El Nobel de Paz 2009 a la esquizofrenia de Obama: blanco sobre negro(a)
En la mañana de hoy 9 de octubre, Barack Obama fue galardonado con el Premio Nóbel de la Paz. El mismo al que fue nominada la Senadora colombiana Piedad Córdoba. Jens Soltenberg, primer ministro de Noruega afirmó: “Lo más emocionante e importante de este premio es que se le da a alguien que tiene el poder para contribuir a la paz mundial”
Por: Carlos Alberto Ruiz Socha
Efectivamente. Obama tiene ese poder, bien para cumplir con su obligación de revertir la destrucción que su país, su Estado, su gobierno y su sistema ha generado, como para ahondar todavía más en la carrera global hacia la hecatombe. Ayer mismo, 8 de octubre, dio prueba de por dónde va: valora positivamente el envío de más tropas a Afganistán. Quizá sean 40 mil soldados. Quizá menos. A la pregunta de por qué el premio a Obama, responde la justificación del Comité que lo otorga. Su portavoz, Thorbjørn Jagland, explicó que el premio es una respuesta a Obama, para estimularle que siga en la dirección de sus intenciones, pues ha dado un giro con el que pueden comenzar a cambiar las cosas en el mundo. Sinceramente, no le falta lógica al argumento, aunque le falte razón. Como tienes poder material, te damos poder simbólico ¿Como aval? ¿Como contención? La cuestión es: ¿el principal y más cotizado premio a la paz debe darse al hombre nominalmente más poderoso del planeta?, ¿para que no mate en las cantidades y formas del anterior sino, tal y como va el plan de reforma del capitalismo mundial, para que regule ese torrente?
Piedad Córdoba Ruiz es una política que ha luchado a favor de las víctimas de crímenes de lesa humanidad; se ha implicado con enorme costo personal y político, en una tarea a contracorriente: recuperar el escenario de diálogos para acuerdos humanitarios y perspectivas de solución política al conflicto social y armado que vive Colombia desde hace décadas. Piedad además está bregando para que al menos no se pierda una parte de la verdad de la guerra sucia y el terrorismo de Estado: ha ido a las cárceles de EE UU a recabar de ex jefes paramilitares información sobre responsabilidades por acciones que han causado terribles sufrimientos a millones de personas. Ha encabezado difíciles contiendas por garantías y derechos de las mujeres, de los afrodescendientes, de la población campesina, indígena, Lgtb y sectores excluidos. Se ha convertido en insignia de solidaridad con las transformaciones emprendidas en América Latina. Es conocida su afinidad con el proceso bolivariano de Venezuela. Todo ello ha acarreado que sea insultada, agredida, vilipendiada, amenazada de muerte, perseguida, tratada como paria de la época. Hace años fue secuestrada por grupos paramilitares. No se calló. Siguió denunciando lo que vive Colombia, señalando a Uribe como socio y adalid de una estrategia mafiosa. Eso, en un país de cimentadas capas de fascismo, como es Colombia, no se perdona.
Ya sabemos que la imagen reina. Que de Obama se predica un abandono de la prepotencia imperial y se piensa con ello que también dejó atrás la potencia funesta. Ya no es Bush. Cierto. Pero ¿alguien puede afirmar en serio que una y otra han desaparecido y no están enmascaradas? Si de lo que se trata es de premiar por las palabras escritas y dichas por Obama, vale decir con ironía que el Nóbel de Literatura y no el de Paz, habría sido más ajustado. No es congruente para prestigiar un premio que se da en nombre del valor de la paz. ¿Acaso no hay pruebas de la esquizofrenia que evidentemente se ha instalado y es empleada por el gobierno Obama?: las guerras de Afganistán e Irak; las amenazas a Irán y Venezuela; las medidas de encubrimiento respecto de responsabilidades penales por el campo de concentración en Guantánamo, todavía en vigor; el calculador blindaje y dotación al golpe de Estado en Honduras; la continuación del criminal bloqueo contra Cuba; el apoyo de hecho a la expansión sionista y al apartheid que construye Israel contra Palestina; las bases militares y mercenarias en Colombia. Son indicios del camino escogido, de los deberes hechos como prestación en la no gratuita ascensión a la presidencia del país más poderoso y fratricida sobre la Tierra.
Los premios que se dan cuando de lo que se trata es de cumplir con obligaciones políticas y éticas, suponen un dilema moral para quien lo obtiene. Respecto al Premio Nóbel dado a Obama, el verdadero mérito hubiera estado en que él no lo aceptara; que hubiera dicho por decencia que sólo a la vista de los resultados en unos años, procedería a recibirlo. Pero eso no ha pasado. Obama necesita del fetiche, y por encima de él la maquinaria de la que él forma parte. Ese talismán grabado con la palabra Paz, viene bien para ellos. Por eso Obama acepta el premio y dice que es la “reafirmación del liderazgo de EEUU en nombre de las naciones del mundo”. Y nos recuerda a todos que él, Obama, es “el comandante en jefe de un país responsable de poner fin a una guerra y actuar en otro escenario” (Irak y Afganistán, respectivamente). Objetiva y legalmente lo es de las fuerzas armadas que mañana seguirán matando a civiles en Afganistán o en cualquier otra parte donde se erige EEUU como salvador del mundo. Que sea el comandante de las más poderosas fuerzas destructivas en el globo, se lo recordaremos algún día a Obama.
Tal premio, con lo que conlleva de contradictorio, también hubiese venido bien para los que sufren y acompañan desde el sin-poder las aspiraciones de justicia y libertad. Pero fue dado al poder que promete. En manos de Obama es un estandarte que se acumula a cientos de recursos que ya se tienen para mostrarse al mundo como se estime conveniente, en este caso como capitán de la paz. Poder para el poder. En manos de Piedad, hubiese sido un instrumento de poder transferido a los sin-poder. Un reconocimiento como en su momento lo fue el Premio Nóbel de la Paz a Martin Luther King (1964) o a Adolfo Pérez Esquivel (1980), quien nominó a Piedad para dicho premio este año. Pocos ejemplos han honrado verdaderamente este premio, que ahora habría podido recaer en ella, como contribución a la labor de una mujer, del sur, negra o afrodescendiente, como Obama, pero comprometida ella; de izquierda ella; solidaria y valiente ella; sensible a la tragedia de los que están presos, de los que están prisioneros, de los que están padeciendo en selvas y cárceles del Estado. A Obama le supone aplausos. A Piedad, quizá este hecho le implica hacerla más vulnerable. Haber sido nominada le representó un ensañamiento mediático y político que sólo pueden afrontar personas con las convicciones bien puestas. Las amenazas de muerte no cesan contra ella.
Las asimetrías, desventajas o desigualdades que atraviesan cada vez más el planeta se patentan con este hecho simbólico. Parece trivial, pero no lo es. Poder al poder e indiferencia o ataque frente a los que, entre las más terribles adversidades, son el sin-poder de este mundo, y construyen, no obstante, condiciones de poder para el grito de los de abajo, contra las opresiones. El Premio Nóbel se ha concedido en 2009 a quien está en guerra. Y en deuda, con los que le designaron y con los que nunca votaríamos por él. Ha sido para quien emprende reformulaciones militaristas, como son las bases de agresión bélica y su reingeniería en Colombia. No ha sido para una mujer que busca bases para la paz.
El poder de un sistema que volvió blanco a Michael Jackson, moldeando y saqueando su condición de sujeto, a fuerza de cosificaciones para hacerlo un objeto, vuelve a actuar y sacará rédito de este premio, para que tengamos en claro cómo es la realidad dura del dominio. Blanco sobre negro. O mejor: blanco sobre negra. Como es ella: Piedad; como se auto-reconoce al lado de los marginados y marginadas, y como le reconocemos con afecto los que apoyamos su lucha por la paz con justicia en Colombia. Huelga decir que no se trata del color de la piel, sino de la opción asumida que resplandece u oscurece los caminos de la paz que humaniza. El blanco y poderoso Obama cada día que pasa los ennegrece, los turbia. Con su evidente inteligencia, de la que no podía ostentar el matón Bush. Inteligencia que tuvo y tiene otro Premio Nóbel de la Paz, Henry Kissinger, quien lo recibió en 1973, precisamente cuando mandaba matar en Chile y otras partes del mundo en su calidad de Secretario de Estado de EEUU.
El objetivo central de este artículo en realidad no era opinar de los Premios Nóbel blanqueados por el poder y desde el poder, en oposición al mundo mestizo que lucha por no envilecer la palabra paz. Sino atestiguar sobre una mujer no emblanquecida ni a la venta que merece el respeto y el respaldo de quienes se precian por luchar en el bando de los de abajo, en Colombia y en cualquier batalla de las que se libran en el mundo ruin en el que vivimos. Quien esto escribe tuvo el privilegio el 24 de junio pasado, junto a defensores de derechos humanos que le acompañaban, de presenciar cómo en una reunión en Madrid, no de manera rebuscada, sino de modo espontáneo, emotivo y genuino, dirigentes de izquierda le entregaron un libro de Dolores Ibarruri, que había sido firmado muchos años atrás por La Pasionaria. Cayo Lara, de IU, expresó a Piedad su indignación y solidaridad al comprobar cómo era tratada en los medios de comunicación y perseguida de hecho y judicialmente para impedir su quehacer político y humanitario en Colombia. Sencillamente, esa misma identificación y la comprensión de un papel histórico, deben traducirse ahora en actos concretos. Urgen, no sólo por ella sino por el devenir o los resultados de un proceso que la derecha quiere ver abortado. Ella está presta a continuar, con el movimiento que lidera, Colombianas y Colombianos por la Paz, el diálogo epistolar con la insurgencia, con las fuerzas rebeldes FARC y ELN, para la regulación o humanización del conflicto y para tratar avances que posibiliten condiciones de justicia para la paz en Colombia.
Piedad Córdoba no necesitaba el premio para hacer lo que va a continuar. En realidad lo necesitaba un país de miserias que salvaguardan nuevos y viejos fascistas a los que les remueve su piso de perversión el hacer transformador de una mujer, de izquierda, mestiza, que no renuncia a su deber moral y político. Si el premio era una posible herramienta en sus iniciativas, provenía desde un poder extraño, desde arriba, ajeno y contrapuesto. Elegante pero frío. Debemos pensar quizá no en premios pero sí en enaltecimientos y homenajes éticos desde otra concepción, no sólo para rodear a Piedad de apoyos en su trabajo, sino para articular su lucha con otras que se surten contra las servidumbres de un sistema planetario de muerte, que administran también en las casas de gobierno de Washington, Bogotá o Madrid. Si Obama recibió un gran premio hoy, a finales de abril fue el presidente colombiano Uribe Vélez, quien ha entronizado un régimen mafioso y paramilitar, el merecedor de otro de menor entidad: el premio “Cortes de Cádiz a la Libertad”. Fue recibido en Madrid, agasajado por el empresariado español y por los partidos de Rodríguez Zapatero y José María Aznar (cinco días después de que fuera asesinado el paramilitar Francisco Enrique Villalba Hernández, quien atestiguó contra Álvaro Uribe Vélez en 2008 señalando, entre otros hechos, la responsabilidad del entonces gobernador de Antioquia, Uribe Vélez, en la masacre de El Aro, cometida contra campesinos de Ituango, entre el 22 y el 30 de octubre de 1997).
Uno de los intelectuales comprometidos que desde España apoyaba ese proceso de solución política promovido por Piedad Córdoba, el maestro y compañero Joaquín Herrera Flores, filósofo del derecho y la política, fallecido el pasado 2 de octubre en Sevilla, a quien debemos honrar y recordar más adelante, en su estudio sobre los derechos humanos como productos culturales y su crítica del humanismo abstracto, nos subrayaba: “La dignidad se sustenta en la capacidad de analizar, elucidar, hacer visible y, por lo tanto, intensificar las luchas que se desarrollan en torno al poder, las estrategias de los adversarios en el seno de las relaciones de poder, las tácticas utilizadas, los núcleos de resistencia. Debemos dejar de preguntarnos si el poder es bueno o malo, legitimo o ilegítimo… y preguntarnos: ¿en qué consisten las relaciones de poder y cómo podemos empoderarnos nosotros, esos que Jacques Rancière denomina los “sin poder”? (…) afirmemos la potencia de nuestra inteligencia y de nuestra capacidad de crear sentidos nuevos al mundo. En fin, despleguemos la potencia de lo constituyente, de lo humano, de todo aquello que lo pone todo en tensión hacia un nuevo acontecimiento, hacia un nuevo tipo de acción, hacia un mundo posible y mejor”.
Este pensamiento puede inspirar nuestros futuros actos para honrar con coherencia a quienes no se doblegan, y para distinguir (en su doble acepción: diferenciar y ponderar) las luchas como tales que mujeres y hombres encarnan, que son en cuanto resistencia viva, que ninguna seducción o refinada representación del poder logra encaminar hacia las renuncias.