El muro griego
De aquí a marzo, Grecia habrá construido una alambrada de 12 kilómetros en su frontera con Turquía. Pero según asegura el diario Berliner Zeitung, lo que debería construir es un muro de verdad. Porque con él se llamaría la atención sobre la política europea de inmigración.
Es una pena que Grecia no construya un gran muro. Habría sido preferible una alambrada de 206 kilómetros en toda su frontera con Turquía. Es lo que preferirían los griegos, cuyo pequeño país, endeudado y desorganizado, se encuentra actualmente desbordado por la afluencia de inmigrantes. También sería preferible para los refugiados que corren el riesgo de ser acogidos en Grecia en condiciones indignas. Y por último, también sería preferible para nosotros, los europeos, porque este muro nos obligaría a enfrentarnos a nuestras propias hipocresías.
Ante las críticas procedentes de todas partes, Atenas ha dado marcha atrás y ya no habla más que de una valla relativamente corta, de 12,5 kilómetros de largo por 3 metros de alto. Dicha valla debería levantarse a lo largo del río Evros, que es fácil de cruzar y por el que pasaron la mayoría de los inmigrantes clandestinos que llegaron a Grecia en 2010. No hay que ser ningún experto para saber que los pasadores no tardarán en encontrar otros caminos para esquivar este trozo de muro.
Focos, sirenas y megáfonos para expulsar a los clandestinos
Y así no cambia nada: la policía de las fronteras griegas sigue echando hacia atrás a los indeseables con ayuda de focos, sirenas, megáfonos e intimidaciones. También existe el riesgo, tal y como destaca la organización Pro Asyl, de que los refugiados, presas del pánico, se pongan a correr a través de los campos de minas instaladas durante los años de tensión entre Grecia y Turquía. Sin contar a los 175 agentes de aduanas de otros países europeos que se han enviado como refuerzo, con sus perros guardianes, sus sistemas infrarrojos y sus helicópteros. La agencia europea Frontex ha prorrogado su misión hasta el mes de marzo.
Sin embargo, según las estimaciones del gobierno griego, cada día logran atravesar las fronteras cerca de 200 clandestinos. El 80% de los inmigrantes clandestinos que vienen a Europa entran por Grecia. Se trata sobre todo de iraquíes, iraníes y afganos, pero también de africanos y de residentes en Oriente Próximo, que entregan miles de millones de euros a los pasadores para entrar en Europa. La mayoría no tiene pensado quedarse en Grecia y pone rumbo hacia los países más ricos del norte y del oeste. Pero la ley europea es clara: en virtud del Reglamento Dublín II, el país responsable de la gestión de las demandas de asilo es aquél al que llega el demandante.
Las autoridades griegas se limitan a hacinar cada vez más refugiados en los campos ya saturados. La falta de espacio es tal que los refugiados ni siquiera disponen de espacio para estirarse a la hora de dormir. Ya no hay suficientes aseos y los policías griegos a veces hacen salir a los refugiados para que puedan hacer sus necesidades en pleno campo. Nada de atención médica, asistencia legal o intérpretes: en los campos griegos no hay nada de eso. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, se trata de una “auténtica crisis humanitaria, que no es propia de la UE”. De las 30.000 demandas de asilo, las autoridades griegas únicamente concedieron once en 2010.
Una crisis humanitaria indigna de la UE
En este punto, la situación es tan dramática que una serie de tribunales británicos, noruegos y neerlandeses han decidido no devolver más refugiados a Grecia. En Alemania, el Tribunal Constitucional ha suspendido la política de expulsión hasta la frontera. En este sentido, los magistrados dan muestras de más decencia y lucidez que los políticos. Juntos, los ministros del Interior alemán, francés y británico han logrado que fracasen todos los intentos de reformar del Reglamento de Dublín II. Ni siquiera la Comisión Europa ha conseguido que se acepte que otro país miembro pueda relevar ocasionalmente a un socio que se encuentre desbordado por una oleada masiva de refugiados. Cabe destacar que el reglamento en vigor actual ofrece grandes ventajas a los países ricos del centro de Europa. En Alemania, el número de solicitantes de asilo ha descendido hasta tal punto que la cifra actual tan sólo es la décima parte del número registrado a comienzos de la década de los noventa.
A la opinión pública no le afecta la cuestión del asilo. Al que logra superar todos los obstáculos para llegar a nuestros países se le tratará relativamente bien. Sin embargo, los que fracasan lejos de nuestras fronteras no nos interesan. También cerramos los ojos ante la suerte de los refugiados a los que las autoridades libias, a petición de Italia, les impiden atravesar el Mediterráneo. Quizás un gran muro griego nos habría hecho despertar de nuestra suficiencia. No nos habría resultado tan sencillo hacer caso omiso de esta situación al ver una larga y alta herida que desfigura la antigua región de Tracia. ¿Una fortaleza en Europa? Ya existe desde hace tiempo.
Fuente: http://www.presseurop.eu/es/content/article/455841-quiza-con-el-muro-sea-mejor