El día que ya llegó
Por estos días la discusión de todos los mentideros políticos es sobre el plebiscito: gana el no, gana el sí. En las reuniones de activistas y todos sus órdenes del día. Si triunfa uno y otro, ¿qué podría suceder en el país?, ¿quién tendrá beneficia en mayor medida, de uno u otro voto definitivo?, y cómo podría continuar el proceso de negociación, etcétera. Es un debate sensato, pero falto de una lectura del presente, con las proyecciones de los tiempos que corren; más allá de cada uno, y de los afanes que tenemos como sociedad.
Desde hace meses, los actores sociales, los movimientos de diferente matiz, y los partidos inclinados por el cambio, más allá de si gana una u otra opción –claro, tal voto matiza algunas posibilidades y proyecciones–, están ante un conjunto de retos de cómo actuar para responderle al país. Un escenario en el que los principales actores deberían ser los sectores populares, con propuestas para unir a su alrededor al conjunto social. Sí, un primer reto del nuevo tiempo en que ingresa Colombia: La participación cada vez más denodada y vital de sus mayorías, por décadas silenciosas o silenciadas, por décadas excluidas, por décadas –¿siglos?– desconocidas.
Participación que debe estar, cada vez más, marcada y determinada por su autonomía y sus sueños. Sabiendo que los actores políticos acompañan pero no determinan. Señalan caminos pero no amarran a los protagonistas. Proponen pero no deciden, conversan pero no imponen. Con estos límites, autonomía y manejo de una ruta para alcanzar los sueños, sería el segundo reto. El de un nuevo ejercicio de la política.
Proyección y cambio que también implica tratar de dialogar, con frescura y mente abierta, con las nuevas generaciones. Esas, que contrario a lo que dicen y repiten unos y otros discursos, en las grandes ciudades –“que por generaciones en Colombia nunca hemos vivido un día sin guerra”–, precisamente, por la ternura de sus vidas, nunca han conocido un día de guerra. No la han padecido. Sólo saben de sus impactos, por los reportes de los informativos. Conocen, sí, la inseguridad, la violencia en sus territorios.
Sobretodo y en lugares crecientes, controlados por bandas que cada vez parecen más mafias –protegidas en bastantes ocasiones, por aparatos del Estado que encontraron en esas presencias de micro-poderes, una vía para la atomización y el control social– ambiente que no es igual al de la bruma oscura de una guerra.
Y en ese diálogo y encuentro, marcado por acciones conjuntas, deben extender puentes para el relacionamiento con las otras generaciones, con sus franjas de politizados y despolitizados. De este modo, a través de un diálogo de saberes, quizá surjan los referentes fundamentales por los cuales batirse, unos y otros, en un batallar por el país de todos/as. Este es el tercer reto.
¿Cómo ven esas nuevas generaciones su presente –de todos, y el suyo propio–, y cómo el futuro? ¿Por qué a un sector amplio de las nuevas generaciones –15 millones de connacionales– no les interesa la política ni les angustia el asunto del poder? Tendrá que ver, ¿con su repudio a la falta de ética entre unos y otros actores de la política? Rechazarán con su indiferencia, ¿la falta de consecuencia entre palabra y acción? O, saben que la democracia es un decir sin piso real y que ¿el voto es un ejercicio formal? O mejor, ¿respirarán su indiferencia producto de una escuela desmotivadora –no de acción docente sino porque los planes de estudio así lo determinan?
Al responder estos y otros interrogantes, los sujetos políticos, líderes de todos los colores, no pueden pretender que tienen respuesta para todo, y que marcan todos los caminos y fronteras para el quehacer diario, presente y futuro de la sociedad. Un nuevo signo de los tiempos, radica precisamente; en saber darle un espacio a la acción espontánea y a la conjunción de fuerzas y sueños, extrayendo de cada acción las lecciones pertinentes. La política y sus programas abiertos al debate diario, sin temor al cambio, de ser necesario. Este es el cuarto reto.
No cabe pues, entonces, la homogenización en los nuevos tiempos que corren, y contra tal posibilidad se rebelan, una y otra vez, las nuevas generaciones. Comprender y actuar de acuerdo a este axioma es el quinto reto. Comprensión que indica, claramente, que cultura y política van de la mano.
Este otro axioma, desde siempre presente en la acción de Estado, recordado una y otra vez por la sociología y otras ramas del saber humano, indica que la condición básica para diseñar y llevar a la cabeza de una sociedad un proyecto cualquiera, pasa por la comprensión de las energías vivas de esa misma sociedad. No puede existir un proyecto político en su totalidad pre-elaborado. Pues de ser así, significaría que sus actores pretenden meter en un costal a la sociedad, llevarla a uno u otro lado, porque así lo dictan sus paradigmas. El éxito, obliga algo contrario: vaciar al proyecto político, a todos los identificados con el mismo, en el conjunto social, para que logren identificación con las mayorías, a partir de saber leer sus necesidades, anhelos y disposiciones.
En lo dicho no hay nada nuevo. Así fue identificado desde hace décadas por diferentes dirigentes políticos. Más el aspecto nuevo acá, no por novedoso, es que en Colombia parece que distintos actores olvidaron(mos), precisamente, que el accionar político es al mismo tiempo, como ya está dicho, un proceder cultural. Y de no recordar –no podrá entenderse– que precisamente, con el nuevo tiempo en que está entrando el país, es necesario resaltar, con fuerza, otras formas de hablar y de comunicar, otras iconografías, otras lógicas de la política. Hay que buscar y lograr sintonía con el país real.
Venza el sí o el no en el plebiscito, más allá de eso, desde ahora –tal vez con retardo– hay que ir tras una conexión con el país nacional, con las mayorías. Tal propósito será infructuoso, sin partir de nuevas comprensiones, referentes y formas de comunicar. Este es el sexto reto.
En estas nuevas circunstancias de la política, el Estado y el gobierno aparecen como referente sustancial, pero, los planos social, comunitario, territorial, deben estar presentes con mayor fuerza en cada acción, ojalá, marcando la pauta fundamental de los nuevos quehaceres en pro de un país por renacer.
Por decirlo de otra manera, el Estado y el gobierno, en una perspectiva de dualidad de poderes, está ahí en la lucha diaria, en cada acción. Proceder y dualidad a pensar y abordar no solo el día después de la caída de La Bastilla. Hay que proceder sin temor ante los requisitos y la necesidad de cambio.
A nuevos tiempos nuevos métodos y nuevas acciones. Este es el séptimo reto. Seguramente habrá muchos otros. Identificarlos es sustancial para que el cambio de los tiempos no signifique ni el enterramiento ni la derrota de los sueños y de la esperanza.
Fuente: http://desdeabajo.info/colombia/item/29601-el-dia-que-ya-llego.html