El refugio del silencio
EN noviembre pasado se conmemoraron veinticinco años de la toma del Palacio de Justicia.
Leo en las noticias del sábado que la Fiscalía pide condena para el general (r) Iván Ramírez Quintero, supuesto responsable de la muerte o desaparición eterna de la única guerrillera que salió viva del holocausto: Irma Franco.
Releo el informe de la Comisión de la Verdad, integrada por los ex presidentes de la Corte Constitucional, doctores Jorge Aníbal Gómez Gallego, José Roberto Herrera Vergara, Nelson Pinilla Pinilla. Me vuelvo a estremecer. Aunque algunas personas más versadas que yo en materia política y jurídica opinan que el Informe tiene sus sesgos políticos, la verdad, para mí, es que ese documento es de obligatoria lectura para los que no queremos perder la memoria de nuestra historia, y no queremos que las generaciones futuras la pierdan, para que estos actos barbáricos jamás se vuelvan a repetir.
Vivimos casi en carne propia los acontecimientos, por radio o televisión, hasta que cambiaron la información para transmitir un partido de fútbol. Recuerdo que logré comunicarme con un amigo que trabajaba en el Palacio, y se me quedaron marcadas como hierro candente sus palabras: “Sí, Aura Lucía, el Ejército nos está bombardeando y esto se convirtió en un infierno”. Este amigo, ya fallecido, logró saltarse por una de las ventanas y no murió calcinado.
Para nadie es un secreto que el Ejército de entonces no veía con buenos ojos las intenciones y propósitos de paz del presidente Betancur. Se sentía traicionado. En el gobierno Turbay, con el famoso y nefasto Estatuto de Seguridad, podían hacer lo que les daba la gana impune y arbitrariamente. Fui testigo de primera mano de allanamiento salvaje a la residencia de la escultora Feliza Bursztyn, y al del poeta Vidales.
Pero lo que más me ha golpeado, todos estos años, fue el incomprensible silencio del entonces presidente Belisario Betancur. Por eso quiero transcribir las palabras de Alberto Donadio, cuando en La Silla Vacía, Andrés Delgado lo entrevista a raíz de la publicación de su libro Que cese el fuego.
“El libro es más sutil. Afirma que Belisario Betancur no fue Belisario Betancur el día del ataque del M19. Belisario se esfumó ese día. Me explico: Belisario es el verbo, la palabra. Ningún presidente del siglo XX es comparable. Solamente él conquisto la Presidencia prevalido de la palabra. Un potentado de la palabra… Y ese día, que debía ser el día culminante de su existencia, Belisario se sume en el silencio… El libro presenta el contraste entre Belisario Betancur, soberano de la palabra, y Alfonso Reyes Echandía, hombre austero de palabras… Belisario se sume en el silencio y Reyes, con solamente cuatro palabras, ‘Que cese el fuego’, se convierte en el gigante verbal de la jornada trágica”.
Más de veinte años después, el ex presidente Betancur reconoce: “Sí. Tuve dificultades desde el comienzo del gobierno por la metodología de tratamiento militar… Quizás yo cometí el error de entrada de no hacer pedagogía con los mandos militares más profundamente…”.
Asume su responsabilidad política. Pero qué hermoso sería que pidiera perdón a todos los familiares de las víctimas sacrificadas en ese holocausto. Su silencio anterior no se puede ya borrar. Pero cuatro palabras suyas podrían significar, para muchos, un bálsamo reparador.
*
Elespectador.com| Elespectador.com