Excitaciones a la colombiana
Colombia es un país excitante: se pasa, a velocidades de disparo, de la celebración ruidosa de un gol a la revelación de una campaña de propaganda negra contra el plebiscito, y de la derrota del SÍ en un domingo pasado por coletazos de un huracán al otorgamiento del Nobel de Paz al presidente de la república.
País extraño, si los hay. Aquí, tras el magnicidio de un líder popular que desencadena la ira entre los olvidados, se transita a la inauguración del torneo de fútbol profesional y la vuelta a Colombia en bicicleta. Y de la destrucción del Palacio de Justicia y el calcinamiento de las cortes, a un reinado de belleza en la Heroica.
Pero en dos semanas, del 26 de septiembre al 6 de octubre, acaecieron sucesos extraordinarios, todos relacionados con la paz y la guerra. Aquí, donde ejercen su pontificado de mentiras tantos patriotas y salvadores de la democracia, según sus discursos y los hinojos de sus conmilitones, circularon varias especies sobre que el país se iba a homosexualizar (“ay, qué dicha”, trinaron algunos gozones) debido a los acuerdos de paz; que un presunto castrochavismo (vaya chiste banal y de mal gusto) se iba a tomar al Estado porque desde La Habana llegaba un barco cargado de… y así, como parte de embustes repetidos, un conglomerado de los impulsadores del NO esparcieron al viento sus falacias.
Las mismas que, aunque ya se tenían nociones de las tácticas de infamia y mendacidad de los promotores, reveló el gerente de la campaña uribista por el NO, el excandidato a la alcaldía de Medellín Juan Carlos Vélez. No parece que el tipo de marras sea un aventajado discípulo de Goebbels y compañía, porque aunque el nazi alemán no hubiera sido nada extraordinario, sí se requiere cierto talento para montar un sartal de mentiras y hacerlas pasar como verdades. Y callar sobre el asunto.
Vélez muy ufano y orondo, que no sé por qué hizo recordar al Renacuajo paseador, salió a decir cómo habían adelantado los de su combo la campaña por el No en el plebiscito. Cómo había sido la esencia del sabotaje contra el que ya se ha denominado como el único proceso de paz exitoso, una salida negociada al conflicto, en la desdichada historia de Colombia. Admitió, sin querer quizá, embrujado por el triunfo del NO, que habían tergiversado muchos aspectos del acuerdo y señaló a algunos de los patrocinadores de las mentiras.
El ahora exgerente de la campaña uribista por el NO ratificó lo que la historia ya había corroborado: las maneras del “gran jefe” y de sus acólitos para utilizar la mentira y otras modalidades vulgares de la demagogia y el bulo. Y, de paso, dejó en evidencia a los “patrocinadores” del desaguisado, como las empresas de Ardila Lulle y otras.
Vélez, que renunció porque dijo la verdad sobre las mentiras, y que, según su exjefe, era un compañero que no “cuidaba las comunicaciones” (léase: engaños, conspiraciones, tergiversaciones, etc.), pasó de ser un “héroe” de los conjurados a un “burrito sabanero” que sirvió para cargar el saco de las manipulaciones de la campaña del NO, catalogadas por clases sociales. A los ricos les decían que los acuerdos abolirían la propiedad privada y a los pobres, que a “la Far” le iban a pagar mucha plata. Y así, con las argucias de la desinformación.
País excitante, si los hay, digo. Muchos de los que votaron NO (y el ejercicio es válido) estuvieron después en las multitudinarias marchas por la paz, en las que los jóvenes estuvieron en primera fila, recordando que ellos deben ser protagonistas de la historia. En la de Medellín, con coloridos paraguas y enorme entusiasmo, se gritó, por ejemplo, que “Antioquia no es Uribe” (bueno, falta ver).
Cuando las caras contentas de “monseñores” exprocuradorescos y pastores apocalípticos y uribistas (hasta castrochavistas vergonzantes serán) estaban en la celebración por la victoria del NO, llegó del frío la noticia del nobel de Paz para el presidente de Colombia. Y alguno, ya no se sabe quién, dijo, en medio del ruidoso festejo, que “ganamos el Nobel pero ¿y la paz?”. Todo estas emociones, expresada en tan poco tiempo, convierten al país de los magnicidios y de las muchachas bonitas en uno muy excitante.
Quizá, y para recordar a un poeta de tango, somos un circo, en medio de lo trágico y lo cómico. “Soy un circo, hermano mío, soy un circo, seca tu llanto en la melena del león…”.
Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/excitaciones-colombiana