Entre la corrupción y la politiquería
Colombia se percibe cada vez como más corrupta, no obstante que la principal promesa electoral de nuestro Presidente fue combatir la corrupción y la politiquería: el índice de transparencia es de 3,7 sobre 10, y el país pasó del puesto 70, donde se había mantenido estable los últimos siete años, al 75. Así lo índica el último Barómetro realizado por Transparencia Internacional.
Y según la última encuesta de Gallup, el 61% de los habitantes de las cuatro principales ciudades cree que la corrupción está empeorando, cuando hace un año dicha proporción estaba en el 43%. Y el 51% confiesa que desaprueba el manejo que el presidente Uribe le da a la corrupción, mientras que el año pasado sólo el 37% manifestaba su desaprobación.
¡Nadie puede extrañarse de que esa sensación exista! ¿Cómo puede alguien sorprenderse de que la gente sienta que la corrupción va in crescendo después de que hemos contemplado, por ejemplo, el escándalo de Agro Ingreso Seguro, subsidio que, como tantos otros, acabó en manos de los ricos, sin que haya pasado nada, es más, habiendo observado cómo el Presidente apoyó al Ministro y confirmó que esa es, precisamente, su política? ¿Cómo puede extrañarnos que los colombianos creamos que hay más corrupción cuando hemos palpado la corruptela en el Instituto Nacional de Concesiones? ¿Cómo puede creerse que la corrupción no va en aumento si hasta el propio DAS, organismo de inteligencia adscrito a la Presidencia de la República, se ha puesto al servicio de oscuros intereses y el Presidente llegó hasta a defender y premiar a su antiguo director, enviándolo de cónsul a Milán, antes de que cayera preso?
¿Y cómo puede extrañarnos todo lo anterior si, a diario, observamos cómo miembros del Gobierno, para satisfacer la desenfrenada líbido de poder de su jefe y, muy probablemente, obedeciendo órdenes suyas, cambian las reglas para que él se eternice en la Casa de Nariño y, contra viento y marea, saltan todos los escollos legales para que se apruebe el referndo reeleccionista, no importa que, por ejemplo, se decrete la nulidad de las firmas partidarias del mismo porque se sobrepasaron los topes de su financiación, ni que las sesiones extras del Congreso donde éste se aprobó se realizaran antes de que se publicara el decreto que las convocaba? ¿Cómo puede alguien extrañarse de que cada día más colombianos creamos que nos está ahogando la corrupción cuando a diario vemos a los peones del Presidente hacer todo tipo de marrullas y apelar a cuanta leguleyada exista para complacer el deseo de su jefe de perpetuarse en el poder?
Sí, nadie puede sorprenderse con los resultados de esas encuestas. Y no hay necesidad de que el Zar Anticorrupción, Óscar Ortiz, anuncie que habrá recompensas para quienes denuncien a los corruptos, ni tampoco se requiere que el Gobierno cree un Bloque especial de la Policía para perseguirlos.
Como sabemos quienes tenemos hijos, sólo se educa con eficacia si damos buen ejemplo: de nada sirve que regañemos a nuestros hijos adolescentes porque se exceden en el uso del alcohol, si cada rato nos ven tomando trago. De nada sirve que les prohibamos decir mentiras, si a diario oyen que le mandamos a quien nos llama: “dígale que no estoy”.
De igual forma, de nada sirve que se ordene desde el cielo combatir la corrupción, si nuestro dios nos muestra todos los días que está dispuesto a traspasar cualquier límite con tal de seguir siendo dios por los siglos de los siglos.
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Patricia Lara Salive