El traje nuevo del Presidente
Tiene toda la razón Alan Jara: Uribe y las Farc se necesitan mutuamente. Y por decir esa verdad incómoda lo señalan como víctima del “síndrome de Estocolmo” que pone a delirar a los secuestrados. Pero Alan Jara no delira, sino que ve lo que otros no quieren ver. Como el niño del cuento del traje nuevo del emperador, ve que el emperador está desnudo. Y lo dice.
Como se recordará, Álvaro Uribe fue elegido presidente para que derrotara a las Farc. Cuando se dio cuenta durante su primer gobierno de que no iba a ser tan fácil como había prometido, hizo modificar la Constitución para darse la oportunidad de un segundo cuatrienio. Ahora quiere, y necesita, un tercero, justificándolo de nuevo con ese mismo objetivo, o pretexto: derrotar a las Farc. Porque la guerra incesante contra ellas, que recibe el nombre de “seguridad democrática”, es en realidad el único elemento que importa de la tríada de condiciones de la doctrina uribista. Las otras dos, la “confianza inversionista” y la “cohesión social”, no pasan de ser un chiste. Un chiste de mal gusto, si se le echa al país una mirada desprevenida de niño ante el emperador: desde la situación de la infraestructura hasta la del empleo, todo es ruina. Se podría hacer una lista razonada ministerio por ministerio: la diplomacia es una ruina, la justicia es una ruina, la agricultura es una ruina, la protección social, el medio ambiente, los transportes y las obras públicas, las minas, las comunicaciones…
También es una ruina la seguridad, dejando a un lado la guerra contra las Farc. Aunque en teoría depusieron las armas el triple de los paramilitares que había, siguen existiendo en medio país millares de bandidos armados, sus sucesores, que el gobierno llama perifrásticamente “bandas emergentes”, y que en muchos casos son comandados desde las cárceles por paramilitares sometidos a la Ley de Justicia y Paz y no extraditados. Del campo siguen siendo expulsados por decenas de millares los campesinos, y el poderío militar y económico de las mafias del narcotráfico no ha sufrido ninguna mella apreciable.
Y tampoco las Farc han sido derrotadas, como también observó el liberado Alan Jara. Siguen controlando regiones y reclutando nuevas tropas. Sin duda han sufrido fuertes golpes, como no podía ser menos dada la casi duplicación del pie de fuerza militar y policial del Estado y las ingentes compras de armamento. Ya no están sus retenes en todas las carreteras del país y, para usar la frase hecha, los ricos ya pueden volver a sus fincas (aunque por su parte los pobres siguen teniendo que abandonar las suyas: porque la seguridad no es tan democrática como dicen; y, de todas maneras, a las fincas de los pobres no llegan las carreteras). Algunos frentes han sido diezmados, otros han sido rechazados nuevamente al fondo de las selvas, han crecido las deserciones de guerrilleros, han perdido cabecillas importantes, incluyendo varios miembros del Secretariado. Pero son resultados obtenidos a un costo considerable, tanto en dinero (más del 20 por ciento del presupuesto nacional, equivalente a casi 5 puntos del Producto Interno Bruto del país) como en pérdidas humanas, y consideradas estas tanto en lo físico, soldados y policías caídos en combate, como en lo moral: soldados convertidos en asesinos por cuenta de los tenebrosos “falsos positivos”, consecuencia directa de la política de recompensas (“pago por muerto”) y del ansia de mostrar éxitos de guerra. Pese a lo cual, las Farc no han sido derrotadas.
No han sido derrotadas porque, tal como señaló Jara, el gobierno de Uribe les conviene. Su política económica y social, epitomizada en la blitzkrieg de agro arrasado adelantada en el Ministerio de Agricultura por Andrés Felipe Arias, que no en balde es el discípulo amado del Presidente, les procura abundante mano de obra: tanto los guerrilleros como los narcoparamilitares son en buena medida fruto del desempleo rural: son desempleo armado. Y su política de guerra, a veces errática y entreverada de ofertas de recompensas (y hasta de una Constituyente), de liberaciones unilaterales (a petición de Sarkozy…) y de ejecuciones extralegales, agrava la guerra, sin conseguir ganarla. Y es que, como he dicho aquí mismo muchas veces, nuestro guerrero presidente Uribe, como casi todos sus predecesores, se limita a tratar los síntomas, y no las causas, del conflicto armado en Colombia. Le basta con negar que existen, con el respaldo ideológico del Rasputín del régimen y el respaldo sicológico, y sociológico, del grueso de las clases dominantes colombianas, en particular las del campo (narcoparapolíticomiliatres incluidos). Prefieren, él y ellas, negar que existan causas a tener que tocarlas.
Mientras esa ceguera colectiva voluntaria persista, las Farc subsistirán. Y mientras las Farc subsistan, Uribe les seguirá pareciendo necesario a los ciegos voluntarios, que se niegan a ver que el Presidente va desnudo. De modo que seguiremos teniendo Farc, y Uribe, para muchos cuatrienios.
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