Geishas y mermeleros

De tanto respirar el aire maligno de la “Casa de Nari”, la imagen del Francisco Santos inofensivo y loquito quedó atrás.

Hoy es otro más del grupo siniestro de calumniadores y malandrines. Su intento de enlodarme, imputando al DAS que dirigí las “chuzadas” al director de la DEA en octubre de 1995, fue ruin y torpe. Ignoró Santos que su mismo periódico informó que el responsable de ese delito fue un hombre del cartel de Cali, capturado por el general Serrano.


El que anda entre la miel, algo se le pega. Pacho asimiló el oficio del sicariato. Por fin aprendió algo, incluso a tirar la piedra y esconder la mano, porque después de que derrumbé su acusación, no se atrevió a insistir en su infamia.

La impunidad le ha hecho creer a este pintoresco personaje de la incultura colombiana, que así como Mancuso y otros dos jefes narcoparacos sostienen que se reunieron con él por lo menos cinco veces, en tres de las cuales se habló de crear un grupo paramilitar en Bogotá (Bloque Capital), él puede destruir honras ajenas, apoyado por redactores políticos que reciben órdenes o se le arrodillan a José Obdulio.

Qué paradoja, este Vicepresidente enredado de paramilitarismo fue el mismo que en abril de 2008 sugirió que detrás de la decisión de la Corte de no extraditar a algunos paracos habría dinero del narcotráfico. Semejante acusación y nada le pasó.

Allí está el drama de esta democracia enferma. Además de la penetración en la justicia y otros entes autónomos, el Gobierno infiltró medios. Vivimos de nuevo como en la dictadura de Rojas Pinilla, cuando los cierres de las ediciones de los periódicos eran vigilados por asesores del régimen. Antes los redactores protestaban, ahora ofrecen sumiso auxilio.

El balance de la tiranía oprobiosa de Uribe es similar al Perú fujimorista. Hay Fujimori, muchos Montesinos y periodistas fletados por el régimen, dispuestos a todo menos a decir la verdad.

Según el libro de Sally Bowen y Jane Holligan, El espía imperfecto (La telaraña siniestra de Montesinos), el gobierno fujimorista silenció la crítica, promoviendo reporteras asalariadas —“geishas”— que formulaban preguntas fáciles al mandatario o lo protegían de comunicadores independientes; o remunerando, a través del erario o de empresarios contratistas del Estado, a unos columnistas —“mermeleros”— cuyas opiniones sesgadas hacían eco a las campañas oficiales de descrédito contra opositores.

Aunque aquí están mezclados “geishas” y “mermeleros”, la cosa es más grave, porque hay unos comunicadores que pretenden estar siempre en el ojo del huracán, reclamando con artificios la autoridad de haber visto, oído, tocado, olido todo, porque alegan haber sido víctimas o testigos. Lo que en el fondo ocultan es un pacto inmoral con el Gobierno, que consiste en no elogiarlo, para no perder fuerza en el resto de su misión, pero que los obliga a combatir durísimo o con insinuaciones calumniosas que recojan infundios gubernamentales, a quienes no adulen al mesías o los multimillonarios negocios de los “hijos del Ejecutivo”.

El ataque no cesa; ya hasta el indelicado Fernando Londoño, alias “Héroe de Invercolsa”, y otros de su calaña, escarban vidas honorables, también con el propósito de manchar prestigios. Como Luis Carlos Restrepo, quien se ratificó de una temeraria y vengativa denuncia penal contra los magistrados que destaparon la yidispolítica.

No todos estamos dispuestos a claudicar. Por aleves que sean las amenazas y poderosos los rufianes, mi pluma permanecerá altiva, libre, combatiente, lista a enfrentar lo que venga. Más que una promesa, es un deber irrenunciable.

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Adenda. ¿Cómo así que los hermanos del Alcalde de Cali husmean su administración?

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