Durban 2 (III)
Para explicar el fracaso de lo que en Ginebra, a principios de abril de 2009 habría podido ser la segunda cumbre mundial contra el racismo, me referí al asimilacionismo étnico-racial que contiene el Discurso de la Raza que Barack Obama pronunció durante su campaña presidencial.
En él también llamó la atención acerca de la autocrítica, rememorando la vergüenza ajena que le causaban los comentarios y actitudes racistas de su abuela materna, de modo que pareció lógico que iniciara su mandato expiando públicamente las atrocidades xenófobas que su antecesor había cometido. De ahí que hubiera aceptado la petición de la American Civil Liberties Union para exhibir las fotos de las humillaciones a las cuales soldados de ese país sometieron a prisioneros árabes en cárceles como las de Abu Ghraib. Dentro de ese mismo espíritu, renegaba de torturas como el submarino y de los interrogatorios, llevados a cabo en Guantánamo mediante el sistema de comisiones militares para crear aquel clima de terror que disuadiera a los enemigos de la seguridad norteamericana.
Se trataba de violaciones comparables a las que antes de Durban II, Hillel Neuer de UN Watch denunciaba dentro de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU: persecución de los gays en Irán, maltrato a las mujeres en Arabia Saudita, genocidio y violaciones de musulmanes en Somalia, esclavización y sometimiento a condiciones infrahumanas de inmigrantes africanos en Libia, violaciones de los derechos humanos por parte de los gobiernos chino y cubano, así como el papel que desempeñaron desde el siglo XVI los musulmanes en la trata atlántica. A su vez, el representante de esa ONG hacía ese inventario negando la violencia desmesurada que Israel ejercía contra la población civil palestina.
Organizaciones como Human Rights Watchhabían advertido que la reacción opuesta de concentrar la crítica en Israel ocasionaría el fracaso de Durban II, por lo cual las gestiones que anunciaba Obama eran algo esperanzadoras con respecto a la superación del racismo. Sin embargo, durante esta última semana ese anhelo se desvaneció. Por una parte, plegándose a la presión del generalato y del secretario de defensa Robert Gates, el presidente Obama declaró que divulgar las fotografías “inflamaría aún más la opinión antiamericana” y pondría en riesgo la moral de los soldados destacados en Irak y Afganistán. Igualmente, comenzó a retractarse de su rechazo a la tortura y a los interrogatorios hechos por las comisiones militares en Guantánamo. El New York Times informa que en la conferencia de prensa del 11 de mayo, Robert Gibbs comentaba acerca de la forma como Obama se alejaba del manejo que Bush le había dado a los derechos humanos. Sin embargo, a los cuatro días el mismo secretario de prensa revelaba que sobre ese tema fundamental, ahora Obama más bien comenzaría a parecerse a su antecesor, retando a los periodistas para que hallaran la causa de un revés tan dramático.
Si en un momento el primer presidente negro de los Estados Unidos dio la ilusión de inaugurar una era posxenófoba, ya existe la evidencia contraria. Falta ver qué otros traspiés indicarán que estamos lejos del período posracista tan añorado en vísperas del Día de la Afrocolombianidad.
* Grupo de Estudios Afrocolombianos Universidad Nacional
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Jaime Arocha