“En la selva el tiempo cuenta doble”: Alan Jara
Con un humor excepcional, una memoria prodigiosa y una posición contundente frente al gobierno del presidente Álvaro Uribe, Jara habló durante casi dos horas con los periodistas en el Club del Llano, en Villavicencio.
Dijo que por ahora no trabajará en política, sino que se dedicará a sacar adelante el acuerdo humanitario.
Sin almorzar, acompañado de su esposa Claudia, de su hijo Alan Felipe, de su hermana Zaida y de la senadora Piedad Córdoba, Jara se sentó frente a los micrófonos para responder las preguntas de los medios. Estos son algunos de los apartes:
El saludo a sus compañeros de cautiverio
“Duré siete años, siete meses secuestrado. Fueron 394 semanas largas que estuve en las selvas de Colombia. Quiero saludar a los que compartieron conmigo estos 2.760 días (o mejor noches) de cautiverio en la selva: a Luis Mendieta (coronel de la Policía), el esposo de María Teresa, el papá de Jeny José Luis. Al capitán Murillo, Murillo champion, como le decimos, campeón de esgrima. Un salido a Donato, el hijo de Tiberio, creo que cumplió algo así como 84 años. A Pablo Emilio Moncayo, a Carlos José Duarte, a Arbey Delgado, sargento del ejército. A José Libardo Forero, a Jorge Romero, de Pasto. A Jorge Trujillo, de Gamarra. A César Lasso, de Cali. A Salcedo, a Lucho Beltrán, a Luis Alfredo Moreno, otro joven Nariño. Con estos hombres tuve el honor de compartir este tiempo. A Elkin Hernández, Edgar Yesid, Álvaro Moreno, a Herazo Maya. Al capitán Guillermo Solórzano, un suboficial de la Policía”
El día de su secuestro
“En julio 15 de 2001, fui invitado con Naciones Unidas a ir a Lejanías, donde se iba a dar el servicio a la comunidad con un puente construido con recursos de la Alcaldía. Cuando pregunté sobre el tema de seguridad, me dijeron que no había ningún inconveniente, pero que no había fuerza pública. Era un municipio vecino de la zona de despeje. Le pedí de manera escrita y oral al presidente (Andrés) Pastrana para que en los municipios de alrededor de la zona de despeje hubiera seguridad. Pero ese pedido no fue atendido. Allí patrullaba guerrilla. Me encontré con un retén. Me preguntaron ‘¿a donde va?’ yo respondí ‘a inaugurar el puente’. ‘Sigan’, me dijeron. De regreso nos paró el mismo retén. Requirieron mi presencia. Salí del carro y me dijeron que necesitaban hablar conmigo. No tuve otra alternativa. Ahí fue cuando me llevaron. Pasé por Mesetas, La Uribe, La Julia, La Macarena y llegué al Caguán. Allá me entrevistó Jorge Briceño (alias el ‘Mono Jojoy’). Me hicieron una serie de planteamientos, recriminaciones, aclaraciones y la frase final fue: ‘usted no sabía que yo dije que iba a coger a los parlamentarios para el canje?’ Yo le dije: ‘yo no soy parlamentario’. ‘Pero iba a serlo’, me respondió”.
El presidente Álvaro Uribe
Yo considero que la actitud del Presidente (Álvaro Uribe) no ha ayudado para nada a que se produzca el intercambio y la liberación.. Pareciera que al presidente Uribe le convenga la situación de guerra que se vive en el país y pareciera que a las Farc le gusta que esté en el poder. En una u otra dirección, apuntan a lo mismo.
Todo lo que he oído es acerca de la fortaleza y éxito de la Política de Seguridad Democrática. Y si es tan fuerte, ¿será que la pone a tambalear un acuerdo humanitario?. (…) Cuando uno está en la selva pegado a un palo, y oye que hay inamovibles, para mí lo inamovible es el palo ese, no las condiciones.
Las Farc
Voy a contar otra historia para ilustrar el alcance que hoy tienen las Farc. Un día llegamos a un área donde aparentemente no había nada. Ahí estaban cocinando con leña. Dijo el comandante: ‘esa leña está botando humo, no podemos seguir cocinando con estufa de gasolina. Al día siguiente, la estufa estaba ahí. Empezaron a cocinar, pero la estufa gastaba mucha gasolina y los fríjoles que estaban haciendo, nada que ablandaban. ‘¿Por qué no consigue una olla a presión?’, le pregunté yo mamando gallo. Y al día siguiente la olla estaba ahí. Entonces, con esa muestra de cómo se mueven llegamos a un caño como a las 11 doce de la noche. Tras caminar no sé por dónde, es imposible describirlo, ahí había una lancha esperándonos. A media hora de camino, otra lancha salió, nos recogió y ahí llegamos a un sitio donde con linternas, desde la orilla, nos indicaban que debíamos bajarnos en ese punto
La vida en la selva
“A los dos días de secuestrado, nos dieron un refrigerio. Era agua Royal y galletas de soda. Yo puse el vaso y encima las galletas de soda. Salí a hacer una diligencia, y cuando volví, las galletas estaban dobladas de la humedad. Si eso hace con unas galletas, imagínense lo que hace con la gente allá. Eso mata y pudre lo que sea. Por eso es urgente el intercambio humanitario.
(…) Y como decía el Chavo del Ocho, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Una cosa es la decisión de mantenernos durante tanto tiempo en la selva, y otra cosa es el trato diario y cotidiano. Nos dan lo que está a su alcance. No hay maltrato, ni grosería, ni humillaciones. Simplemente nos dan lo que hay. La mayoría de las veces, dieta rica. Rica en harina. Arroz y arveja. Fríjol y arroz. Arveja y arroz. En la tarde varía arroz y pasta, arroz y lenteja. Uno puede saber qué fecha es dependiendo si es arroz o pasta. Cuando las condiciones lo permitían, se cazaban animales. Tigres grandes. Hay sí como el dicho, comí hasta mico. Comí rayas, armadillo, venado, pescado. El desayuno sí era sopa de todito: fríjol, arroz y lenteja”.
En peligro de muerte
Siete semanas duré caminando, antes de quedar en libertad. Yo contaba que en cada 4 mil pasos, paraban. Los 17 días duré contando del uno al 4000. Calculé 150 kilómetros, sin contar con lo que anduvo la lancha. Alrededor nuestro, como planetas orbitando, había mucha guerrilla de vanguardia y retaguardia, que servían como protección. En ocasiones nos acercábamos o nos retirábamos. En uno de esos acercamientos, a unos 50 metros yo creo, el grupo que iba adelante se encontró con una patrulla del Ejército. Nosotros, que veníamos un poco atrás, oímos los disparos. Me tendieron al piso, los disparos siguieron. Y entonces yo no sabía de qué balas protegerme, si de las del Ejército, o las de la guerrilla. Pasamos mucha tensión, seguimos tendidos toda la tarde hasta anocheció. Ya en la noche, nos movimos un poco hacia atrás. Tocaba caminar en silencio. Me acordé de Alan Felipe cuando tenía 4 años. Un día me dijo ‘papi, te odio’, y yo pensé que era el mundo al revés. Y ssí estaba esa noche, como el mundo al revés: la guerrilla protegiéndome y el Ejército disparando. (…) En el pasado, en cuatro oportunidades pasaron bombas y aviones muy cerca. La guerrilla corría a sacarnos, a protegernos”.
Torturas
“Las cadenas se usan como método de seguridad. No suelen ponernos cadenas para torturarnos. Cuando estamos encerrados, no hay cadenas. Cuando salimos para caminar hay cadenas. Eso una circunstancia triste, dolorosa. Hasta los mismo guerrilleros cuando nos las ponían se les arruga la cara. Prefiero recordarlos a la mañana, cuando nos las quitaban. La cadena me la ponían en la pierna izquierda, a los demás sí en el cuello. Un hecho lamentable, por ejemplo: a dos de ellos, por un error de la misma guerrilla en la postura de las cadenas, las dejaron algo sueltas. La sanción fue no quitárselas y por eso, desde hace dos años, están con cadena al cuello, unidas. Si usted va, yo tengo que ir. Si va al baño uno, el otro también tiene que hacerlo. Yo desde aquí le pido a los comandantes de la guerrilla que las cadenas, como sanción, las supriman.
Caminar por la selva, ¡ah complicado que es con las cadenas profesor Moncayo!. Con cadena al cuello, van en pacha, o sea juntas, si se cae uno se cae el otro. Una anécdota:
Un día había que pasar un río ancho. Colgaron de un lazo de lado a lado. Eran unos 340 metros. Era un río muy caudaloso. En la orilla estaba Martín Sombra, dirigiendo la operación. A la pareja que iba delante mío, Sombra les preguntó: ‘saben nadar’. ‘Sí’, respondieron. ‘Ah bueno, vaya con cuidado’, dijo Sombra. Después, le preguntaron al que seguía: ‘Usted sabe nadar’. ‘No’, respondió el otro. ‘Ah bueno, vayan con cuidado’, dijo Sombra”.
Camino a la libertad
“Yo estaba enfermo, tenía principio de paludismo, fiebre alta. El 18 de diciembre, se acercó el subcomandante del grupo que nos tenía. Nos dijo que teníamos dos minutos para empacar. Estaba acostado en un plástico, muy mal. Cada uno de los compañeros míos, Mendieta, Murillo, Delgado, Donato, comenzaron a armar lo suyo. Yo, como pude, recogí mis cosas. Me llamó aparte el comandante. Me dijo el comandante ‘venga usted ya está listo’. Me llamó con vehemencia por fuera del área delimitada. Me dijo ‘camine’. En ese momento, vi por última vez a mis compañeros. El coronel Mendieta me dijo ‘gracias Alan’ y empezó aplaudir,. Los demás compañeros se le unieron: William, Enrique y Arbey. Todos me daban las gracias. Tenía 40 grados de fiebre, y yo no entendía nada. Gritaban: ‘¡gracias Alan, viva Alan!’. Los guerrilleros trataban de callarlos. Yo no entendía qué pasaba. Salí a donde estaba el jefe de campamento. No sabía para dónde iba (…) Lamentablemente no traje pruebas, todo fue de afán.
(…) Cuando uno pone el radio en la selva a medianoche. Uno cierra los ojos y se transporta, es un viaje astral, donde se supone que la familia está allá. Los imagino sentados en un sillón verde que era mío, o en la cama. Uno los ve gracias a la magia de la radio. Pero recuperar el tiempo perdido, ¡jamás!. Nos raponearon ese tiempo. El dolor de no verlo crecer (a su hijo), sino de oírlo, no es nada comparado con el dolor de él de no verme”.
http://www.semana.com/noticias-conflicto-armado/selva-tiempo-cuenta-doble-alan-jara/120384.aspx