En la Resurrección de las fosas que son comunes en Colombia
En el cementerio de La Resurrección municipio de Granada se inició un proceso de exhumación de una “Tumba Colectiva” en la que se encontraban 42 cuerpos allí arrojados y cubiertos con piedras y tierra.
La actividad judicial se realizó durante cerca de 5 días a mediados de diciembre, y se le evitó llamar fosa común. La estigmatización de estas palabras por parte de agentes estatales o de quienes oficiaron a su nombre para encubrir el escándalo nacional e internacional que se produjo raíz de una Audiencia realizada en La Macarena, en agosto pasado, días antes de expirar el mandato del cuestionado Uribe, logró su efecto. Ya nadie habla de fosas comunes, o mejor, unas pocas osados y osados.
Para expertos se trata en otra palabras de inhumaciones de seres humanos con derechos, a quiénes se les enterró ilegal y clandestinamente, en grupos, desconociendo protocolos de protección de la dignidad humana, con negación u ocultamiento de su identificación, y con la pretensión que sus seres queridos pudieran enterrarles y asegurar que la justicia pudiera cumplir el deber de investigar y esclarecer el crimen del que fueron blanco.
El eufemismo mediático de Tumba Colectiva amaina lo escandaloso de estas imágenes propias del nazismo, de las guerras de los Balcanes o del franquismo, tal vez, mitigar los efectos sociales y políticos sobre los responsables de los crímenes.
Los testimonios de los familiares de las víctimas y las primeras pesquisas indican que se trata de seres humanos que fueron asesinados sin fórmula de juicio, aunque en Colombia no está consagrada la pena de muerte, o de combatientes que cayeron por las acciones armadas regulares desconociendo los procedimientos y pactos internacionales de respeto debido a los cuerpos si vida de los caídos. O también se trata de personas desaparecidas forzadas, civiles hombres y mujeres o combatientes
Decenas de familiares de asesinados extrajudicialmente, de desaparecidos en la región desde los 80 al conocer por los medios sobre el hallazgo de esa fosa llegaron a Granada. La mayoría era mujeres y algunos hombres, con la esperanza de encontrar allí el cuerpo, de su ser querido. En un primer momento a ellos no les importaba si su hijo o hijas, esposo o padre fue o no torturado, si fue o no accedida sexualmente, si fue bombardeado o baleado. Era la necesidad de darle una digna sepultura a quien es parte de las entrañas y de la vida, de la propia historia, era la esperanza de cerrar la incertidumbre cotidiana.
Los levantamientos irregulares, las inhumaciones sin los debidos protocolos, en los cementerios de La Macarena, Vistahermosa, Granada son otra de las manifestaciones de la degradación de la guerra y en particular de la que hace el Estado. Es su deber no solo evitar que estas situaciones sucedan, además, debe asegurar que sus agentes se abstengan de ejecutar, de desaparecer y de respetar a los combatientes en su dignidad. La negación de la dignidad a los civiles y los que están en armas con el ocultamiento de sus cuerpos o su enterramiento ilegal es parte de una cadena de victimizaciones, de sufrimientos prolongados de la familia, del entorno social y de un colectivo.
Para los curiosos se trataba solo de remover la tierra. Con el paso de la horas, de ese 15 de diciembre, se observó que era algo más complejo. Los enterradores colocaron piedras sobre los cuerpos como parte de un ritual de ocultamiento. Al finalizar la jornada se lograron hallar 8 cuerpos.
De acuerdo con las autoridades investigativas los restos eran cuerpos de guerrilleros de las FARC EP depositados allí hace 11 años por las operaciones militares regulares en Puerto Rico y Puerto Lleras, Meta.
Sin embargo, para las mujeres que allí llegaron existía la convicción que también allí hay civiles desparecidos forzados en desarrollo de la estrategia paramilitar del Estado.
Una madre, el 16 de diciembre, llegó hasta el sitio de la excavación en medio de los técnicos expertos con la voz quebrada por el llanto pero con la firmeza de la verdad expresó: “Mi hija fue asesinada en el año 2003 y fue traída por el ejército a ese lugar”, señalando con certeza un espacio del cementerio donde se presume hay otra fosa. La mujer agregó: “Ella fue enterrada allí, junto con otras 15 personas más”
Su historia como la de muchas otros miles deja ver la estela dolorosa de la guerra en el Ariari.
Se trata de la comisión de una multiciplicidad de noticias criminales, un homicidio o la desaparición forzada y el eterno duelo sin duelo, enterramiento sin entierro.
Venían de Medellín del Ariari, Granada, Puerto Cachicamo, Vistahermosa, La Cooperativa, Santa Lucía, San José de Guaviare, Puerto Toledo, La Trocha 38, eran casi un centenar de personas.
Ellas se acercaron a buscar en la Jornada de Atención a Víctimas de Desaparición Forzada dispuesta por la Fiscalía General de la Nación para asegurar un entierro digno y encontrar respuestas a las preguntas: dónde están? Quién los asesinó o los desapareció? Cómo murieron?
El sitio asignado por la administración municipal fue la “Casa de la Cultura”. Un lugar en la periferia. Un espacio para el silenciamiento colectivo, para la abstracción de la realidad. Es el temor a que los enterrados hablen, a que la memoria presente en los familiares devele lo que ha pasado con la “seguridad democrática” y el “Plan Colombia” y la narcoparamilitarización que continúa en la “Prosperidad Democrática”.
Esa extenuante jornada para los familiares fue distinta a las de otras ocasiones. Algunos de ellos anteriormente recibieron respuestas de los funcionarios de investigación para denegar la justicia, prolongando la impunidad. Recordaban la manipulación de la justicia Penal Militar o el negacionismo y complicidad de personeros e inspectores municipales.“No lo busque más que él seguro se fue con la novia”O ah.. desaparecido? Eso debe estar en el monte” O los rituales de la burocratización de la justicia. Pase de aquí a allá, de una oficina a otra. “Traiga este u otro papel”, sin terminan nunca el papeleo. O, “”sin carta dental no se puede hacer nada” “O eso se demora, tenemos mucho trabajo”
Para las víctimas ser atendidos como sujetos de derecho fue una sorpresa.
Algunas de ellas al denunciar la desaparición de sus familiares. Otras que ya se han convertido en expertas son parte de la historia del ciriri.
Una madre se acercó a las afueras de Granada tratando de hallar el paradero de su hijo desaparecido en 2003 del municipio de El Castillo. Luego de varios minutos, el funcionario de la Fiscalía, le expresó que el documento de identidad de su hijo había sido cancelada por Medicina Legal. La mujer sin comprender tantas palabras técnicas cerró sus ojos y lloró. Después de 7 años aceptaba que su hijo estaba sin vida y que ahora si tendría un lugar a donde visitarlo, llevarle flores, hablarle, cantarle y orarl
Las mujeres eran también hijas. El viernes 17 de diciembre una joven con carpeta en mano, ingresó al cementerio de Granada. Tres años estaba en búsqueda del cuerpo de su padre. Sabía que fue ejecutado por el ejército y presentado como un guerrillero muerto en combate. En el montaje militar su número 087 fue asignado por un juez militar. Ella lo único que deseaba era darle cristiana sepultura a su padre, las mentiras oficiales ya habían hecho suficiente daño, pero ahora lo necesario era el cuerpo..
Todo se convierte en fundamental en la esperanza. Al lugar se acercó una madre con la fotografía de su hija en mano, no conocía su documento de identidad, solo un profundo sentimiento de encontrar el cuerpo de ella.. Con los datos básicos del lugar de la desaparición en en agosto de 2004 en Puerto Cachicamo, Guaviare y de un cotejo de información, un funcionario expresó que se había logrado identificar algunos datos del lugar donde se encuentra inhumanada.
El silencio se apoderó de la sala, tanto como el nerviosismo, se escucharon unas palabras de ella: “!!! la silla se desbarata, se quiebra la silla”.
La madre con su fotografía en mano es comparada con las fotos de un levantamiento de un cadáver realizado por un inspector de policía en Caño Cabuya, Guaviare. En el informe se indica que el ejército la enterró en el cementerio de la Macarena, como un combatiente muerto en combate.
El llanto de la madre irrumpió en el silencio de la sala, esta esperanza aún dolorosa despertó la posibilidad del entierro público deseado, pero aún es necesaria. la prueba biológica, el establecimiento del ADN. A ella le ha quedado la certeza de la espera
Cuerpos que relatan, relatos corporales que hablan de la infamia, de la barbarie en la guerra, de la negación de los mínimos, de las fosas, del ocultamiento de historias de la guerra estatal. Cementerios públicos que son parte de un escenario de clandestinizaje y encubrimiento de las operaciones estatales. Allí en el cementerio de La Resurrección está surgiendo, emanando y exhumándose la verdad de los enterramientos, de las fosas de La Macarena, de Granada, de Vista Hermosa y de San José del Guaviare.