El mundo como pregunta
Si algo sorprende de los que pontifican sobre lo que debe ser la familia o lo que está bien o mal en sexualidad, es la simplicidad de sus enunciados.
Con la arrogancia de los que se apoyan en creencias inamovibles, se atreven a hacer afirmaciones que hasta el sentido común contradice: que los homosexuales son personas enfermas, por ejemplo, como dijo Pablo Arango, profesor de la Universidad de la Sabana, o que los que no tienen una familia de papá y mamá presentan mayor inestabilidad, como afirmó Carlos Alonso Lucio.
Pero resulta que la realidad es infinitamente compleja y que el hombre, como ser histórico, es capaz de cambios y redefiniciones. Por fortuna —y el raciocinio es de Octavio Paz— desde que Copérnico mostró que el hombre no era el centro del universo, el sistema de creencias en que la humanidad se apoyaba se quebró y dio paso al “espíritu crítico” y al “espíritu laico”. Este cambio revolucionario hizo que el hombre fundara el mundo en su conciencia, y no en verdades reveladas. Nos sacaron del reino de las certidumbres y nos lanzaron a aguas menos claras, pero infinitamente más ricas: toda nuestra vida se convirtió en una eterna pregunta.
De esa ambigüedad y complejidad de la existencia se han nutrido siempre el arte y la literatura. Y desde la incertidumbre, precisamente, tres obras colombianas recientes problematizan el tema de la filiación y los orígenes. La primera de ellas es Amazona, un excelente documental producido por Nicolás Van Hemelryck y dirigido por Claire Weiskopf, dos jóvenes colombianos. En él, Claire, antes de dar a luz, hace un viaje al Amazonas para tener con su madre, una inglesa que se asentó en la selva buscando la forma de vida que quería, la conversación más importante de su vida. Con una dulzura que no oculta el dolor, Claire le pregunta a Veal por qué los dejó solos, a ella y a su hermano, ahora en lucha con la drogadicción, a la edad de 11 años. “Lo más importante de uno es la vida de uno”, dice la madre. “Los dilemas entre las responsabilidades y la libertad” son el gran asunto de la película. ¿Hasta dónde debe llegar el sacrificio? El problema queda planteado de una manera cruda, bella, valiente.
Yolanda Reyes, por su parte, en la novela Qué raro que me llame Federico, se ocupa de la adopción, un tema poco tratado por la literatura. Con un humor sutil y una tensión que no decae, la autora va mostrando las ansiedades que genera el proceso, las brechas culturales, las trabas de la burocracia, la maternidad como una construcción afectiva que compromete dos vidas para siempre, y también la necesidad del hijo de saber de dónde viene, el íntimo dolor de la conciencia del abandono. Finalmente, en Un mundo huérfano, Giuseppe Caputo cuenta, con una ternura inmensa y gran dosis de poesía y humor, la historia de un hijo que termina haciendo las veces de padre de su padre; brutal, bellísima, esta novela desolada, descarnada y violenta, que puede afectar algunas sensibilidades, como dicen en televisión, muestra también la crueldad de una sociedad homofóbica que destruye todo lo que no comprende. Todas tres, desde los lugares de intimidad desde los que parten, pueden, sin duda, hablar más de la sociedad colombiana que muchas otras de mafias, sicarios y traquetos.
Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/elmundo-pregunta