El valor de la crítica

La democracia vive de la crítica. De la investigación bien fundada para controlar el poder.


Del libre flujo de ideas y de la capacidad de controvertirlas públicamente para generar opinión en procura del respaldo popular. Sin crítica no es posible revocar los mandatos al término de un período fijo de gobierno. No es posible que el pueblo vuelva por sus fueros y cambie la representación política por una que interprete mejor sus deseos, convicciones e intereses. Por eso resulta tan peligroso y contraproducente para la democracia que la crítica se estigmatice de “radicalismo de izquierda o de derecha”. Esto a propósito de las reacciones contra críticos de la Ley de Víctimas, calificados por el jefe de Estado como de extrema izquierda o extrema derecha. Otro ejemplo de unanimismo acrítico es tachar de enemigos del bienestar capitalino a quienes critican al alcalde Petro sus tendencias autoritarias, tan parecidas a las de Uribe.

En el primer caso, la Ley de Víctimas, aprobada por un Congreso con amplias mayorías afines al Gobierno, confunde la indemnización por daños con las funciones sociales y humanitarias que corresponde cumplir al Estado. Esto al restar de los dineros reconocidos a las víctimas por daños por la acción u omisión del Estado las sumas destinadas a la atención humanitaria y a los servicios sociales del Estado. Otro tanto sucede con la abigarrada y lenta “solución” administrativa y judicial dispuesta en la ley para devolver seis millones de hectáreas a los casi cuatro millones de desplazados. ¿Cuántas de esas hectáreas habrán sido devueltas y cuántos de esos desplazados habrán retornado a sus tierras al final del cuatrienio (u ochenio)? Todo indica que la minoría, ya que la ley pretende que se transen, cansados de trámites, por poca plata y se conviertan en pobres urbanos, no en campesinos restituidos.

En lo atinente a Bogotá, qué desafortunada la tesis según la cual quien critica al alcalde es porque es de extrema derecha o izquierda y quiere que le vaya mal a él y a la ciudad. La crítica, si está llamada a cumplir su papel, en cuanto más crítica, mejor. Ella debe ser incisiva, constante, bien fundada; no tiene como función plantear propuestas de gobierno. Al vigilar, cuestionar, incomodar, construye una opinión pública vigilante, exigente, contestataria. Por ello, cuando el periodismo crítico cumple a cabalidad su tarea, resulta tan incómodo para los gobernantes. Es entonces cuando los mandatarios se ven forzados a centralizar la información, a maquillar su imagen y a pactar los respaldos con propios y ajenos, eludiendo su responsabilidad política.

Otro atentado reciente a la función de la crítica en la democracia fue el cometido por los dueños de la revista Cambio cuando cerraron el semanario y despidieron a sus directores, todo por denunciar la corrupción en Agro Ingreso Seguro y en la Fiscalía de Medellín. Hoy RCN, apodada por su desfachatez “Radio Casa de Nariño”, busca enmendar la militancia acrítica y oportunista. Esto ante la contundencia de las condenas judiciales a los funcionarios denunciados en su momento por el periodismo investigativo. En buena hora Rodrigo Pardo y María Elvira Samper son reivindicados por cumplir con valentía, objetividad e independencia su tarea profesional, tan vital para la democracia. Aunque no deberíamos alegrarnos mucho. Al mantener a Pachito Santos al frente de RCN Radio, el grupo Ardila Lulle le prende una vela a Dios y otra al diablo, lo que no es garantía de independencia alguna.