Doblemente infame
“El error del intelectual consiste en creer que se puede saber sin comprender y, especialmente, sin sentir y ser apasionado (no solo del saber en sí, sino del objeto del saber), esto es, que el intelectual pueda ser tal (y no un puro pedante) si se halla separado del pueblo-nación”. Antonio Gramsci
A raíz de la condecoración que recibió el profesor (hoy preso político) Miguel Ángel Beltrán por parte de la decanatura de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional, al conmemorarse sus cincuenta años, un grupo de académicos escribió una vergonzosa carta, en la que se oponía a dicho reconocimiento. A raíz de las críticas y réplicas que suscitó la actitud mezquina de esos académicos por parte de otros profesores, Jaime Arocha señaló las razones que lo llevaron a firmar esa carta, en un “artículo” publicado en El Espectador [1]. Es indispensable analizar esa columna de prensa, no porque su autor diga algo importante sino por los disparates que se exponen, y porque los mismos son un fiel reflejo de la postración de cierto tipo de academia, cada vez más conservadora y derechizada.
Los efectos de la pereza intelectual
Arocha comienza con un comentario sobre el evento en que se presentó el libro de Miguel Ángel Beltrán, Las FARC-EP (1950-2015): Luchas de ira y esperanza, que se efectuó en el Departamento de Sociología de la Universidad Nacional el 10 de diciembre de 2015. Sin ahondar en el libro, se limita a tomar de la página web de la editorial que lo imprimió una parte del comentario de la abogada Sandra Gamboa, quien fue una de las presentadoras de ese libro en la fecha mencionada. Cuestiona la afirmación, que atribuye a Sandra Gamboa, de considerar que “uno de los aportes fundamentales del volumen consiste en la genealogía de los procesos de democratización que ha construido la insurgencia armada”.
Aquí ya hay una primera falacia, que resulta de la pereza intelectual, porque Arocha no va a la fuente directa, al libro y, en contra de lo que se esperaría en un académico responsable, no efectúa una lectura exhaustiva y minuciosa que le permitan fundamentar sus críticas. No lo hace, ni siquiera a través de todo el comentario de Sandra Gamboa, sino de la parte que aparece reseñada en la página virtual donde se comenta el lanzamiento del libro. No nos extraña esa pereza intelectual, de la que Jaime Arocha ya había dado una muestra, con motivo de la difusión del Informe de la Comisión Histórica del Conflicto Armado y sus Víctimas en febrero de 2015.
En esa ocasión publicó el artículo “‘Sin coincidencias’, apareció en pantalla”. Allí, en lo que puede ser tomado como un extraordinario ejemplo de irresponsabilidad intelectual, se atreve a juzgar los resultados del Informe –algo que es perfectamente válido, tras haber leído y analizado sus 800 páginas– a partir del dudoso criterio de colocar su contenido en un buscador virtual para encontrar palabras que coincidieran. Sin ninguna vergüenza, afirmaba: “ Tan pronto las recibí, en las 809 páginas de la Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia busqué negros, afrocolombianos, palenqueros y raizales, nombres por los cuales la gente de ascendencia africana optó para que el racismo no los volviera a subregistrar en el Censo de 2005”. Basándose en ese ejercicio de notable “profundidad” y “rigor” su conclusión es increíble: al no encontrar coincidencias sustanciales de las palabras colocadas en el buscador con el contenido del informe, dice: “Ojalá ejercicios más detenidos, que además involucren la zona plana del norte del Cauca, el Afrocaribe continental y el archipiélago raizal, desmientan la conclusión de este recorrido inicial: la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, al silenciar a la gente negra, terminó por revictimizarla” [2]. Difícil encontrar un ejemplo de tanta pereza intelectual, hasta el punto que ya los “buscadores inteligentes” les evitan a los académicos tener que leer, y sin embargo en forma atrevida extraen conclusiones con las que pontifican y a partir de las cuales escriben artículos de prensa. ¿Para qué leer un texto de 800 páginas si con un buscador virtual se puede extraer cualquier tipo de conclusiones en unos cuantos minutos? Parece muy cierto con estos ejemplos que Google formatea el cerebro y genera pereza intelectual, algo que es propio del rebaño digital, al cual se han incorporado en masa cierto tipo de académicos. ¿No será que “el coste de tener máquinas que piensan es tener gente que no”? [3].
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Muchas infamias y disparates en pocas líneas
Pero volvamos al artículo que nos interesa. Tras establecer tan endeble premisa –o sea, argumentar que, con base en un comentario, se puede deducir el contenido del libro de Miguel Ángel Beltrán– señala que no puede ser posible que las FARC hayan contribuido a democratizar el país, porque con homicidios de líderes de comunidades negras “sabotea democratizaciones ajenas a su hegemonía”. Establecido este hecho –que no tiene relación directa con el profesor Beltrán– Arocha se incluye entre los escépticos sobre esa tesis de la democratización, como lo son “la casi totalidad de quienes firmamos una controvertida carta que debe leerse en el sentido de que si el Consejo de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional intentaba convertir a Beltrán en el Gramsci colombiano, y así influir sobre el próximo fallo de la Corte Suprema de Justicia, le ha debido ofrecer un homenaje como el que legítimamente le tributaron el senador Iván Cepeda, y los profesores Jaime Caicedo y Renán Vega en el lanzamiento bibliográfico ya comentado”. (Énfasis nuestro).
Según este disparate de Arocha, no es el Estado colombiano, con sus acciones terroristas contra el profesor Beltrán (entre las que se encuentra el secuestro, la tortura, la calumnia, la difamación, la prisión…), el que lo ha convertido en un preso político (como lo fue Antonio Gramsci). Tampoco se asemejaría a la dignidad del luchador italiano –así como a sus aportes intelectuales y políticos (materializados en ese portento del pensamiento que son Los Cuadernos de la Cárcel)– el coraje y la valentía del sociólogo colombiano (junto con su obra intelectual). Nada de eso, el que ha querido convertirlo en el “Gramsci colombiano” ha sido el Consejo de Facultad de Ciencias Humanas de la U.N., además con el propósito explícito, según el atrevimiento arrogante de Arocha, de influir en el fallo de la Corte Suprema de Justicia. ¿Quiere esto decir, acaso, que Arocha está de acuerdo con que esa corte falle en contra de MAB y que este siga en la cárcel, y, lo mismo que los guerrilleros a los que este entrevistó, “sufran vejámenes repudiables en La Picota, cárcel donde están recluidos”, para utilizar los mismos términos con los que Arocha empieza el artículo que comentamos? ¿Nuestro antropólogo ignora los procedimientos utilizados por el Estado colombiano para secuestrar a MAB y encarcelarlo y por esa “ignorancia” piensa que la justicia colombiana debe actuar sin las presiones del Consejo de Facultad de Ciencias Humanas de la U.N.?
Luego de este primer despropósito, Arocha sostiene que “esa ceremonia (el lanzamiento del libro el 10 de diciembre, Nota nuestra) no convocó a quienes repudiamos la tesis de que las balas paren democracias, como sí resultó forzándonoslo la conmemoración del aniversario 50 de la fundación de nuestra Facultad”. ¿Qué significa este galimatías? ¿Arocha quiere decir que él, también condecorado con motivo del medio siglo de la Facultad de Ciencias Humanas, fue obligado a participar en el mismo evento en que se le entregó a MAB una condecoración similar, que por ese hecho se convirtió en un culto a quienes creen que las balas generan democracia? Lo que sí queda claro en su señalamiento, casi policial, es que quienes participamos en la presentación del libro el 10 de diciembre creemos que las balas paren democracias y eso es lo que se sostendría en el libro sobre las FARC. Una acusación tan temeraria, procedente de un antropólogo que se precia de haber inaugurado en Colombia los estudios sobre comunidades afros (excluidas, perseguidas y oprimidas), se inscribe en esa lógica macartista propia del bloque de poder contrainsurgente, que señalan a todos los que piensen distinto de ser “apologistas de los terroristas” (Alejandro Ordoñez dixit…).
Luego Arocha, sin una línea de continuidad clara y con un nulo rigor argumentativo, sostiene: “La idealización de la violencia ha tenido la secuela nefasta de naturalizar una noción de libertad de cátedra para la cual es legítimo cubrirse el rostro con una capucha, irrumpir en clase recitando a gritos consignas de ira, y convirtiendo la calle 45 en campo de batalla: de un lado explotan papas bombas y vuelan ladrillos, arrancados de la planta física del Alma Mater, y del otro los gases lacrimógenos del ESMAD. En la mitad, quedan civiles de ojos llorosos, exasperados por disturbios ininteligibles”. [Énfasis nuestro]. En este razonamiento sofistico, se mezclan y confunden cosas y hechos que suscitan varias preguntas: ¿lo que él denomina “idealización de la violencia” se refiere acaso a hacer planteamientos diferentes a los de la violentologia oficial o de los medios de desinformación masiva para interpretar el conflicto armado en Colombia? ¿No se puede pensar distinto ni en contravía a las explicaciones convencionales sobre ese conflicto, porque eso significa idealizar la violencia, desfigurar la libertad de cátedra e impulsar los tropeles en la Nacional?; ¿Miguel Ángel Beltrán se ha cubierto la cara para dictar clase o ha permitido que los estudiantes lo hagan y ha impulsado y apoyado los enfrentamientos en la calle 45 para que esta se convierta en un campo de batalla? ¿El profesor de sociología que está en la cárcel ha impulsado a ciertos estudiantes para que griten consignas plenas de ira en las clases que se dictan en la Nacional? ¿Es que los estudiantes se cubren la cara por hobby y no porque vivamos en un país donde cualquier joven, que no pertenezca a las clases dominantes, pueda ser perseguido y encarcelado en el mejor de los casos, o desaparecido y asesinado como nos lo recuerdan los “falsos positivos”?
Resulta muy fácil y simple hacer unos señalamientos genéricos y vaporosos para achacarle a otra persona unas responsabilidades que no tiene, y basándose en eso justificar su rechazo a la condecoración que le entregaron a un egresado y profesor de la UN que se encuentra arbitrariamente detenido. Adicionalmente, las afirmaciones de Arocha son ambiguas, contradictorias, y de un muy pobre nivel argumentativo en un académico e investigador de tantas campanillas. En verdad nos encontramos ante una retórica sofistica e insustancial, en donde difícilmente se encuentra un hilo coherente.
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Una universidad al servicio de los capitalistas y poderosos
Arocha concluye su nota, con los mismos balbuceos que la empezó: “Sobre este aborto de la discusión académica reflexiona Carlo Tognato, director del Centro de Estudios Sociales de esa universidad. Según él, la desradicalización y despolarización del ámbito universitario son indispensables para las escuchas horizontales sobre las cuales deberá realizarse el trámite de los conflictos que se multiplicarán, luego de que se firmen los acuerdos de paz de La Habana”. (Énfasis nuestro).
Nos enteramos que, según Arocha, las posturas académicas que discuten las interpretaciones oficiales sobre el origen y permanencia de la violencia en Colombia son un “aborto académico”. Y presenta para justificarlo dizque las reflexiones horizontales de Carlo Tognato, que no serían ni radicales ni polarizantes, porque vienen del liberalismo y de la derecha. Esto si no sería un aborto, sino una contribución desinteresada a la concordia universitaria. Vaya paradojas interpretativas que suscita ver el mundo desde la confortable mirada del académico conservador.
Arocha concluye su pieza antológica de la infamia, retomando la “novedosa propuesta” de Carlo Tognato de crear en la Universidad Nacional “el Centro Nicanor Restrepo Santamaría para la Reconstrucción Civil, con la participación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-México, EAFIT, y la Universidad del Rosario”. Esto si ejemplifica el tipo de universidad pública que académicos como Jaime Arocha tienen en mente: una que le rinda culto a los poderosos (pues recordemos que Nicanor Restrepo Santamaría formaba parte de los cacaos, los capitalistas más ricos del país); que sectores del mundo capitalista se tomen la universidad pública y sus edificios ostenten sus nombres (como sucede con el nuevo edificio de Ingeniería, al que se ha bautizado –lo cual es una verdadera afrenta a la universidad pública– con el nombre de Luis Carlos Sarmiento Angulo); que la UN firme acuerdos corporativos con universidades privadas de élite como la EAFIT y la Universidad del Rosario, porque eso si no es político, ni radicaliza, ni polariza, ni es una intromisión externa –inaceptable- en los destinos de la universidad; que la UN le rinda homenaje a los ricos por serlo, sin que estos hayan generado aportes intelectuales significativos (un libro, por ejemplo), tampoco tiene importancia. ¿Por qué Jaime Arocha no propone que se cree una institución que lleve el nombre de Orlando Fals Borda o de Manuel Zapata Olivella, investigadores de los sectores populares, que además estudiaron de cerca y con rigor a comunidades afros y dejaron una vasta obra escrita? Por lo visto, Jaime Arocha que tanto pregona sobre las comunidades afrodescendientes –pobres y perseguidas– solo las tiene como objeto de estudio, porque en la vida real de la universidad pública le rinde culto a los ricos y poderosos y quiere que estos sean sus dueños. ¿Cuántos estudiantes afros y pobres podrán estudiar en una universidad elitizada como la que proponen Tognato, Arocha y compañía? ¡Seguramente, en poco tiempo y como resultado de las gestiones del Centro Nicanor Restrepo Santamaría para la Reconstrucción Civil, que tanto aplaude Jaime Arocha, los pobres, afros e indígenas van a representar el 98 por ciento de los estudiantes, trabajadores y profesores de las encopetadas universidades EDAFIT y El Rosario!
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Aclarando razones
Tratando de resumir los balbuceos de Jaime Arocha, y leyendo entre líneas, se podría decir que él firmó la carta que rechaza el reconocimiento académico a Miguel Ángel Beltrán por estas razones: este es un autor que afirma que las FARC han contribuido a democratizar la sociedad colombiana y eso es inaceptable para un académico “bienpensante” y cómodamente instalado; la Facultad de Ciencias Humanas de la UN al entregarle un reconocimiento a MAB patrocino la idea que las “balas paren democracias”; el profesor encarcelado sería corresponsable de los tropeles que organizan los encapuchados, puesto que personajes como él abusan de la libertad de cátedra por “idealizar la violencia”; obras como las suyas constituyen un “aborto de discusión” y son las que han radicalizado y polarizado a la universidad pública… Ya vamos viendo lo que piensan algunos “brillantes” académicos de la Nacional, que la han convertido en una universidad de la ignorancia, del analfabetismo político, de la apatía y del conformismo, y en un centro de negocios.
La postura de Jaime Arocha es típica y representativa de una gran parte de la academia colombiana de las ciencias sociales que trabaja en las universidades colombianas, públicas y privadas. Se dedican a tomar como “objeto de estudio” a sectores pobres, excluidos, marginados, sobre lo cual construyen a veces un relato aparentemente crítico, pero que queda circunscrito al plano discursivo. En su vida real, diaria y cotidiana, no existe nada que los acerque, ni por equivocación a esos sectores subalternos (indígenas, afros, trabajadores, mujeres pobres…), sino que son solo un objeto de estudio, para conseguir dinero y prestigio académico. Ven a esos sectores como algo lejano, salvo cuando necesitan ampliar su currículo. Esos académicos sufren de “disonancia cognitiva” ya que las injusticias, desigualdades, exclusiones que se presentan cerca de ellos, ante sus ojos, en la propia universidad pública, no les incumben ni les interesan. En esos casos, como lo ejemplifica lo sucedido con MAB, demuestran en la práctica que sus concepciones críticas son solo retórica y que sus posturas son profundamente conservadoras y cultoras del orden establecido. ¿Para qué tantos estudios sobre el racismo, la discriminación, la opresión y explotación que sufren las comunidades afrodescendientes, si quien tanto se ufana de rechazar todos esos mecanismos de injusticia y desigualdad, en la práctica discrimina, excluye y condena a un colega de sociología de la misma Facultad donde han trabajado ambos por muchos años?
La carta de los académicos contra MAB es infame, pero el artículo de Jaime Arocha es doblemente infame, porque aparte de todo, él también fue condecorado en la misma ceremonia de conmemoración de los cincuenta años de la Facultad de Ciencias Humanas de la U.N. Hubo dos académicos, ambos antropólogos – Arocha es uno y la otra persona es Myriam Jimeno – , que habiendo sido condecorados firmaron la carta de marras. Ahí radica la infamia por partida doble. Algunos de los que suscriben esa misiva estaban evidenciando su rabia, frustración y envidia por no haber sido galardonados (como Fabián Sanabria, Carlo Tognato y compañía). Al firmarla en el fondo estaban mascullando: “yo que soy tan brillante, porque no estoy entre los condecorados”. Pero Arocha no puede argüir eso mismo, ya que él también recibió la distinción académica. Es decir, no fue solo envidia lo que lo motivo, sino una postura de desprecio hacia Miguel Ángel Beltrán, quien ha sido perseguido y encarcelado por el régimen, una embestida aleve contra aquel que se encuentra tras las rejas, y una nueva forma de condenarlo en forma arbitraria como lo ha hecho el Estado colombiano y los poderosos medios de desinformación de las clases dominantes. Ese es el mismo desprecio que caracteriza a los racismos y a todo tipo de discriminación. ¿Con esa tolerancia de ciertos académicos, qué podemos esperar en las universidades colombianas tras la firma de un acuerdo que le ponga fin al conflicto armado?
Notas
[1] . Jaime Arocha, “Yo sí firmé”, El Espectador, junio 6 de 2016, disponible en http://www.elespectador.com/opinion/yo-si-firme
[2] . Jaime Arocha, “Sin coincidencias, apareció en pantalla”, El Espectador, febrero 16 de 2015, disponible en http://www.elespectador.com/opinion/sin-coincidencias-aparecio-pantalla-columna-544451
[3] . Georges Dyson, citado en Nicholas Carr, Atrapados. Cómo las máquinas se apoderan de nuestras mentes, Taurus, Madrid, 2014, p. 135.