El tal paro que no existía
El “tal paro” nacional agrario que, según el presidente Santos, no existía, ha resultado ser una lúcida expresión de desobediencia civil. Campesinos, obreros, estudiantes, amas de casa, artesanos, profesores, sumaron voces y esfuerzos para visibilizar sus angustias y demostrar cómo han sido golpeados por los tratados de libre comercio, la oligarquía y las transnacionales.
Se escucharon voces, además de la destemplada del presidente, anunciando militarizaciones, de los que sufren las consecuencias de los intermediarios que entregaron el país, lo feriaron, lo pusieron a disposición de las multinacionales. Y la voz de la gente, silenciada por tanto tiempo, se articuló en las marchas, en los cortes de carreteras, en las plazas y calles.
Era como la posibilidad de exponer razones: “los tratados de libre comercio y la importación de materias primas y de alimentos nos está empobreciendo a todos y envenenando”, decía una señora en una de los desfiles de protesta. Sonaron las cacerolas y en las octavillas repartidas por los manifestantes se advertía el interés de argumentar, de decir por qué estaban en paro los paperos y los cacaoteros y los cebolleros y los lecheros y los cafeteros.
Algunos mostraban en sus boletines cifras como que el 87 por ciento de los propietarios en Colombia posee solamente el 23 por ciento de la tierra y produce el 70 por ciento de los alimentos, y a su vez realizaban la comparación: Hay un 13 por ciento de propietarios acapara el 77 por ciento de la tierra, y el 3.6 por ciento de los propietario concentra el 30 por ciento de la tierra, y citaban fuentes de organismos investigativos de la Universidad de los Andes sobre la distribución de la propiedad rural en Colombia.
Quizá el día cumbre del paro fue el 29 de agosto. Suspensión de actividades de transporte, oficinas públicas, bibliotecas, universidades, cierre de comercios. Las marchas engordaban a su paso, porque se iban vinculando nuevas voces, con chirimías, happenings, comparsas… y todo como una demostración de civilidad.
¿Y los vándalos qué? En Bogotá, la alcaldía denunció que las bacrim les pagaron a delincuentes para que protagonizaran desmanes, saqueos y otros actos que empañaban la protesta, con el fin de que la misma fuera reprimida. Y tergiversada. Confundir a los manifestantes pacíficos con vándalos ha sido una vieja estrategia oficial y extraoficial en momentos de agitaciones sociales, para desactivar el descontento e intentar deslegitimar los movimientos populares.
Hubo autoridades civiles (como en el caso de Medellín) que aprovecharon las apariciones de vandalismo (¿propiciadas por la extrema derecha, la extrema izquierda, las bandas criminales?) para irse en contra del contenido y esencia del paro agrario, que, pese a las intentonas gubernamentales por minimizarlo, resultó ser una “tormenta” social. Apelando al vulgar truco de sus antecesores, como Uribe y compañía, el gobierno de Santos señaló que las protestas estaban infiltradas.
Sin embargo, tras las clamorosas indignaciones de sectores de la población, surgen múltiples interrogantes: ¿Estará el gobierno dispuesto a proteger la producción nacional? ¿Acaso estará en sintonía con detener los impactos negativos que sobre los campesinos han originado los tratados de libre comercio con Estados Unidos y Europa? ¿Se pondrá en la actitud de una renegociación de aquellos tratados que han sido, como lo han evidenciado las oleadas de paros, contraproducentes para el país?
Lo más probable es que haya algunos paliativos, algunos pagos de subsidios y otros asuntos de menor cuantía, porque, a la vista, lo que se aprecia es que no parece que el gobierno vaya a irse en contra de las transnacionales; la traición a los intereses de la nación ha sido la norma de comportamiento de todos los gobernantes desde los tiempos de César Gaviria (para no ir más atrás) hasta hoy.
¿Y entonces el paro no sirve? Claro que ha sido un avance cualitativo en la expresión del descontento, ha desnudado las políticas agropecuarias antinacionales de Santos, y le ha dado un profundo valor a la solidaridad, a la organización civilizada para promover las lides por la dignidad. El tal paro ha sido una escuela de la lucha de la gente contra los desafueros del poder.