El nuevo presidente de Colombia es enaltecido por indígenas de pueblos masacrados
El trance del mando indígena de Santos: un ejemplo del país vasallo
Rebelión
Leemos en el diario El Tiempo de Colombia (agosto 6 de 2010): “Juan Manuel Santos comenzará su posesión con rito en la Sierra Nevada de Santa Marta”: “Autoridades espirituales y cabildos de los pueblos koguis, arhuacos, kankuamos y wiwas, asentados allí, le entregarán símbolos de mando y de los valores de equilibrio con la naturaleza…Santos recibirá un bastón de mando y una serie de piedras sagradas “llamadas tumas” que representan valores de equilibrio con la naturaleza. María Clemencia Rodríguez de Santos, quien desde mañana será la primera dama, recibirá de las mujeres indígenas un huso, utilizado para hacer hilo de algodón, y que simboliza la forma en que se debe tejer la vida. “Nunca ningún presidente había iniciado el día de su posesión en un acto de tales características”, explicó Juan Mayr, ex ministro de Ambiente, quien los acompañará. Los objetos sagrados que recibirá durante el acto tienen un enorme significado para los indígenas. El bastón simboliza el gobierno: tanto los mamos “líderes espirituales de las comunidades”, como los comisarios, ostentan uno. El que Santos recibirá es el más representativo y está hecho de madera de palma macana, negra y muy fina. Mayr explicó que cada una de las tumas que el Presidente electo recibirá tienen un valor diferente: “El cuarzo representa las nubes y el agua; la jadeíta representa los bosques y la naturaleza; la cornalina representa la sangre, y la tuma negra representa la tierra fértil”. Entre 300 y 400 indígenas asistirán a la ceremonia. Varios presidentes han visitado a los indígenas de la Sierra, pero Santos es el primero que se posesiona ante ellos”.
¿Eran de estos pueblos indígenas, los cientos de asesinados y masacrados de esta zona que aparecen en informes de derechos humanos? ¿Era mentira lo comprobado: que en Colombia se ha cometido en toda regla un genocidio indígena? Y si decenas de muertos eran de esas comunidades ¿qué es esta ceremonia? ¿Un acto de perdón, de reconciliación? ¿Una componenda, una transacción? ¿Ignorancia? ¿Falta de dignidad? ¿O falta de coraje para decir ¡no!? Alguien decía una vez que la dignidad es la fuerza solitaria y descubierta de decir ¡no! desde adentro. O sea la virtud de no renunciar al sentimiento que nos hace resistir ante lo humillante. Seamos blancos, negros, indígenas o mestizos.
No dejan de sorprender recientes expresiones de promiscuidad y poca vergüenza, provenientes de sectores que se supone representan valores de humanidad y alternativas frente a la perversión del poder. En organizaciones políticas de izquierda en donde hay gente que propone pactar con Santos. Gustavo Petro, por ejemplo. El político del Polo. O en espacios sindicales y otros que han apoyado la estrategia de la derecha. La mentalidad neofascista que ha llevado a que hervideros de masas en las clases populares sean canteras arcaicas del uribismo y ahora del santismo, llega hasta donde creíamos no iba a alcanzar nunca. ¡Cuánta capacidad de arrastre tienen quienes dominan!… ¡parece increíble! Seamos sinceros: es una muestra más de la llamada Cohesión Social que Uribe consolidó exitosamente frente a la propuesta de lucha de clases y de bloques de poder. Un prototipo nacional de la realidad global capitalista.
Hace unos días el Comandante Alfonso Cano, de las FARC, en un vídeo (reseñado en numerosos medios), se refería a ese paradigma dominante y a su triunfo en ciernes. Es de ahí, de ese acumulado, de donde Santos obtiene una victoria para apuntalar a mediano y largo plazo un modelo de sociedad sumisa.
Ya no estamos sólo ante el involucramiento forzado o inducido en la guerra de algunos sectores sociales y pueblos o grupos determinados, sino ante aplastantes actuaciones voluntarias, negociadas, conscientes o deliberadas de quienes deciden hacer parte de una parte, sin que haya lugar a dudas. Con acciones explícitas de fuerte contenido simbólico que traspasa a la realidad.
Y aunque cada cual tiene derecho a eso, la ceremonia en cuestión desconcierta. Abruma. Enrabia. Duele. Pues, evidentemente, muchos pueblos indígenas, hombres y mujeres en ellos, con sentido de la dignidad, no comparten ese gesto tan miserable que otros indígenas llevan a cabo entregando el mando real y simbólico a un oligarca que hace apenas unas horas (5 de agosto) afirmó: “Uribe ‘fue un segundo Libertador’ para Colombia”. Una distinción a un político, cabecilla militar en cuanto ministro de guerra, que ha dado pruebas de hasta dónde está dispuesto a llegar ¿O es que en la Sierra Nevada no están enterados de lo que pasa ahí mismo y en el resto del país?
Las organizaciones indígenas superiores deben decir al respecto qué piensan. Si las ideas de la justicia, la ética y la cultura que se alojan en ciertas “cosmovisiones” son tan fláccidas, tan dejadas. O si, por el contrario, hay fundamento, responsabilidad, respeto, rectitud, decoro, compromiso, humanismo.
En el pasado otros baluartes de la peor calaña del planeta también recibieron honores, rezos, protecciones. José María Aznar fue objeto de especial ceremonia allí mismo, antes de desencadenar con otros la cruel guerra e invasión en Irak y antes de llamar a combatir contra los movimientos indígenas, terroristas y altermundistas en su conocida ponencia sobre los enemigos de Occidente en 2007. Aznar: “recibió de los Mamos la aseguranza, para que las cosas le salgan bien durante su gobierno. Después del ritual el presidente y su esposa Ana Botella de Aznar, se reunieron con las comunidades indígenas, quienes les explicaron todo lo relacionado con su cultura ancestral, sus costumbres y su arraigo con la cultura española” (El Tiempo, 14 de septiembre de 1998). Y hubo silencio.
¿Qué nos puede enseñar esto? ¿Otra vez en clave teórica una demostración de la tensión entre universalismo y relativismo o diversidad? ¿La necesaria contextualización de las luchas por los derechos humanos y de los pueblos? ¿La necesidad de hablar de nuevo de la compleja conciencia de clase oprimida? ¿De clase en sí y clase para sí? Es ineludible debatir, incluso bajo algunos conceptos postmodernos que revelan antagonismos, a fin de desplegar nuestras disidencias y potencia rebelde ante el poder que de modo eficaz enajena, aliena, corrompe y compra. Para actuar de acuerdo a necesidades de vida y de memorias colectivas.
Para recordar necesidades y memorias, sin tanta enjundia, aunque sea interesante, no hace falta releer a Marx, a Lenin, a Rosa Luxemburgo, a Antonio Gramsci o a Georg Lukács. Basta con escuchar a Santos cuando hace unos días prometió “mantener los tres ‘huevitos’” de Uribe: “confianza inversionista, cohesión social y seguridad democrática”. Una vieja sátira nos contaba que un dirigente obrero quería desechar la idea de una confrontación de clases, olvidarse de ello, pero el patrono y el capital con su lógica le echaban en cara dicha lucha todos los días. Los de arriba sí tienen claro por qué están ahí y cómo defender sus intereses.
De los tres huevos el más duro de reventar con los años será el de la Cohesión Social, es decir poder romper la “cultura de la adhesión al violador”, la versión colombiana del Síndrome de Vichy (la sintomatología de una dinámica psico y sociopatológica, de creer en el enemigo, de abrirle las puertas, de colaborar con él, de acomodarle en nuestra casa y simpatizar con su estrategia, echando culpas de la guerra a los partisanos que resisten, no a los nazis invasores). Es algo que no podrá explotar por los aires en poco tiempo, pues ya tiene un denso tejido. Su decadencia será una ardua tarea, paralela al proyecto de recomposición de la cultura política democrática, del pensamiento crítico, de la dignidad y soberanía populares. Mientras que la Seguridad Democrática es algo que podrá desgastarse poco a poco, al mutarse formas de lucha insurgente, valedora del derecho a la rebelión y sus límites. La Confianza Inversionista, o sea el saqueo, que depende de las otras dos construcciones dominantes, puede siempre venirse abajo más pronto. Cuando los negocios de la rapiña están en riesgo.
Que unos indígenas de comunidades masacradas sean objetos y no sujetos, que sean otra vez esclavos, ejemplifica al país vasallo, a grupos súbditos, a clanes subordinados. La consciencia de ser, como diría Erich Fromm, es desgarrada. Y más terrible es en cuanto esta declinación indígena traduce llanamente otro problema: la abierta no neutralidad de pueblos indígenas. Ya sabemos que es bien difícil o imposible ser neutral, menos entre tantas estelas de muertos.
¿Estamos entonces ante una declaración que debemos asumir con rigor o meramente ante un incidente o anécdota? La palabra trance tiene ricos sinónimos. Es peligro, necesidad, encrucijada. También es suceso, ocurrencia, tragedia e hipnosis. Queda claro que la sabiduría indígena en un pedacito de Colombia fue adormecida, que ha transitado por ese arco y que su declive se consagra. Sucumbió ante el acertadamente llamado embrujo autoritario de Uribe y su heredero Santos. Deja de ser valor para pasar a ser pusilanimidad, como en el caso del homenaje al nuevo presidente, en un ritual que debería ser de dignificación de la vida colectiva, no de exaltación de los victimarios. El propio ex ministro Juan Mayr (citado arriba) fue acusado en el año 2000 por los indígenas de abrir las puertas a un genocidio (http://www.nodo50.org/llar/cosal/genocidio.htm). El 7 de agosto de 2010 le habrán dado un fuerte y afectuoso abrazo.
Nos lo deberían aclarar los propios portavoces del movimiento indígena colombiano. Aun en medio de la división. Es mejor que se plasme ésta, la divergencia, la no uniformidad dentro de la diversidad, y no la unidad de propósitos torcidos en una esfera tan múltiple y al tiempo tan definida como la indígena. El rito con Santos es ignominioso. Semejante a la bendición de arsenales que la iglesia católica hace de cara al público muchas veces en grandiosas paradas militares.
Es responsabilidad del movimiento indígena, lúcido y emancipador, deslindarse de aquello y cuidar, no los huevos de Uribe ni de Santos, sino lo preciado de un país que está mostrando sus peores caras. Y también las de una Colombia que busca recobrarse como gran Minga (trabajo y beneficio colectivos). El diálogo epistolar hace parte de esa minga. Diálogo entre la insurgencia e indígenas, patente en las cartas de marzo y abril de 2009, por ejemplo, que es parte de un proceso que los propios pueblos indígenas deben saber custodiar.
No puede haber silencio cuando asistimos a actos concluyentes de respaldo a Santos, quien tuvo y tiene en sus manos las riendas de una portentosa maquinaria militar y política que mata por hambre y con balas ¿O están dispuestos esos indígenas, que hoy honran a Santos, a brindar iguales guiños a otros? ¿A traspasar poderes semejantes a otros? ¿Al antropólogo e insurgente Cano le pueden ofrecer una aseguranza, como la que recibió Aznar? Quizá la dialéctica de encuentros entre los de abajo, al menos virtuales, en las corrientes del universo, entre quienes batallan de diferentes formas en el conflicto, puedan producir más de lo que producirá la resignación indígena frente a Santos en una ceremonia patética que queda para la historia. Triste cuadro en el año del Bicentenario ¿200 años del grito de cuál independencia?
Tenemos en el primer día del gobierno de Juan Manuel Santos un buen ejemplo de lo que viene estos próximos años. De un lado mujeres y hombres en minoría en un país troceado y amilanado, pero que seguirán en lucha por la transformación social, económica y política. Y quienes apuestan de diversa manera como mayorías narcotizadas por la Cohesión Social, convalidando la injusticia que viven, el miedo que padecen, y la seguridad o aseguranza de los que desde arriba les ordenan. Es penoso que algunos representantes indígenas den este espectáculo al mundo. Son ellos los que han decidido ser siervos.