El lastre de la desigualdad
No deja de ser paradójico que mientras la economía colombiana crece a tasas cercanas al cinco por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) y se marcan récord en materia de inversión extranjera y balanza comercial, el índice de desigualdad en el país presente niveles críticos.
Por lo menos así se desprende del Índice de Desarrollo Humano (IDH) de Colombia para 2011 revelado esta semana por la Organización de Naciones Unidas.
Según el estudio, el IDH es una medida para evaluar los progresos a largo plazo en tres dimensiones básicas del desarrollo humano de un país: una existencia larga y saludable, el acceso al conocimiento y a un nivel de vida digno. De esta forma, el índice de Colombia para 2011 fue de 0.710 -en el desarrollo humano alto-, lo que ubica al país en el puesto 87 entre 187 países y territorios. Al revisar cada uno de los indicadores base, se encuentra que en nuestra nación entre 1980 y 2011 la esperanza de vida al nacer aumentó 8,2 años, la media de años de escolaridad subió en 3,1 años y los años de escolarización previstos se incrementaron en 4,8 años. A su turno, el Ingreso Nacional Bruto per cápita aumentó en un 59,0 en el período analizado.
Este panorama positivo deja de serlo cuando se entra a evaluar lo que pasó en materia de desigualdad. El informe de la ONU advierte que la inequidad, que mide la diferencia de oportunidades que hay entre unos sectores de población y otros, viene en aumento.
De esta forma, al ajustar el IDH al indicador de desigualdad, el país, ubicado en el puesto 87, pierde 24 puestos más, pues esta medición no se hizo entre las 187 naciones iniciales, sino sólo en 129. Así las cosas, Colombia se ubica en el fondo de la tabla, superada apenas por Haití y Angola. La primera de éstas es considerada la nación más pobre del continente americano, devastada además por un violento terremoto, y la segunda uno de los países menos desarrollados de África.
Esto implica, entonces, que en Colombia es alarmante el nivel de inequidad en la distribución de los ingresos o el consumo, de forma que hay un bajo volumen de personas que concentra gran parte de esa calidad de vida y un alto porcentaje de habitantes que sobrevive en medio de carencias y situaciones precarias.
No es la primera vez que se advierte sobre la creciente brecha entre población en situación de pobreza y los sectores con mayores recursos. Así las cosas por más que la economía esté mostrando mejorías y se marquen récord de productividad y rentabilidad en varios rubros, hay una evidente concentración de la riqueza.
Igual ocurre, como lo advirtiera semanas atrás otro informe de la ONU, con la propiedad de la tierra. En Colombia el 52,2 por ciento de los predios son latifundios y están en manos apenas del 1,15% de los propietarios, mientras que el 78,3 por ciento de éstos tiene apenas pequeñas parcelas.
Como se ve, más allá del estereotipo negativo y altamente ideologizado que muchas veces se hace caer sobre quienes advierten que los niveles de redistribución de la riqueza en Colombia son muy precarios, es evidente que el progreso que experimenta el país no está beneficiando por igual a todos los rangos de la población, y que le corresponde al Estado ser más eficiente y agresivo en aumentar los niveles de equidad.
Conclusiones como las del IDH ajustado por el indicador de desigualdad se convierten en un campanazo muy grave para un Estado que si bien ha logrado reducir la pobreza e indigencia, no tiene herramientas que dinamicen la irrigación de los ingresos y lleven a tener una sociedad con menos desequilibrios socio-económicos. No se trata, en modo alguno, de caer en fallidos y anacrónicos sistemas socialistas ni crear mecanismos asistencialistas y paternalistas a través de excesos de subsidios cruzados, sino de generar las condiciones para que los hogares progresen y su nivel de calidad de vida aumente de manera sostenida, objetiva y autónoma.