El Caín de América
No es retórica que Colombia sea llamado desde hace varias décadas en el hemisferio como el Caín de América. No es retórica que Colombia sea el tercer país más desigual del hemisferio en la distribución de sus ingresos. Que solo el 10 % de los colombianos recibe el 90 % de todas esas riquezas que se generan en el territorio nacional es visto por algunos como el juego perfecto de la democracia cuando en realidad es solo un acto de injusticia que produce hambre, escasez y muerte.
Los puntos del acuerdo con las FARC que molestan hondamente a Álvaro Uribe son los de participación política y restitución de tierras. El de justicia le importa menos porque decir la verdad no es su fuerte. Su fuerte es mentir porque una mentira repetida una y otra vez termina calando en lo profundo de la psiquis, según Goebbels. El castrochavismo fue solo la punta de la madeja. La Colombia “venezolanizada” fue la otra. Las películas de terror suelen producir mucho más miedo si las vemos de noche. Detrás de esto hay toda una lógica porque la oscuridad ha sido siempre el “coco” de los niños y un espacio de inseguridad para los adultos. De noche todos los gatos son pardos. De noche salen las brujas, dicen, y los ladrones encuentran en esta un terreno propicio para sus fechorías. La terminación del conflicto armado era su “noche más oscura”, “su coco”, porque dejaba sin piso la tesis de la guerra eterna donde la guerrilla debía ser arrasada militarmente.
Decir que a Álvaro Uribe le interesa la paz del país es como asegurar que los zorros odian a las ovejas y por eso se las comen. A Uribe no le interesa el país, no le interesa que los niños de La Guajira se mueren de hambre y sed ni que el Chocó navegue en ese atraso eterno al que ha sido condenado por dirigentes como él que solo tienen intereses políticos para que sus hijos puedan tener una empresa que empezó con 10 millones de pesos y que 8 años después alcance un patrimonio que supera los 40 mil millones de pesos.
No es retórica que Colombia sea llamado desde hace varias décadas en el hemisferio como el Caín de América. No es retórica que Colombia sea el tercer país más desigual del hemisferio en la distribución de sus ingresos. Que solo el 10 % de los colombianos recibe el 90 % de todas esas riquezas que se generan en el territorio nacional es visto por algunos como el juego perfecto de la democracia cuando en realidad es solo un acto de injusticia que produce hambre, escasez y muerte. Cuando Daniel Coronell aseguró hace un mes que lo peor que le ha pasado al país es tener entre su clase dirigente a personas como Uribe y Ordóñez, que le hacen mucho más daño que cualquier guerrilla, en realidad no estaba diciendo nada nuevo porque la historia del país se ha caracterizado por tener entre sus gobernantes a una derecha extrema que arma guerras con el fin de mantener la hegemonía política.
De manera que aquellos que creen que lo del 2 de octubre fue el triunfo de una “democracia madura” como lo expresó Francisco Santos y no la manipulación de las masas por unos señores que ven en los colombianos un rebaño de borregos que pueden ser influido a punta de propaganda negra y la explotación de sus miedos más hondos, deberían preguntarse si en realidad la guerrilla va a aceptar la dejación de las armas sin ninguna contraprestación, que la marginen de la participación en política, entregue la fortuna que se le atribuye y vaya a la cárcel.
Uribe lo dijo: “A mí me quieren meter preso”. “Desde La Habana se dio la orden de mi salida de la Procuraduría”, aseguró Alejandro Ordóñez el día en que el Consejo de Estado anuló su reelección. Esgrimir que de lo que se trata es de una persecución política y no de la justicia cumpliendo con su deber constitucional fue el caballito de batalla del uribismo desde cuando sus alfiles y cercanos empezaron a ser investigados por la Fiscalía y condenados por la Corte Suprema de Justicia. Que las FARC iban a pasar de las armas al Congreso sin pagar un día de cárcel, que Timochenko ganaría la Casa de Nariño en un abrir y cerrar de ojos, que Colombia iba directo a parecerse a Venezuela, Cuba y cuanto país tuviera un mandatario de izquierda, hizo mella en esos temores legendarios que los colombianos arrastran desde los gobiernos de Luis Mariano Ospina Pérez y Laureano José Gómez Castro.
Alimentar esos temores en un país profundamente católico, homofóbico y godo, dirigido desde su independencia por una derecha extrema que se inventó a los “chulavitas” y a los “pájaros”, asesinos a sueldos pagados por terratenientes y los gobiernos de turno para erradicar del territorio nacional todo pensamiento liberal, despierta en los ciudadanos el miedo que produce la noche oscura y en los comerciantes y empresarios el fantasma de una Venezuela donde las expropiaciones se convirtieron en un reality de televisión, las exportaciones de productos nacionales se redujeron a un 5 % y las importaciones de se elevaron a un 95 %.
Aquí el único que se fortaleció políticamente fue Uribe porque la paz del país quedó herida de muerte, con una crisis política que va a aprovechar para enfilar baterías en la búsqueda de llegar a la Casa de Nariño en cuerpo ajeno. Decir que le extienden la mano a las FARC, como lo expresó Pacho Santos en la euforia del triunfo, y como lo repitieron el expresidente y luego el exprocurador Alejandro Ordóñez, no deja de ser en el fondo una payasada que pretende mostrar una reconciliación que no existe. Si pudieran, no durarían en enviarle el mensajeros, así como se lo enviaron a Carlos Pizarro poco después de entregar los fusiles, como se lo enviaron a Manuel Cepeda, a José Antequera y una larga lista de dirigentes políticos de izquierda que cayeron abatidos por las balas de los sicarios.
La propuesta del pacto nacional que promueve Uribe es también una entelequia que esconde una intención mucho más perversa: unir fuerzas para las próximas presidenciales y pasarle factura a Santos, a quien considera un traidor porque inició los acuerdos de paz con la guerrilla.
Lo único que queda claro de la derrota de la paz es que el país quedó fragmentado entre los que odian a las FARC por sus crímenes y admiran a Uribe por los suyos, y los que a pesar de haber sufrido los embates de la violencia desatada votaron por el Sí con el sueño secreto de construir, algún día, un país mejor donde todos quepamos.
Fuente: http://www.semana.com/opinion/articulo/joaquin-robles-zabala-el-cain-de-america/496721