El debate de la seguridad y el derecho a resistir‏

Gaza: el debate de la seguridad y el derecho a resistir

Carlos Alberto Ruiz

Tarde del 30 de diciembre de 2008: 1.750 personas heridas, destrucción por doquier, 365 muertos en Gaza en cuatro días. Pero 365 días al año violada.


Llegó un día de junio, hace apenas seis meses, en la larga historia de 60 años de ignominia, cuando entre el violador que no cesaba de profanar y la mujer profanada se anunció una tregua.

El violador continuaba con su repugnante masa ocupante sobre la mujer herida y cercada, y ésta, inmóvil y resistente, con su dignidad entera, limitadamente podía apartar crasos dedos de un cuerpo invasor. Gaza lanzaba, y descarga hoy, sus espasmos defensivos.

Para Israel su vil regodeo, el cual reviste de seguridad. Para la parte ocupada y débil el desastre (Al Nakba). Y el grito de su legítima defensa. Una tregua así, sin suspensión de la troncal e infame agresión, sino sólo de algunos de los arrebatos criminales, no era en estricto sentido más que una pausa y un aplazamiento. Entre tanto el violador se reanimaba entre la sangre y el dolor de su víctima.

Este símil es pobre. Es mínimo. Pero trata de ser fiel, aunque no describa la profundidad de ese drama, al que con razón podríamos llamar apartheid, castigo colectivo, limpieza étnica, racismo, genocidio, terrorismo de Estado. Ninguna parábola es enteramente justa o cabal con la realidad del sufrimiento innegable, mucho más trágica de lo que podamos pensar. Que sirva al menos para poner de presente, no la ya conocida sevicia israelí, sino la perversión del tercero cómplice, quien pide a la víctima resistente que cese sus sacudidas o conmociones, que entre en reposo, que se relaje, mientras ese tercero, digamos europeo, contempla y encubre al violador.

A los pocos días de aquel anuncio de tregua en junio, varios observadores de derechos humanos del ámbito español pudimos estar en Palestina, tanto en Cisjordania como en la Franja de Gaza.

Comprobando cómo el pretexto de la seguridad israelí se ha convertido en una gran cantera de políticas violatorias del fracasado e impotente derecho internacional, en las cuales participan activa y deliberadamente no sólo Estados Unidos sino la Unión Europea, UE.

Entre los varios trabajos de análisis fruto de esa misión, el ensayo que sigue a este artículo (ver abajo) se refiere a la situación de Gaza. Fue elaborado en agosto de 2008 y publicado en octubre pasado en un libro conjunto editado por Rafael Escudero. No sólo ante la rutinaria manipulación que hacen los grandes medios de comunicación y la tergiversación, sino ante la obtusa y al tiempo sagaz confusión que siembran agencias próximas a la estrategia sionista, se ofrece ese escrito, como una retrospectiva, entre los cientos de artículos que circulan, para acentuar con franqueza una perspectiva, ahora más que nunca.

Es la perspectiva que condena la sucia política europea de la que hacemos parte, que mientras mantiene la verborrea de los derechos humanos y de la seguridad humana colabora diligente y celosamente con el genocidio que comete Israel. Por lo tanto, un punto de vista que relativiza un derecho internacional dual, sin renunciar del todo a sus valores e instrumental.

Lo hace por elemental respuesta respecto del fiasco que representan unas instituciones que ya en Naciones Unidas, ya en la UE, o ya seguidoras de una cooperación que alimenta y normaliza la ocupación, se han descubierto como seguidoras en la práctica de las tesis del Estado de Israel.

De ahí que otras tesis con superior fundamento y base ética deben ser recobradas: para hacer ver la realidad de un pueblo que no desea ser sojuzgado en un territorio suyo que ha sido ocupado con el beneplácito de poderes globales; para acompañar las exigencias de una solución fundada en el cese total y garantizado de esa execrable ocupación y no en paliativos; para asumir el alegato y el reconocimiento de la rebelión en una guerra asimétrica, en la que la agresión con ventajas sistemáticas que planificadamente cumple el ocupante, no es lo mismo, ni en su naturaleza ni en sus secuelas, a la defensa que procura el oprimido ante la humillación.

Un ocupado con derecho a resistir, también mediante acciones y recursos que implican violencia directa, como está estipulado en el mismo preámbulo de la Declaración de Derechos Humanos de 1948, entre diferentes documentos jurídicos, que afirman el derecho a la rebelión y a la resistencia, propio de una humanización en ciernes.

Para todo ello se requiere un análisis, que menos en esto puede ser neutral. Con el uso de categorías como la de “seguridad humana”, pero desde un enfoque alternativo, que confronte la posición pánfila de cientos de Moratinos y Solanas, como de otros cancilleres europeos, que blindan la seguridad inhumana de Israel y de varias castas corruptas, representando una infecta política española y europea.

Un trabajo de fundamentación que nos posibilite recuperar para las batallas por venir, que probablemente serán muy arduas y en la sima de una derrota temporal, una comprensión de los límites éticos y jurídicos que ha traspasado desde hace mucho tiempo la violencia transnacional y multipolar contra el pueblo palestino, la cual acaba de refrendar, con el encerramiento y bombardeo de Gaza, el cambio de escenarios de la contienda. Israel ha puesto nombre de objetivos a intereses suyos en todo el planeta.

Por lo tanto, debe estudiarse la validez de la resistencia palestina y otras, en un contexto de desigualdades oprobiosas, manifiestas en los medios de la guerra misma y en sus consecuencias. La mediación implícita o explícita de un marco conceptual crítico es necesaria, en el que no debe volverse a perder más terreno y tiempo en torno al derecho a la resistencia y el reconocimiento de movimientos de liberación como tal. Eso hace imperativo el radical cuestionamiento a unas listas de organizaciones “terroristas”.

Tales listas confeccionadas por santuarios de Israel en Occidente, patrocinadas por España, por ejemplo, no califican el terrorismo sionista, sino lo consienten, mientras criminalizan por ejemplo a Hamas para amparar las arremetidas salvajes como la que estos días se nos enrostra, resultando condenada la parte que evidentemente está siendo agredida y tiene escasas armas, mucho menos letales, y no la poderosa contraparte que ha puesto en marcha una política genocida una y otra vez exculpada.

Después de los hechos consumados en Gaza al término del 2008 y en el temprano desgarramiento del 2009, muchas cosas deben cambiar, más para quienes analizan, ayudan y denuncian, a fin de saber acompañar solidariamente la causa del pueblo palestino desde cualquier punto del globo. Si la referencia es esta opción, respetando las búsquedas propias de los/as palestinos/as, su seguridad está primero y por encima que la de la parte agresora: el Estado sionista de Israel. Y todavía más: tienden a excluirse.

A este punto ha desplegado la cuestión el “plomo endurecido” de la así bautizada brutal operación israelí. No es una soflama decir que Palestina o el sionismo. Si la elección histórica y ética es la legítima defensa palestina, debe construirse desde ya una lejana solución, cuya justicia y sostenibilidad dependerá de un irreversible y pleno final de la ocupación criminal que está en la razón de ser sionista. Esa tarea y esa utopía para renovarla comienzan hoy. No sólo al reivindicar racionalmente en general condiciones de seguridad humana para Palestina, sino en concreto su derecho a la Intifada, como derecho humano y colectivo a la defensa racional: una rebelión digna por la sobrevivencia como pueblo, por no morir de rodillas, por tener futuro.

Cuando llega la noche de este penúltimo día del 2008, y arriban de París las noticias de la esquizofrenia europea, de los ministros de exteriores que antes del brindis de final de año se dan el lujo de parecer hombres honrados, sin que cientos de cadáveres les interpelen, se nos dice ahora que interceden para que por 48 horas no se siga matando. Quizá lo hacen más por ellos y su cómoda fiesta que por millones de palestinos/as que nos les quitan el sueño.

En grandiosos apartes es también hora de abrir libros y rescatar páginas como las de Frantz Fanon en “Los condenados de la tierra”, para recordar el grito de la liberación postergada, sesenta años después de la ocupación de Palestina y de la letanía de los derechos humanos. Para pensar que no es lo mismo la violencia del opresor que la del oprimido. En las circunstancias a las que éste ha sido obligado para su ejercicio.

O para apuntar con Sartre en el prólogo a esa obra, que “hay que afrontar un espectáculo inesperado: el striptease de nuestro humanismo. Helo aquí desnudo y nada hermoso: no era sino una ideología mentirosa, la exquisita justificación del pillaje; sus ternuras y su preciosismo justificaban nuestras agresiones. ¡Qué bello predicar la no violencia!: ¡Ni víctimas ni verdugos! (…) Nuestros caros valores pierden sus alas; si los contemplamos de cerca, no encontraremos uno solo que no esté manchado de sangre”.

Fanon subrayaba: “No perdamos el tiempo en estériles letanías ni en mimetismos nauseabundos. Abandonemos a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina por dondequiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todos los rincones del mundo”.

Para ello el movimiento internacionalista que apuesta por la solidaridad radical no puede mirar para otro lado: ni ante el genocidio como crimen, ni ante la rebelión como respuesta. Como esas listas de terroristas no incluyen a Israel deben acabarse. Nada moralmente sólido las sostiene con coherencia ni nos compromete con su respeto. Al contrario: es un deber ético impugnarlas y desobedecerlas. Una aplastante verdad de la violencia sionista nos es convertida en derecho palestino, y de la humanidad. Se nos ha impuesto por la barbarie de nuevos hombres grises que han sido desafiados desde el interior de la cárcel más grande del mundo: Gaza. Allí donde resistentes no quieren ni deben repetir la historia de impotencias y resignaciones que apenas 65 años atrás se vivieron en otros campos de concentración.

La seguridad humana como alucinación
y Gaza como paradigma.
El debate del Derecho y la resistencia en Palestina*

Carlos Alberto Ruiz Socha

El propósito de este somero análisis, dentro de los varios temas señalados para tratar desde y hacia un enfoque de conjunto sobre la seguridad humana en Palestina, tiene de antemano una precisa delimitación geográfica y una marcada y focal preocupación. Se propuso indagar por Gaza, por lo que pasa en esta franja territorial a partir de su bloqueo y de ser declarada como “entidad enemiga” por Israel en septiembre de 2007. Tal es en esencia lo que acá se busca: ver de qué modo esa situación y esa declaración, un año después, al contrario de ofrecer verdaderos escenarios y medios de seguridad humana, atenta abiertamente contra la paz, los derechos humanos y el Derecho internacional, generando y arraigando además condiciones de flagrante inseguridad (in)humana, con graves repercusiones en diferentes dimensiones u órdenes.

Sin embargo, para quien esto escribe y el grupo de investigadores e investigadoras que tuvimos el honor de compartir in situ unos días con el pueblo palestino, la breve visita a Gaza durante la observación y el trabajo de campo realizado fue una recíproca incursión que cuestionó en gran medida el cómodo y tajante establecimiento de un tópico y algunas de las premisas o referencias para desarrollarlo, así como nuestra imperturbabilidad.

Mientras nos hallábamos pisando suelo palestino en la franja de Gaza para estudiar como externos con intencionada objetividad, oteando unos determinados problemas, recaudando información y encasillándola en nuestras categorías, las propias imágenes de la evidencia nos interpelaron. Fue así desde el mismo momento en que logramos acceder en Eretz[1][1], desde cuando atravesamos el tétrico muro israelí, sus puertas y corredores, y sus guardias ofensivos, traspasando a la vida que hierve dentro de una gran prisión[2][2]. Con un mazazo a las sensibilidades formadas y desinformadas hasta que es vista la prueba -y las señales de bombardeos lo eran-, de un lado fue interrogada nuestra condición de ajenos, que arriban privilegiados a una cárcel para mirar la destrucción e irse. Pero más allá y más fuerte, fue escrutada -no por otros, sino por nosotros mismos- nuestra finalidad entre los testimonios de escombros y rebrotes. Lo que suele ser característico en la tarea de las ciencias sociales comprometidas, en Gaza fue contundente y común en este grupo y su quehacer.

Como resultado palpable de horas de entrevistas y de poder estar allí, con este solo hecho y sus circunstancias, provisionalmente encerrados y al tiempo libres en un minúsculo ámbito geográfico, en obligada comparación con los baldíos y suntuosos espacios nacionales de otros países con sus respectivas fronteras y dominios, en esta franja de una población permanentemente agredida y asediada, entendimos al menos tres consecuencias y demandas. La primera: debía ser alterado o complejizado el objeto de nuestro examen, que para el caso de este autor y su estudio, se movía de un único flanco jurídico (la promulgación expresa de un “enemigo”) hacia varios frentes de carácter ético-político (en el entramado mismo de la actualización de la opresión a Palestina). Tal meridiana exigencia no es nueva, sino que tiene a cuestas una larga e intensa historia que conmina a rebasar el foco legal.

La segunda, que a raíz de ese desplazamiento o superposición de horizontes, necesariamente estaba siendo preguntado el investigador y el encargo colectivo, y que, por ende, debía sostenerse, fortalecerse y proyectarse -todavía más- una cualidad crítica en función del cometido específico: una visión alternativa de la seguridad humana en Gaza, reafirmada allí mismo, bajo las amenazas que la explican. Y tercera, que ese aporte debería ser tal, o sea, alegando y agregando distintos elementos entre la profusión de estudios e informes que contribuyan a un debate jurídico y sobre todo de naturaleza política acerca de las respuestas apremiantes ante los constatados desafíos éticos para una cooperación auténtica, es decir, solidaria y deudora con quienes más sufren la violencia en sus diversas manifestaciones, basada en la construcción de posibilidades para los derechos humanos y los derechos de los pueblos.

1. La declaración hostil de 19 de septiembre de 2007: una explosiva pieza en el puzzle

El dictamen fue público y reseñado en todo el planeta. Explicó el Gobierno israelí: “Siguiendo extensas consultas legales, Israel ha decidido declarar a Gaza como una entidad hostil, con todas las implicaciones internacionales. Este movimiento preparará la fase preparatoria para sanciones contra Gaza, como la interrupción del gas, electricidad, disponibilidad de agua, que ocurrirá en un proceso gradual […] Hamas es una organización terrorista que ha tomado el control de Gaza y la ha convertido en un territorio hostil”.

La declaración oficial, emitida la decisión por el gabinete de seguridad, fue secundada por la Secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice, quien concretó que “Hamas es también una entidad hostil a EEUU”. El ministro de Defensa israelí, Ehud Barak, manifestó aquel 19 de septiembre de 2007 que “no es necesario que nos pinchen o nos persuadan para actuar en Gaza. Actuaremos después de que se agoten todos los demás esfuerzos. No es el momento para una operación a gran escala en Gaza […] No debemos dejarnos llevar, debemos mantener la calma y planear meticulosamente cualquier posible acción. Organizaremos una operación cuando sea el momento y no sólo para aliviar la tensión […] Cada día que pasa nos acerca a una gran operación en Gaza”.

Decenas de vastas operaciones militares por tierra, mar y aire han tenido lugar en Gaza en este nuevo milenio. Con cientos de muertos palestinos. La última de grandes proporciones antes de este ensayo acabó en marzo de 2008. Fue denominada “Invierno Caliente”.

Entre las imágenes de los numerosos crímenes de guerra cometidos en aquella operación, con más de cien palestinos y palestinas asesinadas en cuatro días, quedan grabadas en la piel que desgarrarán los futuros ataques las de las espantosas masacres de varias decenas de niños y niñas; por supuesto no combatientes. Atrás, pero no en el olvido, sino en la memoria histórica colectiva que se injerta en el presente de una rebelión no amedrentada, quedan las decenas de asesinatos selectivos de líderes políticos o militantes, ejecutados por las fuerzas ocupantes, como los bombardeos indiscriminados[3][3], al igual que la destrucción de miles de casas y lugares de trabajo, en las diferentes facetas y fases de la prolongada hostilidad ejercida por el Estado de Israel. En el compendio al que debe coadyuvarse, el que quede tras la resistencia, algún día se narrará no sólo la barbarie planificada, sino las creaciones sociales y políticas que han ido condensando en Gaza el valor de una entidad humana que debe ser reivindicada.

Por ello, por la paulatina constitución de Gaza como prototipo, que ha tenido vectores políticos, sociales, religiosos, demográficos y militares, contrarios a la histórica perspectiva de la dominación israelí y de sus sostenedores, fue considerada su configuración en ascenso como una amenaza, como un peligro paradigmático o un mal ejemplo. Fundamentalmente por el control territorial, político, armado y la regulación social, religiosa y jurídica que el movimiento Hamas afianzó desde su visión, no sólo tras su hegemonía en junio de 2007 sobre otras fuerzas palestinas, sino antes, cuando ganó las elecciones de enero de 2006[4][4]. Este último sería entonces apenas un período. Años antes, Israel fue acondicionando sus fuerzas a partir de sus debilidades. Una de ella la relación demográfica.

Nueve mil colonos judíos y varios miles de soldados o policías israelíes con decenas de puestos e instalaciones militares de férreo control represivo y acoso, además de redes de colaboracionistas, todo ello objetivamente parte sustancial de una potencia agresora en Gaza, por un lado, frente a millón y medio de palestinos agredidos, por el otro lado. No era sólo una desproporción, sino un despropósito, que sería literalmente explosivo y sangrante en el momento de decidirse uno y más ataques contra la población ocupada y sus organizaciones. Si éstas eran capaces de actuar militarmente fuera de Gaza, y solían hacerlo lanzando los kassam -los cohetes artesanales-, cómo no esperar que lo hicieran en caso de una arremetida israelí que concitara la desesperación colectiva. Se podrían abalanzar allí mismo no sólo sobre los uniformados israelíes, sino sobre las no inermes colonias, por sí mismas enclaves de despojo y violencia.

Pese a las evidentes ventajas militares israelíes, con una máquina de guerra que como la de EEUU y Europa, sus socios, cuenta con los más sofisticados recursos letales, tal desproporción de población obraba entonces de manera aplastante, aunque en el corpus palestino existieran serias divisiones, que ya jugarían a favor del ocupante israelí y su estrategia. Para sopesar ese factor, su impacto y la acumulación de tensión, no era necesario ser un brillante comandante militar. Bastaba con que lo previeran primero instancias del poder ocupante, temerosas de las capacidades de una multitud humana oprimida, y que se encargara del programa de destrucción uno de los diestros ejecutores del proyecto sionista. Alguien como Ariel Sharon, artífice del Muro de la vergüenza o del apartheid, quien instigó para consumar asesinatos en masa o perpetrar en el Líbano las impunes matanzas de Sabra y Chatila en 1982 (enseñadas al mundo también un 19 de septiembre), el mismo que en el 2000 (igualmente en septiembre) urdió la provocación rastrera que dio origen a la Segunda Intifada, fue quien trazó el operativo “plan de desconexión” de Gaza, medida que el parlamento de Israel había aprobado en octubre de 2004. Sharon, un criminal de guerra, ya primer ministro, expuso como generosa concesión política y diplomática lo que en realidad era y es un cálculo en pro de la extensión de un proyecto bélico con pasado, presente y futuro, para aparejar las razones del desequilibrio demográfico con las oportunidades y preeminencias militares.

En agosto de 2005 se implementó dicho “plan de desconexión”. Los colonos fueron desalojados por su propio Estado, enseñándose a Israel como actor sacrificado y diligente que empezaba a ceder, cuando en verdad ponía hábilmente en práctica una idea de separación o apartamiento seguro y de insidioso vaciamiento: despejaba la zona, extraía y protegía a los suyos, purificaba el objetivo, apuntando así a toda una entidad humana tan voluntaria y legítimamente residente, como involuntaria e ilegítimamente acorralada, que había de ser previa, concomitante y posteriormente estigmatizada e insegura para ser deshumanizada. Quien lícitamente se quedaba, la población palestina en Gaza, debía ser designada como enemigo colectivo, no todavía para una batalla final sino para sus graduales anticipos.

Tras su mayoritaria adhesión a Hamas y cohesión en torno a una posición de no abjuración de sus derechos, Gaza sufre un holocausto, sin quedarse en la situación de víctima. Ha sido así castigada por la postulación de una opción política no indefensa ni sumisa, sino beligerante. Ha sido colectivamente castigada, cuando en Derecho internacional se prohíben los castigos colectivos. Ha sido sitiada y empujada hacia el hambre, aislada y confinada con el corte de suministros básicos de medicinas, electricidad, combustible y medios de primerísima necesidad, lo cual está igualmente vetado en la normativa de los conflictos armados, ese conjunto de reglas anfibológicas que hoy día no es suficiente esgrimir ni para acusar ni para detener la monstruosidad del embate israelí.

En congruencia con lo expuesto, sobre el apremio de superar una lectura formal de los requerimientos para vertebrar la seguridad humana, el análisis de tal declaración de Gaza como entidad enemiga no puede estar determinado por el simple tenor literal y la justificación pública, confesa e inmediata que Israel dio a la medida, fundamentada en el puzzle de su seguridad, ni por la utilización material que se va derivando, traducida en concretas acciones de tipo militar, principalmente. Ni puede realizarse un examen fiable a partir de la oposición y violación de derechos que supone, teniendo en la mano las normas y postulados de derechos humanos y en general el catálogo de obligaciones de Derecho internacional vinculantes para el Estado de Israel.

Las claves de dicha declaración corresponden a la sucesión de un proceso político y militar acumulativo, no lineal o exacto en el sentido de exclusivos réditos para la estrategia de seguridad israelí, pero sí compuesto de unas soluciones tomadas y asumidas dentro de unos planes de largo aliento, encadenadas o articuladas también como definiciones legales en aras de un ejercicio de legitimación. Dentro de una crítica general ya avanzada por su fracaso, una precisa recensión debe hacerse sobre ese Derecho internacional, pues al tiempo de regular, entre otras materias, las obligaciones de una potencia ocupante, ha terminado por instituir y fijar de cierto modo su permanencia ilegal e ilegítima, tendiendo a la normalización en gran medida de una empresa criminal, de sus hechos y beneficios consumados, implantándose un paradójico y odioso papel de Israel como “protector” o “garante” de la víctima mientras ésta es reducida, lo cual resulta absurdo, siendo ése su recóndito objetivo en el transcurso de una estrategia genocida que ya alcanza sesenta años.

2. El papel y el debate de un orden jurídico supeditado a la psicosis de una estrategia

Debe recordarse que, a diferencia de otros violentos regímenes que violan sistemáticamente los derechos humanos sin acudir al uso táctico de la ley, con lo cual son mayormente repudiados en la letra, Israel sí lo hace, sí mantiene una rutina de legalidad, que prepara y refuerza no sólo un dispositivo de meras aplicaciones coercitivas, sino que se traslada incluso hacia la dirigida eficacia simbólica del Derecho, para brindar a sus conglomerados la idea de una seguridad que no es construida más allá de la temporal contención de reales o supuestos riesgos originados en su política de ocupación y agresión, dando la impresión de avanzar materialmente en pos de una seguridad humana que es falsable.

Ha sido tal la solvencia de Israel en esa lógica de legalización, que ha podido enmascarar con definiciones jurídicas y blindar con impunidad prácticas sistemáticas como la tortura y otros crímenes de lesa humanidad, bajo retruécanos que remiten al sofisma de la seguridad[5][5], supremo argumento en blanco dentro de su psicosis y su juridicidad, que autoriza en su nombre violaciones a derechos fundamentales o suspensión de determinadas garantías. No obstante dicho hábito y obviedad en el plano interno, merece destacarse su par externo. Más que como complemento, es una conditio sine qua non la solidaridad o activa responsabilidad demostrada por centros de poder mundial, que de dientes para afuera proclaman la trascendencia del Derecho internacional, pero que no procuran, ni de lejos, sanción legal alguna a Israel, sino que promueven eficazmente su inmunidad, su plena incorporación y los beneficios de un protagonismo ignominioso.

De ahí que si el Derecho ha fracasado para contener las violaciones cometidas por Israel, en tanto Derecho internacional -pensado su despliegue desde los intereses históricos y necesidades de paz, autodeterminación e independencia real del pueblo palestino- no ha fracasado, sino que ha sido un recurso eficaz o exitoso para soportar y legitimar la estrategia de ocupación y dominación israelí, porque internamente es convertida la pasividad, tolerancia o consentimiento exterior, como franco apoyo, y porque arguye y emplea razonamientos armonizados con un planteamiento unilateral, que hoy se predica como “anti-terrorismo”, el pilar central de la política global hegemónica, escudándose así Israel en su expediente de víctima, en el resultado de significaciones jurídicas que ha integrado para su defensa sin reconocerse victimario.

Posicionada entonces como entidad superior martirizada permanentemente, acude a la tesis de su seguridad, ya en sus versiones más militaristas, ya en sus nuevas conceptualizaciones que la adjetivan como civil o humana, suscritas en foros internacionales donde se administra en parte esa dualidad del Derecho internacional. De tal modo, mientras se siguen sacrificando más derechos de las víctimas de hoy y el pueblo palestino sigue estando sometido, es decir, mientras son arruinados importantes avances jurídicos logrados en el pasado, como las formales decisiones adoptadas por décadas en Naciones Unidas contra Israel y su política, mientras prosigue en rigor con la limpieza étnica[6][6], un concierto de voluntades y de mecanismos proclives en la producción de ese Derecho internacional, incluyendo las propias Naciones Unidas, practican lo contrario a lo que se necesita: desconocen la alteridad de las víctimas y sus organizaciones, haciendo posible un circuito de complicidades para que Israel multiplique su capacidad transgresora con verdadera impunidad, otorgada de hecho y de derecho al horror, como si no pasara nada en los 360 kilómetros cuadrados donde está la mayor densidad de población del mundo; millón y medio de palestinos y palestinas, emplazados todos como un cuerpo hostil, como una entidad enemiga.

3. La esquizofrenia europea y la alucinación de la seguridad propia y de otros

Si la franja de Gaza estalla ante nuestra vista, no sólo como uno de los cuadrantes geopolíticos más importantes del planeta -el paso África-Asia- en un epicentro del conflicto global, sino porque en ese corazón habita amenazada esa entidad como ninguna otra concentración humana lo está hoy en el mundo, tal verdad aciaga no lo es para quienes deciden gran parte de la suerte que deben correr los pueblos. Una comprobación palpable de ello fue registrada en París en julio de 2008, luego de nuestra visita y observación en Palestina. Un día antes de la celebración de la toma de La Bastilla, significada en el curso de la Revolución Francesa y en el umbral histórico de una concepción de los derechos humanos que se aclaman mientras se violan, estando Gaza cercada y violentada, en esa ciudad europea 43 jefes de Estado y de Gobierno de los países del Mediterráneo y de los miembros de la Unión Europea (UE), suscribieron la conformación de una nueva organización internacional: Unión por el Mediterráneo.

En su acto fundacional Gaza es negada; no existe en la secuencia de la deshumanización de que es objeto; no se menciona lo que vive y cómo sobrevive; no concurre como destino de paz, autodeterminación y justicia; no está en las definiciones de prioridades un proceso que interrumpa, al menos por típicas y cerradas razones humanitarias, la conformación del campo de concentración que esta política ha patentado[7][7]. Los resortes institucionales creados con este nuevo ente de inspiración europea remarcan la articulación entre desarrollo económico capitalista y su seguridad, que encuadran el concepto utilitario de seguridad humana, sofístico y dominante, como ya se ha criticado[8][8]. Para Nicolás Sarkozy, la nueva Unión debe permitir ganar el combate contra el “terrorismo, el integrismo y el fundamentalismo”. De nuevo, en medio del efusivo abrazo de Ehud Olmert, el primer ministro israelí, y Abu Mazen, el presidente de la amilanada ANP, con el presidente francés, se ha perdido otra oportunidad para condenar una perversa campaña, que embiste brutalmente contra la colosal entidad humana gazaui.

Al Estado de Israel nada le detiene hasta ahora en la ejecución de una larga cruzada, en la que sabemos está amparado por EEUU, e incluso de hecho por abundantes actos concluyentes de gobiernos de países árabes, con sus respectivos portazos a los enunciados de los derechos humanos y el Derecho humanitario. Sin embargo, la palanca europea de apoyo a Israel, como ante otros regímenes, tiene un punto de apoyo todavía más escabroso, pues invoca y explota el argumento de tales derechos, así como recientemente, al igual que Naciones Unidas, esboza la seguridad humana como ideal universal para, con su nominal autoridad, realizar una clara opción “por el poder de los mercados”, como en su momento afirmó Kofi Annan[9][9].

La UE, tanto en su Estrategia de Seguridad como en últimos módulos de la ingeniería de su política exterior y de defensa común -principalmente a partir del Informe Barcelona de septiembre de 2004 preparado por Mary Kaldor y pedido por el representante europeo del área, Javier Solana-, desde hace varios años se refiere a la primacía de los derechos humanos, al establecimiento de una autoridad política neta, al multilateralismo, al desarrollo y las necesidades locales de las poblaciones, como a otros medios y valores para la consecución de condiciones de paz, justicia y convivencia. Sin embargo, entre muchos conflictos generados a partir de asaltos históricos como el que está en la base del Estado de Israel contra el pueblo palestino, estructurante de violencias encadenadas, la UE ha efectuado una refinada disociación esquizofrénica entre el pregón y la acción. Gaza es prueba irrebatible de esa perfidia europea.

Incumbe apuntar sumariamente que tanto en materia de gestión política de las crisis sobrevenidas como en el campo estrictamente humanitario la UE ha contribuido desde septiembre de 2007, con expresas manifestaciones e implícitas resoluciones, al embargo de la franja, al castigo de su población, al aislamiento de sus organizaciones o representaciones fortalecidas. Por ende, ha acusado el lastre histórico en un pueblo subyugado, ha agravado el deterioro de los derechos económicos, sociales y culturales, además de los derechos políticos y sociales, que somáticamente son inviables en condiciones de ocupación y agresión preceptiva y metódica como la que adelanta Israel. Considerando que el 80 por ciento de los y las gazauis -el mismo porcentaje que de población refugiada- sufría las provisiones escasísimas y vivía ya entre arduas restricciones y carencias, mas no en la indigencia, ahora ya sí se la conduce, como entidad enemiga y quebrantable en su potencial, a la trampa de la pobreza absoluta, inducida para el exterminio, sin alimentos, sin recursos para la atención sanitaria, sin electricidad y combustible, afectados sensiblemente los servicios básicos de salud, abastecimiento de agua y educación. En fin, para estar inmersa en la dependencia, sin poder abrirse espacio superando las primarias barreras naturales o geográficas, convertidas en abismos o pasos seguros hacia la muerte, tal cual en una prisión, salvo cuando la necesidad se hace fuerza en la aglomeración y su orden interino, como aconteció el 23 de enero de 2008. Miles y miles de gazauis traspasaron ese día y los siguientes la infame muralla que para beneplácito israelí separa Egipto de Gaza, después de una legítima voladura a media noche; o como cuando el 25 de febrero de 2008 miles de palestinos formaron una cadena humana para protestar por el bloqueo israelí a la franja. Enseguida Israel respondió con crimen. La ya citada operación “Invierno Caliente” fue desatada, con su trágico saldo. Ni antes de estos hechos, ni después, la UE se pronunció para impugnar esta brutal ofensiva. Ningún balance honrado puede esgrimir la UE.

No obstante esta indiferencia, cuando no colusión, en gracia de discusión podemos seguir la retórica de esas proposiciones doctrinarias para una seguridad humana, acuñadas en el ámbito europeo, ligadas a las coartadas y el cariz de una política exterior y de defensa común, y sus novísimos agregados, supuestamente no alineados con pretensiones neo-coloniales. Escoltar esas intenciones en el contraste con lo hecho y no hecho para Palestina, y específicamente sobre Gaza, puede y debe constituir un juicio central ante el problema neurálgico de lo que Israel ha practicado en Gaza desde su declaración como entidad enemiga, y de lo que persigue hacer más adelante.

De ahí que perfilar una prospectiva sea apenas una obligación, de la que se responsabiliza por su propio peso la UE, como co-gestora de la actual crisis y de las tendencias cimentadas, para actuar en consecuencia al lado de las organizaciones palestinas y de los derechos humanos, o de los ocupantes israelíes y sus obsesiones. Para ello, entre varias, al menos dos hipótesis razonables y urgentes deben ser consideradas a la luz de los hechos y de las expresas declaraciones israelíes contra la más elemental seguridad humana de las y los palestinos que viven en Gaza.

La primera: Gaza, cercada y asediada hoy de modo implacable, amenazada explícitamente, será el escenario de una intensa campaña militar para ser reconquistada, bestial por su dimensión y resultados, en una batalla que se quiere definitiva para derrotar no sólo a Hamas, sino cualquier aliento de resistencia político-militar y social que se levante contra la Ocupación y el despojo, recobrando y reeditando Israel su plena e ininterrumpida invasión, como era antes de agosto de 2005. Obviamente, puede ser desarrollada en incursiones diversas. De ese modo, tanto Gaza como Cisjordania, reducidas y situadas en el armazón de una dominación histórica y de la limpieza étnica emprendida hace décadas, conforman, separadas, verdaderas franjas rotas, en el sentido de estar siendo ambas destrozadas, despedazadas las poblaciones en su vida diaria, hasta el cansancio, como descuartizado su territorio, a través de medios de fractura y desintegración, como el Muro del apartheid y el sinnúmero de obstáculos cotidianos ya conocidos y todavía por conocer. Harían parte del mismo mapa, de la contigüidad y continuidad del control israelí que al tiempo que las equipara en la subyugación política, económica, social y cultural, las aísla para seguir extirpándolas como entidades humanas con derechos. No se les quiere, y si han de estar presentes en el mundo, deben estar fuera de lo que Israel se abroga como suyo.

La segunda tiene que ver con el signo de la desconexión de Gaza en agosto de 2005. El periodista Agustín Remesal lo recuerda gráficamente, refiriendo el aviso de testigos prevenidos: “Sharon ha vomitado Gaza para fagocitar Cisjordania”[10][10]. Esto supone que no habría por ahora restauración del statu quo anterior a esa fecha, que Gaza estará cercada muriendo lentamente en su suelo y no atacada en una acción directa y determinante, y que por lo tanto se irá cumpliendo el proceso de disolución del corpus palestino, de su unidad y entidad histórica, social, política, cultural y existencial, a lo que ha venido contribuyendo la UE cercenando y sesgando su visión sobre Palestina, inclinada con EEUU y otros centros de poder en la alianza inicua con quienes han aceptado paulatinamente un modelo de rendición o dejación de los derechos palestinos. Un verdadero triunfo sionista, que ha sido abonado en el curso de estos años por el fraccionamiento de las organizaciones palestinas, por su enfrentamiento armado, indudablemente inducido en parte por Israel y sus socios, personificado y atestiguado el juego de la represión entre palestinos en el caso del corrupto Mohamed Dahlan, alto dirigente de la oficial ANP, entre otros agentes palestinos colaboracionistas, pagados por agencias de seguridad extranjeras.

En una y otra hipótesis siempre pierde Palestina, siendo predicable el objetivo en ambas de un gradual y no reversible agotamiento de las fuerzas políticas y militares de la resistencia, al punto de demonizarse todavía más a sus reductos, para su aniquilamiento, y de transcurrir como normal, bajo la normalización de la Ocupación, la transferencia de población, su huída, su éxodo, su desplazamiento, su refugio, su diáspora. No sólo más fuerte, sino rotundamente de mayor calado histórico y político esta dinámica, en ambas eventualidades, si en el próximo futuro se reafirma como opción consciente y libre del pueblo palestino su apoyo electoral y social a Hamas, entre otras expresiones que atribuyan y signifiquen la renovación real y no artificiosa del compromiso político por la liberación y la justicia, dejando atrás las vergonzosas decadencias de otras agrupaciones.

Recabando en los propósitos y propuestas históricas de vertientes sionistas sobre cómo efectuar una limpieza étnica, segregar, eliminar, someter o expulsar al pueblo palestino, Jonathan Cook escribe con acierto que la actual práctica y el pensamiento israelí armonizan las fórmulas, y que en esa convergencia “el asedio actual de la Franja de Gaza ofrece esta plantilla”. Explica: “Después de la retirada, Israel ha sido capaz de cortar el acceso de la población de Gaza a las ayudas, los alimentos, el combustible y servicios humanitarios. La normalidad se ha visto erosionada por el estallido de bombas de sonido, arbitrarios ataques aéreos israelíes, y repetidas invasiones en pequeña escala que han infligido un gran número de víctimas, especialmente entre la población civil […] El encarcelamiento de la franja de Gaza ha dejado de ser una metáfora y se ha convertido en una realidad diaria. De hecho, las condiciones de la franja de Gaza son mucho peores que las de un encarcelamiento: los prisioneros, aún de guerra, esperan ser humanamente respetados y ser debidamente protegidos, alimentados y vestidos. Los ciudadanos de Gaza no pueden confiar más en estos elementos básicos de la vida […] El objetivo último de esta forma extrema de separación es evidentemente claro: la transferencia. Privando a los palestinos de las condiciones básicas de una vida normal, se supone que finalmente optan por marcharse, pudiéndose vender de nuevo al mundo como un éxodo voluntario. Y si los palestinos deciden abandonar su patria, entonces en el pensamiento sionista habrán perdido sus derechos hacia ella -tal y como las primeras generaciones de sionistas creyeron que hicieron los miles de refugiados palestinos que escaparon durante las guerras de 1948 y de 1967”[11][11].

4. El desafío ético-político para Europa: la hora de la enmienda

Atinadamente afirma el periodista Cook que ese proceso de transferencia de población, que bien puede ser denominado de destierro, por lo tanto de purificación, homologado a las deportaciones racistas, dentro del exacto paralelo que habrá de realizar el actual pensamiento crítico entre las prácticas nazis y la estrategia israelí, se enfrenta a tres graves limitaciones.

La primera, que “depende de la continua hegemonía mundial de los Estados Unidos y del ciego apoyo a Israel”. Asevera que dicho apoyo “es probable que sea socavado por las actuales desventuras americanas en Oriente Medio, y un cambio gradual en el equilibrio de poder con China, Rusia e India”. Faltó agregar que en términos prácticos, ante la opresión de Palestina, la UE no ha seguido una opción distinta de la de EEUU, sólo diferenciada por el volumen de la asistencia, mas no por el respaldo en lo principal. A lo cual hay que añadir que la UE mantiene su incondicional solidaridad con Israel, blandiendo el lenguaje de los derechos humanos y, más recientemente, el de la seguridad humana. La omisión respecto del papel que de hecho ya cumple la UE, y en relación con el que puede cumplir, debe hacernos preguntar por el lugar de este bloque que pretende ser hegemónico -la UE- frente al futuro de la Ocupación israelí y en particular la situación opresiva de Gaza. En la respuesta razonada es claro que nada esencial separa la línea de la UE de la de los EEUU, que aquélla no es del todo ajena a las desventuras americanas en Oriente Medio y que se mantiene lejos de una real posición alternativa.

La segunda limitación que encontraría la estrategia israelí de transferencia es que ésta requiere una “visión del mundo sionista” que “se aparta crudamente no sólo del Derecho internacional, sino también de los valores mantenidos por la mayor parte de las sociedades e ideologías. La naturaleza de las ambiciones sionistas es probable que sea cada día más difícil de ocultar, como se desprende de la ola de encuestas de opinión pública occidental, si no de sus gobiernos, convencidos de que Israel es una de las amenazas más grandes para la paz mundial”. Siendo absolutamente cierta esa oposición, la misma es salvada o esquivada precisamente por la esquizofrenia de la que la política europea es un arquetipo, pues seguirá declarando su respeto a los derechos humanos y la paz, seguirá armando el concepto de seguridad humana, mientras coadyuva con silencio permisivo o con activas conductas de convalidación, la guerra de ocupación, segregación y limpieza étnica que despliega Israel contra Palestina, como lo confirma su pragmática adhesión a la declaración de Gaza como entidad enemiga, contraria a los más elementales principios del Derecho internacional, aun con su dualidad.

Y el tercer límite que con cabal razón señala Cook es indiscutible: “Se asume que los palestinos permanecerán pasivos durante su lenta extirpación. La evidencia histórica demuestra sin duda que no”. Así es, ya se acuda al estudio más objetivo de las condiciones más objetivas que explican la insumisión gazaui, o ya se acuda un poco a la poética y a la utopía que mueve el mundo. Como apunta Remesal: “La agitada historia de Gaza y de sus habitantes ha demostrado a lo largo de los siglos que esta tierra y este cielo tienen el raro poder de multiplicar el efecto de los sucesos que acontecen sobre su reducido escenario. Invasiones, guerras, revoluciones, Intifada… Todos esos acontecimientos causan un efecto inmediato en los territorios vecinos y lejanos. Gaza ha sido siempre el epicentro de esos fenómenos que tienen características casi telúricas… Como en la Sudáfrica racista cuando se fundaron los bantustanes, reductos tribales establecidos en los territorios menos fértiles, los palestinos de Gaza están decididos a resistir sobre su tierra sin poner límites al sufrimiento. Ellos saben que ganará quien más aguante, como sucedió en la estrepitosa derrota del vergonzante régimen segregacionista”[12][12].

Efectivamente, la seguridad humana será una alucinación, no sólo para los oprimidos, sino para quienes pretenden perpetuarse como opresores. No podrán estar exentos siempre de riesgos y de rebeliones que en nombre de los límites al dolor empuñen las multitudes o los pueblos. En Gaza sujetos sociales y políticos han resuelto no ser devorados por el apartheid, no ser ghetto, y no desmembrarse. Gaza es por ello un desafío radical a las concepciones funcionales de los derechos humanos y al Derecho de los conflictos armados. Lo sucedido en la franja, en plena globalización de la seguridad antiterrorista, el humanitarismo y otros discursos, siendo señalada como “entidad enemiga”, ya tiene efectos sobre nuestras cabezas europeas. O debería tenerlos. Al menos morales, para que luego alcancen tangibles consecuencias políticas y éticas. De ahí que, si nos tomáramos en serio algunas de las formulaciones progresistas suscritas por la UE sobre la seguridad humana, el cerco infernal de Gaza no podía haber sucedido. O a la hora siguiente de la declaración como enemigo hostil, ese 19 de septiembre de 2007, debía haber sido proscrita esa declaración y condenado el régimen israelí, aislado y no asilado internacionalmente, con cuyo Estado se suscitan pactos de comercio e impresentables alianzas en diversas áreas. Como ello no sucedió, y no va a ocurrir en las actuales coordenadas y bajo los intereses dominantes de la UE y los países que la componen, existe la necesidad de reafirmar lo que años atrás se sugirió para la construcción de un alegato de la seguridad humana que sirva desde la perspectiva de los pueblos: ésta debe hacerse con memoria, en contextos y a partir de opciones.

La memoria nos surte de lucidez para develar las falacias históricas tanto de la seguridad israelí como de la seguridad europea y de los EEUU, cuyas nuevas versiones no colisionan con el orden imperial y “neoseñorial” del mundo, sino que lo reabastecen y disimulan, guiadas en su convergencia por la ceguera de la política antiterrorista, en la que los terroristas no son ellos sino otros.

Las claves del contexto, que explican a su vez la contextualización como necesidad para el obrar dentro de una realidad y su inteligibilidad, contribuyen a distinguir fundamentos y medios de una seguridad-blindaje del poder y el sistema ocupantes que Israel ostenta con sus alianzas, por ejemplo elevando sus ventajas militares y avanzadas aplicaciones tecnológicas en una guerra asimétrica llevada a cabo con sofisticadas armas, respecto de aquellas que corresponden a los recursos, condiciones y dilemas de las resistencias, con desiguales e irregulares posibilidades de respuesta en cuanto insurgencias, aunque esa invocación básica al contexto no debe ni puede justificar una perturbación semejante a la del ocupante.

Esto significa que el derecho a optar por los pueblos ocupados surge de esa memoria y del reconocimiento y caracterización del presente, y no de su negación, descollando y eligiendo a partir de proyectos opuestos y fuerzas disímiles, para disponernos a una humanización que se emprende desde el lugar de los oprimidos, no desde la legitimación de la violencia ocupante.

Sin caer en la alucinación o ilusión de una Europa que vierta civilización contra la barbarie, puede no obstante desandar y desatar compromisos políticos, geoestratégicos y económicos asumidos con Israel, además de los puentes de un proyecto cultural racista. Es posible esa ruptura si hay presión social, de cara a la solidaridad con el pueblo palestino, probando la UE en serio sus propias palabras, pronunciadas en nombre de la seguridad humana erigida para el goce de los derechos humanos y el desarrollo de los pueblos, no como eufemismo para encubrir pretensiones coloniales.

Es quizá la última hora de la enmienda, debida a Palestina en sesenta años de ignominia. Para ello debe renunciar la UE a secundar la irracional segregación que implica la insostenible política contra el denominado terrorismo, calificando las rebeliones como tal, en sí mismas como usurpadoras, cuando no son más que refutaciones legítimas ante las agresiones originarias, resistencias incluso basadas en postulados del Derecho internacional. Es posible en alguna medida no seguir optando desde la racionalidad del ocupante, en sacrificio de la memoria y la verdad del contexto, sino a favor de una solución justa para Palestina, es decir que comience con el fin del cerco a Gaza, con el final de la Ocupación israelí, el desmantelamiento del Muro y demás medios de apartheid, despojo y control, con el retorno de los refugiados y la liberación de los prisioneros.

5. Hacia una nueva matriz: la seguridad humana en Palestina como derechos humanos y de los pueblos a resistir

A partir de la experiencia concreta y de una mirada inductiva sobre las problemáticas que enfrenta el pueblo palestino, en particular la población de Gaza, una primera conclusión parcial que se desprende tanto de la composición del Derecho interno en el arsenal israelí, como del Derecho internacional inhabilitado en su vertiente progresista y maniobrado en su rancia y poderosa corriente opresora, ratifica la necesidad de recelar ante invocaciones a la seguridad, en cualquiera de sus calificaciones modernas y posmodernas, incluso de la provisional definición que la UE y NNUU van incubando como seguridad humana, en tanto ésta implica, hasta el momento actual, direcciones económicas, políticas, culturales y militares que se acoplan a la normalización de la Ocupación israelí, sin demandar la reversión y el final de su perversa estrategia.

Cuando tras la puesta en marcha de un concepto de seguridad humana basado en los derechos humanos y el desarrollo, con el paso de los años y acontecimientos la parte agresora o potencia ocupante es robustecida, tanto en su instrumental de guerra como en su impunidad, tal y como ha pasado con Israel frente al empuje de esa nueva noción de seguridad adjetivada como humana por parte de la UE y NNUU, cuando con su ambigüedad se recubren o no se detienen prácticas criminales, asiste en consecuencia un derecho de las víctimas y de quienes les acompañan, a ejercer una sospecha, una crítica frontal que devele cuando no la utilización de esa figura, al menos el carácter inoficioso del supuesto argumento universal, incapaz en su representación institucional de condenar la innegable violencia y el terror de una decisión criminal como la adoptada por Israel al declarar toda una población civil como entidad enemiga. Ningún gobierno europeo alzó su voz para recordar las inveteradas o inéditas resoluciones israelíes que constituyen crímenes de guerra, ni tampoco lo hizo NNUU, en muy pobre nivel ante las contradicciones que dicha declaración de castigos colectivos comporta para su propia justificación.

Gaza está dentro de Palestina y Palestina dentro del mundo. NNUU y la UE no han reivindicado la compacta entidad histórica de este pueblo y aceptan operativa y políticamente la segregación en curso de Gaza respecto de Cisjordania y del mundo, sustrayendo las continuidades y aumentando las discontinuidades de un pueblo y un territorio al revalidar de hecho un cerco estratégico y su profundización. Contribuyen así a que el corpus palestino se desintegre entre la absoluta injusticia de la Ocupación, de un lado, y el abatimiento y la fragmentación de la resistencia legítima, del otro. Ésta, la Intifada, la revuelta, pese a sus entredichos, ha surgido como valor o lucha en el límite mismo de la opresión que causa Israel por su política. Las y los gazauis buscan condiciones básicas y propias de existencia y dignidad, con lo cual una auténtica solidaridad política con la causa palestina. Un enfoque ecuánime e íntegro no pasa por la ayuda humanitaria o la cooperación al desarrollo si éstas imponen o aluden como condición la renuncia a la rebelión, o bien eluden sus dimensiones. Esto es inaceptable éticamente, no así la discusión o la puesta en debate del alcance de determinados medios o procedimientos de índole militar, por los injustos efectos indiscriminados que pueden conllevar, sin punto de comparación con los recursos y objetivos del sistema ocupante. De ahí que se requiera una viva actualización de la interpelación que mueva al derecho de resistencia como límite ante la opresión, dado el fracaso de otras vías, y sobre sus propios fines, medios y límites[13][13]. Se traduce, por lo tanto, la demanda de descodificar las doctrinas que se solapan y que pervierten un planteamiento necesario de la seguridad humana; en particular se requiere rebatir la concepción del “anti-terrorismo”, en la medida que abarca sin fundamento estos derechos a la resistencia o a la rebelión.

Se desglosa entonces la posibilidad de pensar y admitir también otros referentes de Derecho, ya no sólo el estatal e interestatal dominante, el de Israel y el de una camarilla colaboradora en las esferas internacionales, sino el de las propias construcciones normativas de la población palestina, con otras lógicas y representaciones; en este caso, de las expresiones en resistencia que propondrían, y ponen a prueba, términos para una visión alternativa de la seguridad humana.

Por lo tanto, si para el planteamiento de la seguridad humana, que está confeccionándose todavía y no ha adquirido por suerte un status legal, que sería más difícil de remover, hace falta lo que predican Naciones Unidas y la UE, es decir, un orden de Derecho, atención a las necesidades locales y al desarrollo socio-económico y cultural de las poblaciones, la protección de los civiles y sus bienes en los conflictos, la lucha contra la impunidad, la prevención de los desplazamientos y del refugio, el respeto a los derechos humanos y al Derecho humanitario, así como el establecimiento de una autoridad política y de una función pública libre de corrupción, por básica exigencia de la noción y por los ribetes de la misma en boga, se infiere por lo tanto un primer paso: anular el calificativo y trato como terrorista a una organización político-militar que debe ser emplazada para el diálogo que ella misma propuso[14][14], y reconocer la función pública de una entidad arraigada y fortalecida. Y más cuando su poder también ha derivado de procedimientos que con la misma racionalidad son tenidos en otras latitudes como democráticos. Incluso, deben examinarse las probables reducciones de inseguridad humana en diferentes materias, la criminalidad suprimida o la política para sostener algunos derechos sociales en Gaza, contrastada esta capacidad entre el asedio al que ha sido sometida la franja y los exiguos medios con sociedades o ámbitos que, con cuantiosos recursos y sin cerco alguno, comparativamente no superan umbrales de miseria o indigencia. Aunque evidentemente la pobreza echa sus raíces devastadoras y las fuentes y dinamismos sociales en Gaza se van venciendo, conduciendo a la desesperanza o a la desesperación[15][15].

Las magnitudes de la tragedia no son del todo conocidas. Para quienes estábamos en Eretz de salida de Gaza hacia otras prisiones, unas horas de un día, más allá de las cifras o datos capitales, de violaciones de derechos humanos y de los pueblos, producidas por la privación, el aislamiento o la separación, la deducción obró en el sufrimiento y la espera de un niño gazaui gravemente enfermo del corazón, quien con su abuela fue sometido al examen de una máquina para detectar explosivos, no para curarle. Allí le vimos. A nuestro lado. No sabemos si nosotros al lado suyo. Su futuro era y es una amenaza a la seguridad inhumana de una ocupación de corazón putrefacto. Entre un derecho encarcelado y un afuera extraviado, ese niño palestino dignificó las posibilidades de una solidaridad que no existe, si no es para que un día -u otra vez una noche- caigan esos muros levantados con nuestra propia complicidad.

BIBLIOGRAFÍA

Cook, J.: “Israel’s Dead End”, Al-Ahram Weekly, edición de 28 de junio a 2 de julio de 2008. Traducción al castellano de Mireia Gallardo en: http://www.revistapueblos.org/spip.php?article932.
Escudero, R.: “Palestina: la Seguridad como excusa y la realidad del silencio”. En AAVV: “De los derechos y la seguridad humana, de tod@s o de nadie”, PTM Mundubat, Gakoa, Donosti, 2006, págs. 95-107.
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Remesal, A.: Gaza. “Una cárcel sin techo”, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2008.
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Ruiz Socha, C.A.: “Opciones y obsesiones de la ‘seguridad humana’ en la encrucijada neoliberal”. En AAVV: “De los derechos y la seguridad humana, de tod@s o de nadie”, PTM Mundubat, Gakoa, Donosti, 2006, págs. 153-185.

 (2008): “La rebelión de los límites. Quimeras y porvenir de derechos y resistencias ante la opresión”, Editorial desde abajo, Bogotá.
Velloso, A.: “El campo de concentración de Gaza: el nazismo del siglo XXI”. En: http://www.rebelion.org/seccion.php?id=17.



* Capítulo 3º del libro: “Segregados y recluidos. Los Palestinos y las amenazas a su seguridad”. Rafael Escudero Alday (Ed.) Los Libros de la Catarata, Madrid, 2008.

[1][1] Esta terminal de control israelí ha sido acertadamente descrita -en palabras del cooperante José Verdú- como el “nudo de la cuerda con la que Israel estrangula Gaza”. Véase en este sentido el material informativo de la Red Mewando en http://www. nodo50.org/causapalestina/spip.php?article126.

[2][2] Véase el notable relato del periodista español Agustín Remesal: Gaza. Una cárcel sin techo, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2008.

[3][3] Encontrándonos en la ciudad de Gaza el miércoles 25 de junio de 2008 en una reunión con Abr Wishah, subdirector del Palestinian Center for Human Rights, llegó a sus manos la noticia procedente de España sobre la presentación de la querella criminal ante la turbia Audiencia Nacional contra altos mandos y funcionarios israelíes responsables de una masacre cometida el día 22 de julio del año 2002, “por una bomba de una tonelada de peso lanzada por la aviación israelí sobre el populoso barrio de al-Darach en la ciudad de Gaza […] Como consecuencia de la explosión causada por la bomba murieron quince personas -la mayoría de ellos niños y bebés-, 150 resultaron heridas -algunas de ellas con lesiones graves y secuelas permanentes-…, ocho casas de los alrededores fueron totalmente destruidas, nueve casas resultaron destruidas parcialmente y otras veintiuna sufrieron daños moderados […] En Israel ha sido infructuoso enjuiciar a los acusados, correspondientes a la cadena de mando de dicha operación de terrorismo de Estado, ante la evidente política de impunidad que ejercen los ocupantes”. La cita corresponde a la reseña enviada por el Comité de Solidaridad con la Causa Árabe y es un extracto de la querella elaborada por los abogados Antonio Segura, Gonzalo Boyé, Raúl Maillo y Juan Moreno. Véanse los detalles en http://www.mundoarabe.org.

[4][4] Entre abundante bibliografía, pueden verse los trabajos de Are Knudsen y Basem Ezbidi: “Hamas y el Estado palestino” y de Ziad Abu-Amr: “Hamas: de la oposición al poder”. Ambos en Jamil Hilal (ed.): Palestina. Destrucción del presente, construcción del futuro, Bellaterra, Barcelona, 2008, págs. 191-215 y 217-238 respectivamente.

[5][5] Véase Rafael Escudero: “Palestina: la Seguridad como excusa y la realidad del silencio”. En AAVV: De los derechos y la seguridad humana, de tod@s o de nadie, PTM-Mundubat, Gakoa, Donosti, 2006, págs. 95-107.

[6][6] Ilan Pappé propone adoptar el prisma o paradigma de la limpieza étnica porque “nos permite penetrar el manto de complejidad que los diplomáticos israelíes emplean casi de forma instintiva y detrás del cual se ocultan los académicos del país cuando pretenden repeler los intentos externos de criticar al movimiento sionista o al Estado judío por sus políticas y su conducta”. Véase su libro La limpieza étnica de Palestina, trad. Luis Noriega, Crítica, Barcelona, 2008, pág. 17.

[7][7] Bajo el atinado título “El campo de concentración de Gaza: el nazismo del siglo XXI”, aparecen diferentes crónicas de Agustín Velloso, observador español en Gaza en julio y agosto de 2008, que ayudan en la actualización y transmisión de lo que se vive en la franja. Ver http://www.rebelion.org/seccion.php?id=17

[8][8] Un enfoque crítico puede verse en los trabajos que componen el libro colectivo De los derechos y la seguridad humana, de tod@s o de nadie, PTM Mundubat, Gakoa, Donosti, 2006.

[9][9] Véase Carlos Alberto Ruiz: “Opciones y obsesiones de la ‘seguridad humana’ en la encrucijada neoliberal”. En AAVV: De los derechos y la seguridad humana, de tod@s o de nadie, Íbidem, pág. 171.

[10][10] Agustín Remesal: Íbidem, pág. 129.

[11][11] Véase Jonathan Cook: “Israel’s Dead End”, Al-Ahram Weekly, edición de 28 de junio a 2 de julio de 2008. Una traducción al castellano de este artículo, hecha por Mireia Gallardo, puede consultarse en: http://www.revistapueblos.org/spip.php?article932.

[12][12] Agustín Remesal: Íbidem, pág. 240.

[13][13] Véase Carlos Alberto Ruiz: La rebelión de los límites. Quimeras y porvenir de derechos y resistencias ante la opresión, Editorial desde abajo, Bogotá, 2008.

[14][14] Jaled Meshaal: “Hamas, dispuesta a una paz justa”, diario El Mundo, edición de 1 de febrero de 2006.

[15][15] Véase el trabajo de Sara Roy y Eyad al-Sarraj: “Why is this Acceptable? Ending the Stranglehold on Gaza”, fechado el 28 de enero de 2008. Disponible en: http://www.counterpunch.org/roy01282008.html. Véase también de Stephen Lendman: “Gaza bajo asedio”. En: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=71265&titular=gaza-bajo-asedio.

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