El eterno retorno por Rodolfo Arango

La historia puede ser entendida como una línea de tiempo continua y ascendente, o como el eterno retorno de lo mismo. Este segundo entendimiento, inmortalizado por Federico Nietzsche, parece aplicarse al tema de la educación en Colombia.


En la segunda mitad del siglo XIX Colombia vivió una intensa polémica sobre política y educación. La fracción radical del Partido Liberal logró posicionar en la Constitución de Rionegro la idea según la cual la expansión del sistema de enseñanza es la única garantía que puede otorgar contenido real a las instituciones democráticas. La educación, palanca central en el camino de la libertad, dejó de ser así un privilegio de familias y congregaciones religiosas para convertirse en función docente del Estado. En contraste con la posición radical, para la Regeneración la educación debe ser obra de los particulares, limitando la intervención del Estado a los ámbitos donde no llega o no le interesa llegar a la iniciativa privada. El plan Zerda en 1892 aseguraría que las pedagogías católicas ocuparan el lugar del discurso radical basado en una ética civil, ciudadana y democrática, así como los esfuerzos por una educación liberal laica, naturalista y experimental (Renán Silva, Nueva Historia de Colombia, vol. IV, p. 74). Para el pensamiento conservador antes como hoy lo que conviene al país no es la formación de eruditos ni letrados, sino de hombres y mujeres “dignos y honrados” con conocimientos que les sirvan para atender las necesidades prácticas de la vida.

Es preciso recordar el debate entre radicalismo liberal y regeneración cuando a principios del siglo XXI se reflexiona sobre el modelo de educación superior que más le conviene al país. La idea de la educación al servicio de la libertad y asociada a la construcción de una sociedad más democrática está en la mente de juventudes indignadas, de movimientos populares y de sectores sociales marginados de los beneficios del progreso. Por su parte, la respuesta del gobierno Santos ha sido concebir la educación superior como un bien escaso al que acceden los más aptos y cuya financiación debe provenir también del capital privado.

La posición del gobierno Santos se asemeja a la de los regeneracionistas. Si Uribe equivale a Caro en su visión autoritaria, centralista y católica del poder, Santos es el Rafael Núñez de nuestro tiempo, más preocupado por liberar la iniciativa privada y promover la capacitación técnica y tecnológica con financiación mixta, que hacer de la educación un factor de transformación social y democrática. Sorprende que esta sea la solución a las dificultades de acceso a la universidad en uno de los países más inequitativos del mundo. De acuerdo con los indicadores comparados en Iberoamérica en un informe de 2011, Colombia ocupa el peor lugar en relación con el acceso a la educación según origen socio-familiar. Mientras cerca del 90% de los estudiantes provenientes del quintil más rico de la población ingresa a la universidad, ese porcentaje sólo es del 9% en el quintil más pobre. Por su parte, la revista Semana informa en su último número que según un estudio del International Institute for Management Development, Colombia pasó del puesto 45 al 50 en competitividad, y “de los 59 países analizados Colombia ocupa el último puesto en educación, que es el eje del crecimiento y del desarrollo de un país”.

Coda: El exgeneral Naranjo se perfila como el gallo tapado para enfrentar la reelección de Santos. Si no, ¿cómo explicar que se haya atribuido toda la responsabilidad en el caso de Santoyo?

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