“Esa mujer…”
El pasado fin de semana estuve, junto a cuatro mil y pico de personas, en el Encuentro Nacional e Internacional por el Acuerdo Humanitario y la Paz en Colombia, celebrado en Cali.
Fui allí a hacer un video y también como interesado en las deliberaciones, lo que me permitió descubrir nuevos liderazgos campesinos, indígenas, estudiantiles, artísticos, afros, de género, gays, reveladores de que este país puede perfectamente remontar su condición rezagada. Me topé con narrativas políticas inéditas y sensibilidades que no por proceder de regiones remotas y castigadas (del Catatumbo al Putumayo y del Urabá al Amazonas) carecieron de una percepción informada del mundo y del país. Aprendí conceptos, léxico, ademanes, que me agarraron a quemarropa y me pusieron al tanto de todo lo que había cambiado la gente desde la última vez, hace rato ya, que asistí a una encerrona de esas en las que se reflexiona en voz alta. Llevaba tiempo también sin ir a una marcha, y en la de Cali, que recorrió 30 cuadras bajo un sol bravero, me gocé la primicia de consignas desconocidas y coreografías inesperadas.
Fui, pues, durante tres días, testigo de una Colombia resurgida, que creció imperceptiblemente mientras los dos últimos gobiernos de un solo presidente la creían extinta. Al calor del impacto podría yo idealizar esa intuición, quizás atribuible a la euforia de los salones y los prados atiborrados, a la decantación creadora de rabias ancestrales o al influjo de las tecnologías de esta época, en la que hasta en las aldeas donde hacen su siesta los caimanes hay un café internet. El hecho es que en ese Encuentro no me sentí entre personal de “la periferia”: una muchacha negra de Guapi, a la que le dije líder, me corrigió: “Liderezza, dirá usted”.
Campesinos de orillas del río Cimitarra repartían una revista lujosa, hecha por ellos en sus computadores, con artículos aguerridos contra los agro-combustibles y los depredadores armados. Un negro grande del Chocó me dio una cátedra sobre por qué se rebautizó “Mandinga”, en lugar de Jorge Isaacs, nombre que le habían puesto sus padres. Jóvenes indígenas de todas partes —antropólogos de sí mismos— iban y venían con sus cámaras intercambiando saberes. Estudiantes de universidades traviesas disertaban con una sintaxis que nada qué ver con la retórica rancia.
La nación harta de ser subrepticia fue la que se dio cita en Cali, y quien logró su convocatoria fue Piedad Córdoba, cuya química con esos centenares de insumisos es total, pues los interpreta sin artificios ni trastiendas.
No hubo miedo allí para pronunciar expresiones herejes como “Intercambio humanitario” o “Solución negociada al conflicto”. Ese estigma ya se lo pasa la gente por la galleta. Obvio entonces que a esa multitud no gregaria la haya llamado José Obdulio Gaviria “una coordinadora” insurreccional. Y que a Piedad Córdoba, “esa mujer”, como la llama un ex ministrico risible, le haya montado el DAS el cuento de que obstaculizó la acción de la justicia en lo relativo a la “captura de un guerrillero asistente al encuentro”.
Doy fe de que lo vi todo, y de que el tal “guerrillero”, Iván Danilo Alarcón, es un caballero al que le han echado los sabuesos por ser Defensor de Derechos Humanos y miembro de la Zona de Reserva Campesina de Corinto. Ocurrió que el hombre, ingenuamente, cumplió una cita anónima en la puerta del centro educativo donde almorzaban los delegados, y una vez afuera, lo agarraron tres civiles con el más puro estilo traqueto e intentaron treparlo a un taxi, y no como lo ha dicho el jefe del DAS “leyéndole sus derechos y mostrándole la orden respectiva del juzgado”.
Felizmente Iván Danilo pegó el grito desde el suelo, donde lo tenían apercollado, y sus compañeros alcanzaron a ponerlo a salvo de los sospechosos captores. Estos últimos fueron retenidos mientras se los entregaba a las autoridades por mediación que hizo el doctor Carlos Lozano, delegado al encuentro.
De esta escaramuza estuvo ausente la Senadora, quien sólo la supo por teléfono, pues almorzaba lejos con invitados internacionales. Me consta.
EL ESPECTADOR