‘Hay una probabilidad real de volver a tener un fenómeno como los paramilitares clásicos
Por Natalia Arbeláez Jaramillo
26 de Enero de 2020
La ola de violencia en las regiones continúa: asesinatos de líderes sociales, desplazamientos y masacres, así como, amenazas contra líderes, periodistas, políticos y hasta la alcaldesa Claudia López. Detrás están bandas criminales herederas del paramilitarismo, disidencias de las Farc, el ELN.
Al tiempo, hay denuncias de la población de cierta connivencia de la Fuerza Pública con algunos de esos grupos armados ilegales, en lugares como el Norte del Cauca, y también denuncias por chuzadas y otros hechos presuntamente ilegales.
Con estos desafíos y un Gobierno que no parece estar respondiendo a ellos de la mejor manera a juzgar por los resultados, La Silla Académica entrevistó a Francisco Gutiérrez Sanín, profesor del Iepri de la Universidad Nacional y autor del libro Clientelistic Warfare Paramilitaries and the State in Colombia (1982–2007) (Palgrave, Oxford, 2019), sobre la historia del fenómeno paramilitar en Colombia y la posibilidad de su resurgimiento.
La Silla Académica: El clientelismo usualmente se asocia con políticos y electores, pero usted llamó guerra clientelista a la relación que hubo entre el Estado y los paramilitares durante el conflicto armado ¿por qué?
Francisco Gutiérrez: Mientras en el resto de América Latina la respuesta al desafío insurgente fue centralizadora y dictatorial, en Colombia la provisión de seguridad en los territorios se delegó en coaliciones regionales (una especie de intermediarios) a las que se les permitió armarse para responder a la violencia. Hubo una especie de democratización del acceso a los grandes medios de violencia.
En Colombia se democratizó el acceso a los grandes medios de violencia
Esas coaliciones podían acceder a recursos que les proveía el gobierno nacional y tenían el patrocinio de instituciones claves como el Ejército.
Esta forma de mediación de la relación entre Estado y territorio está en el núcleo de la formación del Estado colombiano.
LSA: Pese a las diferencias, ¿cómo estaban conformadas en general esas coaliciones regionales?
FG: El surgimiento de los paramilitares tuvo dos momentos estelares que de hecho suscitaron un amplio debate público -no hubo nada secreto-: la creación legal de las Autodefensas mediante los decretos famosos de 1965 y 1966, y después, la creación legal de las Convivir en 1994.
A partir del diseño institucional que se fijó, las coaliciones se conformaron en primer lugar por élites vulnerables o ricos rurales expuestos principalmente a ataques como el secuestro –frente a esto las guerrillas tiene una alta cuota de responsabilidad-.
Hay que decir que esos ricos, en todo caso, se habían opuesto a que les cobraran impuestos y a formas de presencia del Estado que les resultaba abrumadora y asfixiante, por lo que preferían una seguridad privada delegada. Es decir, crearon en parte la pesadilla de la que fueron víctimas.
En segundo lugar estaba el Estado, en particular el Ejército, que por ley era quien debía patrocinar y coordinar estas Autodefensas, que fueron legales hasta el 89 cuando Barco las sacó del juego.
Hay que reconocerle cosas importantes a Barco, pero volvieron a surgir en un tiempo relativamente corto, con la creación de las Convivir en 1994.
Y, el tercer componente eran los políticos, intermediarios clásicos. Muchos al comienzo construyen su base de apoyo social a través del poder de los paramilitares.
El ejemplo obvio es Pablo Guarín, pero no es el único, y a medida que los paramilitares se van fortaleciendo, esto se vuelve en muchas regiones más la norma que la excepción.
LSA: ¿Quiénes fueron los principales terceros que ayudaron al establecimiento del paramilitarismo en Colombia?
FG: Entre las élites rurales que mencioné antes hay una presencia muy fuerte de la gran ganadería extensiva -cito a Ramón Isaza diciendo que él era un ganadero certificado y por eso lo habían recibido en las brigadas-. Pero también aparecen los bananeros y palmicultores. No son todos los ricos rurales, también hay que decirlo.
Por curiosidad busqué, por ejemplo, floricultores involucrados. ¿Cuántos hay? Creo que no muchos. Se trata de una economía de exportación eficiente, en la que la tierra no pesa tanto, en cambio el factor reputacional sí. Hubo una diferenciación entre economías agrarias. Estoy investigando sobre esto,
Una vez más, esto es algo público, que dice todo el mundo, pero que muchos quisieran que olvidáramos: el doctor Álvaro Uribe Vélez dijo en su autobiografía “No hay causa perdida” con absoluta claridad: ‘los hacendados armaron esto’.
Con Jennifer Vargas hicimos un conteo de cabezas de los líderes paramilitares y confirmamos que el grueso de los liderazgos estuvo conformado por ganaderos ricos y otros hacendados. Es algo un poco anti-intuitivo, pues la gente se imagina que la guerra es cosa de pobres y jóvenes, un deporte de alta competición, pero fíjese, uno veía a estos cuarentones con barriga y uniforme de fatiga.
Tipos como Mancuso, Jorge 40, Salomón Feris Chadid, Diego Vecino, venían de la entraña del mundo ganadero.
Y armaron la cosa porque sintieron mucha rabia y se sintieron humillados con lo que estaba sucediendo; no les parecía que el Estado iba en la dirección que les satisfacía y encontraron que el acceso a la seguridad privada era su gran opción.
Son esas élites vulnerables las que se pegaron una radicalizada brutal y se involucraron de una manera orgánica al proyecto paramilitar.
Mancuso, a quien Cepeda y Rojas citan en su libro “A las puertas del Ubérrimo” decía: “la autodefensa es una cultura en Colombia”.
LSA: ¿Analiza esto para ayudarle a la JEP y a la Comisión de la Verdad?
FG: Yo ya no sé ni para qué lo hago… (risas).
LSA: ¿Cuál fue el rol de estos terceros?
FG: La cuestión como se cree equivocadamente no es si esos ricos rurales financiaron o no a los paramilitares, porque ¡los crearon, los dirigieron, muchas veces estuvieron también al frente de las masacres y los ataques a la población civil!.
La cuestión como se cree equivocadamente no es si esos ricos rurales financiaron o no a los paramilitares, porque ¡los crearon y los dirigieron!
En mi libro documento a grandes ganaderos, políticos y burócratas de las agencias armadas y civiles del Estado dando órdenes dentro de los paramilitares, como se dice coloquialmente, “tirando línea”.
Los paramilitares eran grupos armados de coaliciones regionales. No actuaron en un vacío social o institucional.
Paradójicamente, lo único que uno puede poner en cuestión es que estas coaliciones hayan sido responsables de la financiación, porque la guerra es costosísima y la economía ganadera extensiva súper ineficiente, por eso los narcos se volvieron socios cada vez más pesados e importantes.
Está la famosa anécdota que cuenta en su libro Olga Behar de Yair Klein, a quien le dijeron que se habían demorado para pagarle sus cursos de mercenario porque ‘no hemos podido vender nuestras vaquitas’.
Por eso en lo que se puede llamar ‘paramilitarismo tardío’ sí adquirieron protagonismo figuras que podían ser mejores financiadores, pero eso creó a su vez un montón de problemas.
LSA: ¿Usted dice que la historia que su libro cuenta del paramilitarismo entre 1982 y 2007, tiene que ver con una historia que lo precede y lo sucede: el permanente uso que ha hecho el Estado colombiano y diferentes grupos en su interior de prestadores privados de seguridad y violencia… de acuerdo con eso ¿Cuál es entonces la importancia de su libro en este momento?
FG: Con el proceso de paz pensé que estaba escribiendo un libro histórico, pero no.
La tradición de sectores políticos y sociales en el país de presionar por el acceso privado a la seguridad aunado al desafío, que ya no es insurgente, que representan los grupos armados en el territorio, cuyo carácter no se ha definido, hacen que haya una probabilidad real de que volvamos a tener un fenómeno por el estilo de los paramilitares clásicos.
Hay una creciente inseguridad rural que está relacionada, entre otros, con el incumplimiento de los Acuerdos de Paz.
Si las disidencias de las Farc se siguen fortaleciendo -aunque Iván Márquez y Santrich prometieron no secuestrar-, pero no todos piensan lo mismo, por una parte, y, el ELN, que tiene una larga tradición secuestradora, mantiene su accionar, se pueden dar demandas territoriales de seguridad privada frente a la sensación de desamparo del Estado.
Recordemos la solicitud que hicieron a comienzos de 2019 ganaderos del Cesar al ex presidente Uribe para que el Gobierno revisara la prohibición de armarse. En un Estado tan inequitativo hay sectores que tienen tanto la necesidad percibida de demandar seguridad privada como la capacidad de obtener respuesta positiva a ella.
Hay que decir, en todo caso, que no es un tema solo de Colombia. En el mundo hay una tendencia fuerte al acceso a la seguridad privada que ya está bien analizada. Acabo de llegar de Oxford de una conferencia sobre milicias gubernamentales en la región del Medio Oriente y el Norte de África (Mena): el fenómeno estaba generalizado.
LSA: ¿Por qué cree que es alta la probabilidad de volver a tener paramilitares clásicos si de entrada el factor ideológico está medio ausente?
FG: El nuevo fenómeno criminal es algo que han estudiado juiciosamente Víctor Barrera y Teófilo Vásquez, por ejemplo.
Sí son distintos los paramilitares a las bandas criminales actuales: la relación de patrocinio institucional del Ejército no está y eso pesa. La relación con las élites legales regionales se hizo más débil y el espacio lo llenaron las élites regionales ilegales: narcos, mineros ilegales.
Pero también tienen muchas similitudes. Está en buena parte el mismo personal, por ejemplo, las mismas conexiones.
Uno no puede decir, además, que no tienen una ideología antisubversiva o que no tienen connotación política.
Llama la atención que, si bien la mayoría de los asesinatos de líderes sociales no tiene perpetrador conocido, entre los conocidos, el principal son herederos de grupos paramilitares, aunque el Gobierno los asimile a simples narcos. El Clan del Golfo es un ejemplo de esto y el Gobierno no parece querer verlo.
Las Autodefensas Gaitanistas recogen en su página web mucho del discurso legitimador de “El Tercer Actor” que fue el libro que escribió Carlos Castaño, el clásico de las AUC. En él se decía “los ricos tienen quien los defienda: el Estado. Los pobres tienen quien los defienda: la guerrilla. Nosotros vamos a ser los defensores de la clase media”. Ahí claramente tenemos un discurso político.
Los paramilitares eran una oferta de seguridad vía política, con muchas conexiones; estas bandas herederas son una oferta vía mercado, pero puede perfectamente terminar favoreciendo a los mismos que tengan la plata para pagar.
LSA: Frente a la violencia la solicitud sigue siendo que llegue el Estado, pero usted dice que no se ha encontrado una clara correlación entre presencia del Estado y conflicto y de hecho hubo lugares con mucho Estado donde floreció el paramilitarismo…
FG: Si uno revisa dónde ocurrieron los principales crímenes o delitos durante la guerra colombiana: homicidios, secuestros, masacres de sectores específicos -por ejemplo, los asesinatos de líderes de la Unión Patriótica- se va a encontrar con un dualismo.
Por una parte, departamentos y municipios con poco Estado, como Arauca o Guaviare. Por otra, departamentos con mucho Estado, al menos para los estándares colombianos, como Antioquia o Santander.
Si uno mira más atrás La Violencia se originó en la pepa andina, cafetera del Estado colombiano.
Aunque la fórmula de llevar bienes y servicios sirve, solo captura parte del problema que tiene que ver con la ausencia del Estado, pero la otra parte del problema es el tipo de presencia del Estado que puede haber, que en muchos casos como he mencionado, es a través de intermediarios regionales.
Y en la medida que haya disputas por el acceso a la tierra, por ejemplo, van a empezar a tener incentivos para promover el acceso a la seguridad privada.
LSA:Según su libro, EE.UU fue importante en la creación del paramilitarismo en Colombia pero también en el control de sus vínculos con el Estado, ¿a qué se debe esta contradicción y cuáles fueron sus efectos?
FG: Hay evidencia clara que los gringos estuvieron detrás de la creación de las autodefensas, lo que falta es saber qué sucedió después. En toda esta historia hay mucha ambivalencia, mucha ambigüedad.
El surgimiento de un régimen liberal internacional en donde la defensa de los derechos humanos y la democracia eran importantes, por una parte, y por otra, el inicio de la guerra contra las drogas, dio lugar a que los paramilitares fueran no solo un aliado sino que se convirtieran en un blanco, dado su carácter punitivo y dada su estrecha relación con narcos desde el principio.
Sin este contexto uno no puede explicar por qué se desmovilizaron estos tipos durante el gobierno de un presidente que les gustaba -otra cosa es que alguien pueda decir que era un amor no correspondido-, en un momento en que estaban ganando la guerra, en que se habían enriquecido y tenían toda clase de apoyos sociales y políticos.
Mancuso dijo que tenían el 35 por ciento del Congreso, es una exageración, pero sí tenían probablemente un 25 por ciento.
Revisando la correspondencia interna de ese entonces lo que uno encuentra es que la cosa no era tan alegre, se sentían en riesgo, tenían mucha ansiedad.
Uno podría pensar que se desmovilizaron porque se equivocaron y creyeron que todo iba a ser como la rumba de San José de Ralito, pero no, los seres humanos pueden rumbear y a la vez sentirse ansiosos.
Y, efectivamente el desenlace no fue bueno para ellos, no pudieron apaciguar a los Estados Unidos como hubieran querido.
LSA: ¿Cómo juegan las relaciones con EE.UU. actualmente?
FG: Lo alarmante para la Colombia es que esos factores de presión para los paramilitares ya no están hoy.
Lo alarmante para la Colombia de hoy es que los factores de presión internacional contra los paramilitares ya no están hoy.
Aunque la lucha contra las drogas sigue vigente,Trump ha debilitado de manera crítica ese régimen liberal internacional que jugó un papel importante: en los correos que se cruzaron durante el proceso de desmovilización -de nuevo- Castaño insistía a sus tropas que pararan las masacres, y no porque hubiera tenido un ataque de angustia ética sino por razones puramente políticas, por miedo a los efectos frente a auditorios estadounidenses.
LSA: Hay un concepto transversal a todo su texto que es el de “los impases sociales” que a menudo terminaron en masacres (los paramilitares tienen a cuestas 1400 masacres) y que afectaron la soberanía del Estado ¿tienen también que ver con su desmovilización?
FG: Tanto amigos como enemigos tenían la fantasía de que los paras entraban al territorio, lo “limpiaban” de guerrilla y la cosa se estabilizaba: la gente no transgrede las normas por miedo a que la maten y el grupo armado deja de tener incentivos para castigarlos. Y aunque eso es intuitivo, la cosa no pasó así, los paramilitares generaron un desorden tremendo.
La guerra y el control territorial tiene sus propias lógicas. Primero, además de la lucha contrainsurgente había demandas crecientes de violencia y seguridad contra desviaciones sociales, la llamada “limpieza social”, o contra el vecino por el simple deseo de apoderarse de los bienes del prójimo, por “micromotivos”.
Segundo, la relación entre la coalición que creó o llamó a los paramilitares y el grupo de especialistas en violencia que los constituyó podía volverse rápidamente muy complicada: los paramilitares podían transformarse en una guardia pretoriana. O simplemente convertirse en instrumento de algún notable regional o local, con consecuencias imprevisibles.
Con relativa frecuencia, como lo documento en el libro, el combito de gente armada -dos a tres personas- caían en manos de ricos rurales que empezaron a disparar contra sus pares porque querían quitarles la finca para disminuir su poder o por cualquier otra razón.
Tercero, en la lucha por la intermediación regional, el faccionalismo paramilitar se cruza con el faccionalismo político y se arma un despelote gigantesco: los paramilitares mataron a muchos políticos tradicionales y aunque algunos fueron héroes genuinos y se les opusieron, en muchos casos los paramilitares los atacaron porque le estaban obedeciendo a otros paramilitares o porque creían que se les habían torcido en negocios comunes.
Leal y Dávila, en su libro sobre Tiberio Villarreal, muestran que éste utilizaba los paras contra la subversión pero también para impedir que otras facciones del Partido Liberal le quitaran su podercito.
La articulación de los paramilitares con el sistema político colombiano generó una especie de bomba atómica.
La articulación de los paramilitares con el sistema político colombiano generó una especie de bomba atómica que hizo explotar las estructuras de poder en el territorio y generó dinámicas muy sangrientas.
La metáfora de Frankenstein, que repiten una y otra vez periodistas y sectores sociales para referirse a los paramilitares, es muy reveladora. Frankenstein crea el monstruo y se le sale de las manos y empieza a atacarlo a él.
LSA: ¿Una de las novedades de su libro es que contrario a lo que sostienen autores como Gustavo Duncan, usted señala que los paramilitares eran una estructura inestable: “constelaciones de estructuras armadas”. ¿Por qué es importante comprender esto?
FG: Los paramilitares no tenía una división jerárquica sino vía delegación y facciones. “Doble Cero”, un tipo muy inteligente pero un asesino a sangre fría, lo llamaba lúcidamente ‘una repartición feudal del territorio’.
Cada unidad tenía mucha autonomía y las contradicciones por el control territorial se vuelven grandes y generan enfrentamientos entre paramilitares como el del Bloque Cacique Nutibara contra Metro, en la que terminó cayendo justamente Doble Cero; la de los paramilitares de Castaño contra “los Buitrago”-que eran los locales- en el sur; la de las AUC contra Hernán Giraldo en la Sierra Nevada; muchas de las cuales implicaron disparar contra la base social del adversario y hacen parte de los impases sociales que estaba mencionando. Hay muchos más ejemplos de esto.
LSA: Usted menciona poco en su libro al expresidente y senador Álvaro Uribe ¿jugó un rol en el surgimiento del paramilitarismo en Colombia?
FG: Mi propósito fue hacer un libro que no fuera faccioso ni personalizado, sino analítico.
Uribe viene exactamente del mundo y de las coaliciones que dieron origen al paramilitarismo.
Hay que esperar los resultados judiciales para hablar en terreno firme, por ejemplo, los del caso de los 12 Apóstoles y Santiago Uribe, pero lo que es claro y sobre lo que no tengo la menor duda es que Uribe viene exactamente del mundo y de las coaliciones que dieron origen al paramilitarismo. El libro de Olga Behar lo mínimo que muestra es que los Uribe estaban parados en ese mundo.
Es un presidente ganadero. Lo dice él en su autobiografía, Yair Klein, el Meridiano de Córdoba: “El presidente ganadero cordobés” si no me falla la memoria.
Tiene los mismos sentimientos que uno encuentra en las declaraciones de Mancuso, Jorge 40, Castaño, y es la humillación que les infligía la guerrilla.
Defendió apasionadamente las Convivir cuando era gobernador de Antioquia. Su secretario de Seguridad era Pedro Juan Moreno, que intermedia entre las Convivir paramilitarizadas y los bananeros.
Uribe recibió apoyo orgánico de los paramilitares en sus territorios: el fraude electoral que hicieron en el Magdalena era para apoyarlo a él, la Gata lo financió. Hay una evidencia pública y masiva.
Pero, lo interesante de Uribe es que es eso pero también es mucho más que eso.
LSA: ¿En qué sentido?
FG: Uribe es un súper intermediario con capacidades políticas gigantescas.
Entre diferentes grupos sociales: en su primer Gobierno le está hablando directamente a los EE.UU. y a los ricos legales cuyo corazón conquistó, por lo menos, en sus primeros cuatro o seis años, en su totalidad; a la alta tecnocracia que estuvo enamorada de él también en sus primeros cuatro años.
El primer gabinete de Uribe era el sueño mojado de la tecnocracia colombiana: ¡Roberto Junguito, Juan Luis Londoño!
Uribe fue capaz de intermediar entre diferentes tipos de demandas, unas globales y otras regionales: propuso sacar a los paramilitares y proveer seguridad estatal para combatir la guerrilla -la fórmula mágica fueron los ataques aéreos contra las Farc- y eso hace parte de su éxito. Pero al mismo tiempo le dio gran poder a las coaliciones territoriales paramilitarizadas que exigían seguridad.
LSA: ¿Por qué Uribe termina extraditando a los paramilitares?
FG: El animal de la paz en Colombia no es la paloma es el conejo. No solo con las Farc sino con los paramilitares. Si yo fuera un líder de un grupo irregular lo pensaría dos veces antes de negociar con el Estado colombiano que tiene una gran incapacidad de mantener la palabra empeñada, lo cual es gravísimo.
El animal de la paz no es la paloma es el conejo.
Lo que pasó tras la negociación con los paramilitares es que cambió el sistema de incentivos que propuso Uribe al principio.
En parte, porque sectores de la coalición uribista empezaron a decir que estaban yendo muy lejos dándole juego a la ilegalidad y a los narcos, personas como Rafael Pardo o Gina Parody, uribistas entusiastas que además tenían muy buenas relaciones con EE.UU. Y en buena medida las reglas de juego cambiaron tras la revisión de la Corte Constitucional.
Los paras comienzan entonces a sentirse atrapados y arrancan a hacer confesiones y a chantajear y creo que eso es lo que está detrás de su extradición.
LSA: Usted dice que la teoría de las manzanas podridas no se puede aplicar a las relaciones entre la FP y los paramilitares…
FG: La relación de los paramilitares fue muy orgánica con el Ejército y con la Policía. Para los paramilitares más desarrollados y maduros no solo era importante la contrainsurgencia sino también el orden público que pasa por la Policía.
Y como lo he mencionado, había un diseño institucional que establecía que el Ejército era el patrocinador de las Autodefensas y de las Convivir. Me sorprende la capacidad de negar cosas que fueron muy públicas.
Por otro lado, la duración de la guerra tiene efectos vegetativos, dinámicas que la gente no ha pensado, y hubo un flujo realmente grande de soldados, suboficiales, incluso oficiales, del Ejército y la Policía hacia los paramilitares, gente que no se ceñía a las reglas por ejemplo. Doble Cero fue uno de esos casos.
Esa gente tenía primos, amigos en la Fuerza Pública: a los militares les decían “primos” y a los policías “primos verdes”.
Pero la duración de la guerra también genera una serie de impases sociales entre los paramilitares y la Fuerza Pública como el que cito en libro, y que es un clásico del periodismo, que es la crónica de Juanita León sobre la matazón de Segovia.
En un momento en que Doble Cero pensaba que no tenía nada que temer del Ejército de ese municipio, un suboficial que tenía unas cuentas pendientes con unos paramilitares con quienes había tenido problemas y, por el otro, el incentivo de presentar bajas frente a la presión internacional, fusiló a todos los que iban en un camión al pasar por un retén militar; esta clase de cosas fue generando desconfianzas entre ellos.
LSA: ¿No hubo excepciones de miembros de la Fuerza Pública que combatieran los paramilitares?
FG: Sí hubo unos casos de lucha genuina contra los paramilitares. Tanto del Ejército como de la Policía. Con seguridad hubo miles de personas que no colaboraron. Que haya habido un fuerte vínculo institucional no implica necesariamente que la cohabitación haya pasado por grandes números. Esto es un tema que toca evaluar con cuidado.
A toda la gente que se comportó bien desde arriba le hicieron la vida invivible y eso todavía pasa.
También en la oficialidad. Palomino, quien llegó a director de la Policía, tiene un par de episodios que hablan bien de él -no sé qué pasa después-, pero eso no fue tan frecuente y a toda la gente que se comportó bien, porque defendía la ciudadanía o por un sentido básico de honor militar y de respeto a las normas, desde arriba le hicieron la vida invivible y eso todavía pasa. Lo que muestra de manera impresionante dónde están las apuestas de las estructuras de poder.
LSA: ¿En la ola de violencia que hay en las regiones cree que haya de nuevo cierta connivencia con la Fuerza Pública?
FG: Hay una interacción muy larga con la Fuerza Pública, la necesidad de esconder que crea un sistema de complicidad.
Ya no es la vieja relación de patrocinio pero sí se alimenta de ella y se refleja en declaraciones del Director de la Policía como la de que ¡’las Águilas Negras no tienen registro’!, en ese dejarlos actuar, en “la invisibilidad”: ¡no los veo! pero están ahí.
Uno de los aportes reales del proceso de paz es que se creó una cierta desalineación entre esas estructuras de poder y las agencias del Estado en el territorio.
La implementación del Acuerdo implicaba, por ejemplo, el tratamiento no punitivo de los cultivos ilícitos, entonces los campesinos dejaban de ser enemigos del Estado. Un efecto análogo tenía llevar la dinámica participativa a los territorios.
Con este Gobierno, en cambio, se ha mantenido la mentalidad contrainsurgente en los territorios, una lógica de guerra. Volvieron las masacres que prácticamente habían desaparecido, van más de diez.
Y el caso de Leyner Palacios, el líder social de Bojayá, muestra indicios de una realineación y además, una impotencia abrumadora del Estado: lo visita el Presidente, habla con él y sin embargo tiene que huir del territorio intimidado, además después de recibir una desagradable notificación por parte de la Fuerza de Tarea Conjunta Titán.
La pregunta que uno se hace es si esta acumulación de fenómenos negativos va a seguir creciendo o si tiene un techo.
La pregunta que uno se hace es si esta acumulación de fenómenos negativos va a seguir creciendo o si tiene un techo.
LSA: ¿Duque puede influir en que hay una mayor alineación de intereses entre algunos miembros de la Fuerza Pública y grupos criminales?
FG: El Gobierno Duque ha sido muy malsano en premiar y/o esconder y/o ascender a miembros de la Fuerza Pública involucrados en estos problemas.
La política uribista frente a la Fuerza Pública, en general, es también malsana porque por definición son héroes, entonces la idea es esconder los delitos que puedan haber cometido y atacar a los que hablan.
Algo que es desmoralizante también contra aquellos miles de miembros de la Fuerza Pública que están del lado del honor militar y de ciertas reglas básicas de civilización.
Algo que queda claro en el libro es que la magnitud de miembros de la Fuerza Pública involucrados en el paramilitarismo -uno a uno- es algo que todavía está abierto a discusión: para tener influencia en una Estación de Policía usted muchas veces no necesita sino uno o dos.
LSA:¿Muchas de las amenazas actuales contra líderes sociales, políticos de centro-izquierda, periodistas, provienen de las “Águilas Negras”¿cree que tengan algo que ver con paramilitarismo?
FG: Es difícil saberlo. Lo único que sé es que el Estado no está peleando contra ellas, eso es evidente en la respuesta muy sorprendente del Director de la Policía tras la amenaza contra, entre otras personas, Claudia López, pero sobre todo en que no hay capturas y es evidente también que actúan, están haciendo unas amenazas gigantescas. La pregunta es: actúan y el Estado no responde ¿qué está pasando?
Lo único que sé es que el Estado no está peleando contra las Águilas Negras.
No puede suceder que un grupo armado ilegal amenaza a la Alcaldesa de la capital de la República y el Director de la Policía dice ‘no es que estos tipos no tienen registro’ como el de Cámara de Comercio! O es gente muy poderosa o hay complicidades dentro del Estado.
‘Hay una carrera entre un resurgimiento violento y las transformaciones que estamos viendo’
LSA: Dado el vínculo esencial que usted establece entre clientelismo y el paramilitarismo, ¿cómo juegan los cambios electorales que estamos viendo y también de movilización frente a la alarma que usted lanza de un posible resurgimiento del paramilitarismo?
FG: Los analistas sociales hemos sido muy flojos identificando los cambios que está teniendo la sociedad colombiana. Esos cambios se ven en las marchas, en las elecciones.
La clase media se ha engordado: hace 20 años cuando se hablaba de clase media la gente se imaginaba un gomelo hablando con una papa caliente en la boca, ahora tenemos un estrato tres, cuatro y cinco fortalecidos, movilizados, capaces de hablar con voz propia y encontrar a sus propios candidatos.
Claudia, Quintero, Ospina, en las grandes ciudades, representan un país bastante distinto, no perfecto, no ideal, no bonito. Pero sí diferente. Representan una voz que está harta de la lógica del pasado.
No puede suceder que un grupo armado ilegal amenaza a la alcaldesa de la capital de la república y el Director de la Policía dice ‘que no tienen registro
Como tenemos pocos estudios sistemáticos sobre esto, en todo caso, es difícil decir algo más.
Esa sociedad distinta refuta un poco el discurso de los pacifistas que hablaban de una Bogotá insensible, que no sufrió los horrores de la guerra, en contraposición a la “Colombia profunda”.
¡Una razón más para entender por qué perdieron el Plebiscito! resulta que en las grandes ciudades había una capacidad de politizar el anhelo de cambio social y de paz y lo que ha pasado es que se han vuelto el epicentro del cambio.
A punta de cambios sociales podría darse la construcción de otras estructuras de poder. Uno mira los nuevos gabinetes, las formas de proceder, de comunicarse con la gente, los simbolismos (piense en la bicicleta), las coaliciones y ya no es la lógica un poco oscura del amigo, del amigo, del amigo. De pronto estoy siendo muy optimista, pero ahí veo un cambio real.
La pregunta es qué tanto se puede exportar esto a otros territorios. Como ya hablamos: no es entonces solo la cantidad de Estado que llega sino la calidad de Estado que llega. Hay una carrera contra el tiempo a ver quién llega primero, si estos fenómenos malsanos o estas transformaciones que estamos viendo.