría bastado un grito hostil, una imprudencia de las autoridades para que esta formidable batalla cívica se hubiera convertido en un episodio sangriento.
Algo más que prudencia
Hasta el martes de la semana pasada hubo en el Chocó un gobernador chocoano. Cuando éste se retiró y fue nombrado en su reemplazo un militar -que disfruta de una profunda estimación en todo el departamento- la designación fue interpretada como una cautelosa preparación del terreno para la firma del decreto de desmembración. Cuando el nuevo gobernador tomó posesión de su cargo, hacía tres días que el presidente de 12 República había formulado las declaraciones de Tocaima, que parecían definitivas. El pueblo de Quibdó no asistió a la posesión del nuevo mandatario, pero no asumió tampoco ninguna actitud hostil. El presidente del Tribunal Superior estaba pronunciando su discurso de posesión al nuevo gobernador, mientras dos cuadras más allá oradores improvisados saludaban, frente a una multitud de tres mil personas, a la delegación de “EI Espectador”, que fue la primera comisión periodística que pisó tierras chocoanas. Esa misma 8 tarde, al completarse las 300 horas de manifestación permanente, la multitud recorrió las calles de la ciudad, siguiendo la ruta ordinaria. Sobre la marcha se modificó esa ruta, para evitar que el nuevo mandatario considerara como una actitud hostil el paso de la manifestación por la puerta de su casa, a pesar de que por allí había pasado durante diez días consecutivos.
La ciudad paralizada
La crisis del gabinete seccional se produjo esa misma tarde. Los secretarios de la Gobernación afrontaron una situación difícil: no podían aceptar la reiteración de los nombramientos, porque eran chocoanos; y no podían rehusarla porque querían evitar a toda costa que el nuevo gobernador interpretara la actitud como un desafío. La encrucijada fue resuelta por los hechos: dos días después se conoció el desistimiento del proyecto de desmembración, los secretarios insistieron en la irrevocabilidad de sus renuncias, y nuevos secretarios chocoanos entraron a colaborar con el gobernador militar.
Por todo ello es preciso creer que la declaración de independencia del Chocó no se hubiera producido nunca, ni siquiera en el caso de que el departamento hubiera siclo desmembrado de una sola plumada. Tanto los manifestantes como Ios miembros del comité de acción, presentaban, el martes de la 9 semana pasada, el aspecto de una multitud diezmada por los padecimientos El comercio estaba. Interrumpido, los alumnos de las escuelas primarias, de la escuela normal y del colegio de bachillerato, permanecían en las calles junto con los adultos, y en sus rostros .se advertían los estragos de la dura jornada. Hubo indolencia en la campaña. Se batalló contra la naturaleza, y se corrió un grave riesgo, afortunadamente sin consecuencias lamentables: el pequeño grupo de hombres que, en la práctica, dirigió el departamento durante dos semanas, estuvo quince días sin dormir una noche completa y sin comer en forma regular. Los hechos han demostrado que a pesar de ello no perdieron un solo momento la lucidez y la serenidad.
El sexo fuerte
Aunque la actitud firme, prudente y decidida de los hombres chocoanos fue la plataforma de sostenimiento de la jornada, hay que admitir que la gran batalla de la resistencia la dieron las mujeres. Hasta el jueves de la semana pasada no se comía regularmente en Quibdó ni en ninguno de los municipios importantes del departamento. Las amas de casa en los puestos de organización, y el servicio doméstico en las calles cantaban una pieza popular: “En el Chocó se comen sardinas, chontaduro y árbol de pan”. Pero aquello era historia antigua: nadie pescó una sardina durante 15 días, ni alcanzó un 10 chontaduro ni un pan de árbol. En los días críticos del movimiento se comieron alimentos en conserva, plátano frito y un poco de arroz hecho a la carrera. El comité de acción chocoana y sus colaboradores inmediatos consumieron, como alimento básico, 36 latas de galletas de soda.
Resistencia cantada
En el Chocó, como en todos los territorios tropicales, la gente conserva el hábito de sacar sus asientos a la puerta de la calle, desde el atardecer, para conversar hasta las nueve de la noche. Durante las últimas semanas se interrumpió esa costumbre, y los chocoanos que no continuaban en las calles, se encerraban en las casas a componer parodias de piezas populares, y a hacer proyectos para el futuro. Inevitablemente, aquellas reuniones tenían un ambiente de conspiración. “Lamento chocoano”, la hermosa y triste canción compuesta por el maestro de escuela de una remota aldea chocoana, casi en las fronteras con Panamá, se cantó con tanta insistencia, con tanto fervor, que cinco días después de iniciado el movimiento la mayoría de sus intérpretes más entusiastas estaban afónicos. En aquellas salas cerradas, en aquel aire cargado de carbono y expectativa, las mujeres y los hombres escuálidos que cantaban su himno hasta el amanecer, parecían capaces de seguir cantando ese himno hasta el fin de los tiempos. Viéndolos y oyéndolos, uno se acordaba 11 de “La Cucaracha” y “Adelita” en la revolución de México.
En esas pacíficas pero dramáticas reuniones se habían estudiado todas las actitudes que se asumirían en caso de que el decreto de desmembración fuera firmado: se recogerían las cédulas de ciudadanía de todos los chocoanos y se enviarían al presidente de la República; se retirarían los fondos de los bancos, y se continuaría la manifestación hasta cuando la justicia fallara la demanda del decreto. Los planes para la resistencia pasiva eran infinitivos y cada día se concebían nuevos recursos.
Quienes asistimos a esas reuniones, tenemos suficientes motivos para creer que el pueblo chocoano tiene el espíritu templado para haber resistido indefinidamente. Y la mejor prueba de ello es que desde el jueves en la noche, cuando se conoció por un radioperiódico de Bogotá el cambio de rumbo de los propósitos oficiales, el pueblo del Chocó siguió cantando, ahora con mayores bríos, y seguirá cantando y bailando sin dormir hasta el mes entrante. En la actualidad se celebran las fiestas patronales, y cuando ellas terminen, empezará el carnaval. En realidad, todavía no se ha suspendido en el Chocó la manifestación permanente.
*Esta nota fue publicada en El Espectador, el 29 de septiembre de 1954.
Fuente: http://www.elespectador.com/noticias/nacional/historia-intima-de-una-manifestacion-de-400-horas-articulo-650738