Enrique Alfonso Rodríguez Hernández
¨Don Enrique¨, como se le nombra a los patriarcas, aquellos que traslucen autoridad, así le llamamos, le nombramos, a quién ejerció el derecho siendo juez, y que por la trágica violencia se vio envuelto en un dolor sin palabras e irreparable hasta el fin de su vida, la desaparición forzada de su hijo Carlos Augusto Rodríguez administrador de la Cafetería del Palacio de Justicia.
Los últimos 25 años de su existencia, año tras año, mes tras mes, día a día, hora a hora, minuto a minuto hasta el lunes 15 de noviembre de 2010 su mente, su corazón, su fuerza moral y profesional y el nicho de su amor, se destinó a escudriñar, a arañar esa verdad en medio de la multiplicidad de los mecanismos de impunidad con los que se ha pretendido negar la responsabilidad del Estado en la comisión de la tortura, de la ejecución extrajudicial y la desaparición forzada.
En el año 1986 expresó con profunda convicción, la misma que se cimento al lado de otras familias: “el resto de mi vida lo dedicaré exclusivamente a tratar de esclarecer las circunstancias en que mi hijo fue desaparecido. No agotaré ningún esfuerzo, no me importan las consecuencias de los pueda ocurrir, pero seguiré en esta lucha hasta saber qué fue lo que ocurrió en el Palacio de justicia, qué hicieron con los rehenes. No es justo que una administración desparezca a la gente; porque mi hijo fue un hombre sano y honesto y trabajador”.
Poco a poco su pequeña nieta, al lado de él, de su tío y de su madre, se fue permeando en el espíritu guerrero de la búsqueda de la verdad y de la justicia. Lo que se hereda no se hurta, nada absolutamente nada. Ella ha crecido y decidió continuar el mismo sentido de la lucha de su abuelo, esa fue su opción. Alejandra, su nieta, no solamente se decidió por el Derecho si no por el encuentro con la memoria. De su abuelo tierno y vertical ella escribe: “Se fue mi viejito, se fue su sonrisa, sus palabras, su “picardía” y su forma distinguida de quererme””.
Su afecto convertido en memoria. Él está ahí en la presencia respetuosa, por eso ella escribe: “su empeño acérrimo por conseguir la verdad, su valentía para enfrentar al que fuera, su valor para pelear contra el enemigo más fuerte a costa de arriesgar su vida y sobre todo su voluntad para seguir caminando hacia adelante y demostrarle al mundo que si se puede. Gracias Abue, gracias por enseñarme a ser parte de lo que soy, por enseñarme a caminar siempre con la frente en alto, orgullosa de mi pasado, de mi presente y de mi futuro, porque de tí aprendí a vivir con honor, con nobleza, con rectitud”.
Su historia es parte de una familia mayor, porque los familiares de los desaparecidos, de los ejecutados extrajudicialmente, de los torturados en el Palacio se vienen encontrando, rompiendo el miedo, acariciándose o llorando en la esperanza. Así traeDamaris, en nombre de la familia Oviedo Bonilla, hermana de Lucy Amparo Oviedo, desaparecida del Palacio de Justicia. “Al doctor Rodríguez, lo conocimos en noviembre de 1985, cuando nuestros padres Rafael y Ana María buscaban desesperadamente a su hija Lucy Amparo, quien no aparecía después de salir de su apartamento el día 6 de noviembre de 1985 y el doctor hacia lo mismo con gran desespero localizando su hijo Carlos Augusto; de ahí en adelante las dos familias formaron una gran alianza en búsqueda de sus hijos sin importarles el peligro al cual se enfrentaban. El doctor Rodríguez fue un líder único e irreemplazable, que dedicó el resto de su vida a la búsqueda de la verdad sobre la desaparición de todos nuestros seres queridos”
La imagen de Enrique, su presencia se encuentra impregnada en las nuevas generaciones Rosa Milena Cárdenas León, hermana de Luz Mary Portela León, desaparecida del Palacio de Justicia: “En este fin de semana realice un trabajo de memoria el cual removió historias de mi infancia en las cuales recuerdo a un señor de voz fuerte pero consentidor, siempre expresó con la fuerza de su voz, la necesidad de encontrar la verdad de lo ocurrido con su hijo y con los demás desaparecidos. Recuerdo el apoyo que le brindo a mi mama Rosalbina León, la fuerza y la lucha que lideró junto al señor José Guarín y el Doctor Eduardo Umaña. a.
Sobre el carácter de la persistencia y la terquedad, escribe Cecilia Cabrera: “El Doctor Enrique Rodríguez, fue Juez de la República y desde que
sucedieron los hechos del Palacio de Justicia no ceso en la lucha por
la búsqueda de los desaparecidos y la realización de la justicia.
Con el paso del tiempo fue el símbolo de la lucha y la unidad de tres
generaciones”
Sobre sus derechos exigidos ante tribunales nacionales e internacionales, con voz en la calle, expresó: “¿Reparación? Nada puede pagar una vida”. La insoportable pesadez de la impunidad la arrastró en este cuarto de siglo. Sorprendido no creía que la justicia pudiera ser la injusticia.
En 2007 ese desaliento que genera la impunidad lo llevó a decir:” Como juez de la república, toda la vida he luchado por eso que llaman justicia. hoy quiero que el país sepa qué significa esa palabra. Viví en carne propia la crueldad de esta guerra y no quiero que alguien tanga que esperar toda la vida por la verdad y la justicia.”
Y seguimos todas y todos a una esperando otro contenido de esa palabra que se escribe, que se dice, que aparece en el espíritu de la Constitución y en los tratados internacionales: la justicia. Dos excepciones, una fiscal y una juez. Un esclarecimiento y una sanción parcial, la impunidad jurídica y social sigue su curso en los más altos niveles.
Su paso a la memoria colectiva tuvo un momento importante cuando en una ceremonia de conmemoración de los 25 años, el pasado 6 de noviembre, cuando manifestó a la pregunta de qué heredaba una respuesta simple: “Nada”. En realidad la modestia del paso del tiempo, el olvido que somos con el paso de los días.
Fue su despedida, un nada de contenidos, de múltiples persistencias al lado de los gestores de una nueva generación de la memoria con José Guarín, Rosalbina León, Doña María. Está Don Enrique ahí, en la construcción de esas epopéyicas de dignidad cuando se opuso al nombramiento por parte del Gobierno de Ernesto Samper Pizano, del Coronel Plazas Vega, en un consulado de Estados Unidos, “bien por este Don Enrique” se impidió un premio al criminal.
Y continúa escribiendo René Guarín: “El Señor Rodríguez, a quien mis papas José y Elsa conocieron hace mas de 55 años cuando doña María Helena Vera su esposa trabajaba en la proveedora litúrgica ubicada en la calle once con carrera sexta con mi mamá. Don Enrique junto con mi papá fueron los iniciadores de la búsqueda de los desaparecidos de palacio. Por eso hoy reafirmamos que el relevo generacional por la verdad de lo que ocurrió con nuestros familiares, por la justicia y por recuperar sus restos continuara”.
Con terquedad y tozudez en medio de tensiones de enfoques jurídicos, de enfoques sociológicos y sicológicos buscó a su hijo, exigió la verdad, el esclarecimiento judicial por la retoma militar del ejército en el Palacio de Justicia. A costa de algunas autoridades jurídicas, solitariamente se acercó a las puertas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, así abrió uno de los mayores expedientes que allí se encuentran y donde el Estado, en el gobierno de Uribe Vélez, se negó a comparecer con el raciocinio jurídico coherente, con respeto a la verdad histórica y a la memoria de las víctimas, pretendiendo a toda costa culpabilizar a otros y a las propias víctimas de la desaparición forzada.
En 2005 al lado de su hijo y otros familiares, fueron los primeros en insistir sobre la necesidad de apertura de una nueva investigación que llevó a la condena de uno de los responsables en 2010, el Coronel Plazas Vega. Proceso que no cesa y por el cual se encuentra en juicio a otros militares de alto rango por los crímenes de lesa humanidad cometidos en ese noviembre de 1985.
Don Enrique, desde siempre, desde hace 25 años, incansable, ahí presente, nuevamente, permanentemente y eternamente, como escribieron de él Doña Elvira, Amparo y Deborah, madre, hermana e hija de Norma Constanza Esguerra, desaparecida del Palacio de Justicia: Yo la primera vez que hablé con él fue el mismo día de la toma del Palacio, pues como bien se sabe el único teléfono que teníamos era la casa de Carlos, a donde Norma llamaba el día antes para saber que postres querían que le llevara al día siguiente. Hablé por primera vez y recuerdo esa voz fuerte cuando pregunté por la esposa de Carlos, “quien y para qué lo necesita” lo recuerdo como si fuera ayer. Claro que él no se imaginaba quien era la que estaba llamando. Yo creía que era el papa de Cecilia, y en ese momento estallé en llanto, y le dije: “Soy la hermana de Norma Constanza Esguerra Forero.” “Y quien es ella” me respondió. Le dije “la joven que provee los postres y tartas al Palacio de Justicia.””Y que le paso?” “Señor se quedó allá” y “Usted como sabe que no salió antes?” Yo le dije “Porque yo estaba allá, yo la acompañé en el carro” y le comencé a narrar todo. El me preguntaba todo lo que yo había visto hasta antes de la toma y dónde estaba yo parqueada.
Nuestra conversación fue como de una hora y un poquito más. Era el único contacto que teníamos para que nos ayudara a saber de mi hermana, me daba mucha pena con él, pero yo estaba llamando aproximadamente cada hora para saber si él tenía noticias de las personas que se encontraban ese día en la cafetería como mi hermana que era una visitante ocasional, pues como Carlos era el administrador de la cafetería. Pues yo pensé de pronto es más fácil pata el papa con alguien de peso, tal vez los mismos militares para poder saber de ellos, nunca imaginándome que llegara a terminar en un holocausto.
La interpretación de las familias es siempre coincidente. Inés Castiblanco, familiar de Ana Rosa, recuerda ese tiempo del origen, ese hace 25 años. “En los hechos del Palacio de Justicia sucedidos en noviembre de 1985 tuve la posibilidad y oportunidad de conocer al Señor Enrique Rodríguez, fecha en la cual iniciamos la búsqueda de su hijo junto con los empleados de la cafetería desaparecidos sin ningún rastro y sin ninguna explicación. Desde ese momento conocí al generoso, al amable, al humilde, a él siempre luchando y enfrentándose activamente contra todo por encontrar su hijo y conocer los hechos que llevaron a su desaparición”
Las palabras de Doña Carmen Celis de Suspes, de su hija Miriam y su nieta Elizabeth, familiares de David Suspes Celis, desaparecido del Palacio de Justicia, es diciente. La voz unánime de las mujeres, que lo describen como un ser alado, un ser del cielo y dan sentido al Nada o al vacío. “Un ángel de la guarda; un ser humano con un carisma inigualable al momento de exigir igualdad para todos, que nunca le tembló la voz ante nadie en la búsqueda de su hijo y de los demás desaparecidos, luchador incansable quien incentivo siempre a que no desistiéramos en esta lucha.
Es propio afirmar que existe un vacío, un sentimiento de nostalgia ya que el partió a los 25 años de esta conmemoración, sin respuesta alguna,
La nada, es tal vez lo que aparece como estéril, es la respuesta a una muerte que grita más que nunca la impunidad. Don Héctor Beltrán y familia, padre de Héctor Jaime Beltrán Fuentes, desaparecido del Palacio de Justicia, plasmó estas letras: Eso es una estrategia de aquellos que se han opuesto a que la verdad se sepa. Es decir, esperar a que los familiares de las Víctimas fallezcan esperando que se les haga JUSTICIA!
JUSTICIA, VERDAD Y REPARACION! Fué lo que durante 25 años exigió este denodado luchador, que señaló a los personajes involucrados en este genocidio, gran crimen de Lesa Humanidad. Que IGNOMINIA, la que tuvo que soportar, que HUMILLACION, QUE INJUSTICIA, la de un Estado indolente, sordo, mudo, y ciego, pero que para poner trabas en el sentido que la verdad no salga a flote, si está bien alerta y dispuesto.
O la muerte de Don Enrique, es esperanza, el envés de la nada, donde las preguntas encuentran respuestas. Pilar Navarrete e hijas, esposa de Héctor Jaime Beltrán Fuentes, escribieron: “aunque sus ojos, su sonrisa y sus palabras quedan grabados en nuestra memoria desde el día que lo conocimos en esta lucha por la verdad en la que sin imaginarlo compartimos 25 años, sabemos que ahora usted se encuentra en paz y tal vez con muchas respuestas a tantas preguntas que siempre nos hicimos…
Todos son parte de su historia. Sandra Beltrán Hernández, Don Bernardo y Diego, familiares de Bernardo Beltrán Hernández, desaparecido del Palacio de Justicia expresaron:
“Don Enrique infinitas gracias por haber abanderado toda una vida de lucha en la búsqueda de nuestros desaparecidos, por enseñarnos a luchar, por habernos entregado sus conocimiento su guía y por qué no su familia.
Hombre del Derecho, interpretado en el Derechos desde el detalle. Rafael Barrios Mendivíl, abogado del Colectivo de abogados José Alvear Restrepo, no solo habla de su rectitud, templanza en la lucha por la verdad y la justicia. Se vive con él de lo simple, lo que no se sabe o lo que no se ve: “recordamos con aprecio su gentileza como ser humano y sus gestos de amistad – como la docena de rosas rojas que envió a mi esposa y a mi en la ocasión de nuestro matrimonio. ”
Para nosotras y nosotros los de la Comisión de Justicia y Paz, escribientes abusivos, de los verdaderos escribientes de la historia, aquellas y aquellos que pasan ante nuestra mirada, en los rincones de nuestra oficina, en los cuadros de memoria, de quiénes nos han permitido conocerles a ellos, las y los que están vivos, las y los que Han Pasado a la Historia; con quiénes hemos compartido 24 años, Don Enrique es y será el gestor, a veces silenciado, de lo que hoy es parte de la memoria colectiva de nuestro país, es el terco familiar, que insistió desde el Derecho en el que creyó que era posible la verdad y la justicia, a pesar de la evidencia de la impunidad política, la impunidad jurídica que envuelve a la mayoría de los responsables de los crímenes de lesa humanidad por los hechos ocurridos en noviembre de 1985 a manos de las Fuerzas Militares y Policiales para “defender la democracia” ante la toma del M/19.
Su andadura, contra viento y marea, para acceder a la Comisión Interamericana, para acercarse a la podredumbre del aparato judicial colombiano exigiendo verdad y justicia; su persistencia contra toda esperanza es un legado para las jóvenes abogadas, y sus palabras a generaciones enteras en la Plaza de Bolívar, en el Parque de la Calle 42 con 8va, donde crece un árbol que él ayudó a sembrar, son las mismas que hace 3 años, como si fuera hoy Don Enrique lo expresó tan claramente:
“Tengo 87 años, estoy viejo, solo tengo un sueño: que castiguen a los culpables del genocidio del Palacio de Justicia porque no son suficientes unas cuantas capturas. Ese ha sido mi deseo en los últimos 22 años. El país necesita saber la verdad.
Recuerdo que la última vez que lo vi fue en televisión, salía del palacio, vivo, nadie me creyó, luego lo desaparecieron. No puedo resucitarlo, tampoco enterrarlo, porque de él no me entregaron nada, pero siento que el esfuerzo que he hecho para que se sepa la verdad se ha visto compensado este año, la historia me está dando la razón”.
Así es Don Enrique, esa herencia de la Nada es nuestra vitalidad. Porque de la nada, de los desechos, hemos hecho de la locura una opción de existir. Aunque nadie les crea, aunque nadie nos crea, la verdad ha estado con ustedes, ha estado con nosotros. Ha estado y está pasando a la historia, como usted ahora Ha pasado a la Historia, ha trascendido a la muerte misma. Usted es parte de esta historia de la dignidad en este país de iniquidad, es parte de nuestra historia.
Bogotá, D.C. 17 de noviembre de 2010
Comisión Intereclesial de Justicia y Paz