El país de las maravillas ¿A qué le teme Uribe?
LO DICE LA GENTE DEL COMÚN. Este Uribe 2009 no es ni la sombra del que era hace un lustro. La imagen que proyecta se debate entre la ira porque ya no tiene el control pleno, la preocupación por el mediano plazo y la frustración por el futuro inmediato.
Del presente mismo ya ni se ocupa. No hay estrategia económica en la agenda legislativa para enfrentar la crisis. No es necesaria dice su MinHacienda para no decir que saben qué hacer. Lo mismo le pasa con la reelección de 2010. Allí tampoco tiene margen de maniobra. Al referendo, atacado por virus mortales en lo jurídico, le aplicará la eutanasia “el perfumado” de Germán Varón (que decide los legisladores que lo estudiarán) en beneficio, entre otros, de su jefe Vargas Lleras.
Y si sumamos el descenso dramático en las encuestas, la escisión con la cúpula militar y el distanciamiento con el resto del sanedrín, se entiende el temor. Por eso, lo que muchos analistas ven como avanzada, con la renuncia de funcionarios cercanos, puede ser en el fondo una estrategia de retirada.
La salida de Arias a hacer campaña y de Restrepo a fundar partido es de alguna forma la firma del testamento de Uribe a favor de sus dos únicos hijos legítimos. Estrategia pobre pero no había alternativa.
Difícilmente sobrevivirá su proyecto político en manos de quienes vieron al uribismo como un paraguas mientras arreciaba el aguacero. Seguro que el presidente no le confiaría sus hijos a Juan Manuel Santos ni a Nohemí Sanín quienes, dado el caso, no tendrían reparos en llevarle la maleta incluso a Lucho si con ello garantizan su permanencia en el poder.
Agarrado de una “oportunidad” sale Juan Lozano, entre despedido y poco convencido, y al “Vice” dejaron de tenerlo en cuenta desde que dejó de ser accionista de El Tiempo. Y Valencia Cossio? representa ese combito de “incondicionales” que, acostumbrados a vivir del erario, cuando hablan de la reelección sólo piensan en la suya.
Sí, en esa apuesta no pasa el futuro del país; si acaso la continuidad de la seguridad democrática que puede quedar relegada a otra fase de combate a la guerrilla, y la reputación del mismo Uribe reducida a haber sido el presidente que tuvo la mayor favorabilidad en la historia reciente antes de cruzar la puerta del olvido.