Desquiciados por la guerra
Que un excomulgado lefebrista, que ya agregó otro “ex” a su hoja de vida, tenga una escolta no propiamente de angelitos para que lo cuiden, al tiempo que al resto de mortales les roban celulares, carteras y hasta los bancos los asaltan con el cuatro por mil y otras artimañas, es un exabrupto de un país enfermo e inequitativo llamado Colombia.
Que aquí, a un dirigente liberal (ya un tanto conservatizado) lo hubieran asesinado a hachazos, y a otro liberal, uno de los últimos que quedaba, lo mataran con una “porquería” de revólver Hechiza, 32 corto, y a otros, candidatos de izquierda, los pasaran por las armas del sicariato, o que a un defensor de derechos humanos lo balearan cuando iba a dar el pésame por la muerte de otro líder, es parte de una pesadilla que parece no tener fin.
Y que haya Machucas y Bojayaes, Chinitas y Mapiripanes, Salados y millares de masacres más, son síntomas de una larga guerra, de una extensa barbarie, en la que aparecen apóstoles criminales (¿apenas eran doce?) y víctimas a granel. Que haya cerca de siete millones de desplazados y que la tierra no sea para el que la trabaja, muestra la cara monstruosa de un país sometido a todas las violencias y manejado por exclusivos clubes de privilegiados, desde los albores de la republiqueta.
Y en este punto, para no alargar el catálogo de miserias sin fin que ha sido Colombia, quisiera incluir aspectos de la reciente exhortación que Pepe Mujica, no propiamente un religioso, hizo en Ciudad de México en torno a lo que él llamó “una contradicción con patas”, cuando estuvo invitado a la Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
El expresidente uruguayo invitó a los allí convocados a hacer una lectura histórica y profunda acerca de lo pasa en Colombia, donde sucede “un fenómeno tan trágico que merece respeto, para aprender y para transmitir a las nuevas generaciones”. Tal vez, sea la ocasión, a través de la invitación de un extranjero, para seguir meditando en torno a la historia y debatir otra vez la necesidad de que en colegios y escuelas se establezca la enseñanza de una disciplina fundamental para la formación de país.
El exguerrillero, uno de los fundadores del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, dijo que “el proceso colombiano es una gigantesca intolerancia en su origen” y evocó a Gaitán, cuando, preocupado por la pobreza de tantos colombianos, se enfrentó a “un grupo oligárquico y lo matan”. Ah, sí, con un revólver al que le habían grabado el sello de Smith And Wesson “para darle pedigrí”. Fueron tres balazos que desataron el Bogotazo o el día del odio en todo el país.
Y el Bogotazo desamarró, o llevó a extremos impensados, la violencia liberal-conservadora, y obligó a la fundación de la guerrilla liberal, después al bandolerismo, y más tarde, cuando ya el Frente Nacional estaba instalado, a la creación de otras guerrillas, entre ellas las Farc. “Ahora bien, en cincuenta y pico de años de guerra ni la guerrilla llegó a la ciudad y al poder, ni las autoridades llegaron al fondo de la selva”, dijo Mujica.
Al señalar que Colombia es un “país desquiciado por la guerra”, advirtió que esta no puede ser un proyecto de nación. “Colombia es una contradicción con patas y ninguna de esas contradicciones se puede enfrentar en guerra”. Y continuó el dirigente, al tener muy claras las cifras del desquiciamiento colombiano, al saber que hay doce millones de campesinos pobres y que el 60 por ciento de la tierra no tiene título de propiedad, diciendo que Colombia es un drama de América. “Si logramos que esa guerra se acabe, seremos un continente en paz. No es poca cosa”.
Y la gran contradicción que es Colombia se manifiesta en sus relaciones de dependencia con las trasnacionales, y en tantas maneras de la discriminación, pero, sobre todo, en la vasta (y basta) consolidación de la intolerancia, la misma que ha producido magnicidios y el deseo de borrar al que piensa diferente a los promotores del establecimiento y de la injusticia social.
Colombia, patria de desheredados y de asesinos, todavía tiene la oportunidad histórica de alcanzar la concordia, aunque el día parece lejano. El extupamaro, un ateo, invitó a los creyentes a que “recen por la paz de Colombia”. Quién sabe si así lo harán unos encopetados sujetos, bastante rezanderos por lo demás, que andan protegidos por una montonera de escoltas y parecen ser los dueños de la guerra.Que aquí, a un dirigente liberal (ya un tanto conservatizado) lo hubieran asesinado a hachazos, y a otro liberal, uno de los últimos que quedaba, lo mataran con una “porquería” de revólver Hechiza, 32 corto, y a otros, candidatos de izquierda, los pasaran por las armas del sicariato, o que a un defensor de derechos humanos lo balearan cuando iba a dar el pésame por la muerte de otro líder, es parte de una pesadilla que parece no tener fin.
Y que haya Machucas y Bojayaes, Chinitas y Mapiripanes, Salados y millares de masacres más, son síntomas de una larga guerra, de una extensa barbarie, en la que aparecen apóstoles criminales (¿apenas eran doce?) y víctimas a granel. Que haya cerca de siete millones de desplazados y que la tierra no sea para el que la trabaja, muestra la cara monstruosa de un país sometido a todas las violencias y manejado por exclusivos clubes de privilegiados, desde los albores de la republiqueta.
Y en este punto, para no alargar el catálogo de miserias sin fin que ha sido Colombia, quisiera incluir aspectos de la reciente exhortación que Pepe Mujica, no propiamente un religioso, hizo en Ciudad de México en torno a lo que él llamó “una contradicción con patas”, cuando estuvo invitado a la Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
El expresidente uruguayo invitó a los allí convocados a hacer una lectura histórica y profunda acerca de lo pasa en Colombia, donde sucede “un fenómeno tan trágico que merece respeto, para aprender y para transmitir a las nuevas generaciones”. Tal vez, sea la ocasión, a través de la invitación de un extranjero, para seguir meditando en torno a la historia y debatir otra vez la necesidad de que en colegios y escuelas se establezca la enseñanza de una disciplina fundamental para la formación de país.
El exguerrillero, uno de los fundadores del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, dijo que “el proceso colombiano es una gigantesca intolerancia en su origen” y evocó a Gaitán, cuando, preocupado por la pobreza de tantos colombianos, se enfrentó a “un grupo oligárquico y lo matan”. Ah, sí, con un revólver al que le habían grabado el sello de Smith And Wesson “para darle pedigrí”. Fueron tres balazos que desataron el Bogotazo o el día del odio en todo el país.
Y el Bogotazo desamarró, o llevó a extremos impensados, la violencia liberal-conservadora, y obligó a la fundación de la guerrilla liberal, después al bandolerismo, y más tarde, cuando ya el Frente Nacional estaba instalado, a la creación de otras guerrillas, entre ellas las Farc. “Ahora bien, en cincuenta y pico de años de guerra ni la guerrilla llegó a la ciudad y al poder, ni las autoridades llegaron al fondo de la selva”, dijo Mujica.
Al señalar que Colombia es un “país desquiciado por la guerra”, advirtió que esta no puede ser un proyecto de nación. “Colombia es una contradicción con patas y ninguna de esas contradicciones se puede enfrentar en guerra”. Y continuó el dirigente, al tener muy claras las cifras del desquiciamiento colombiano, al saber que hay doce millones de campesinos pobres y que el 60 por ciento de la tierra no tiene título de propiedad, diciendo que Colombia es un drama de América. “Si logramos que esa guerra se acabe, seremos un continente en paz. No es poca cosa”.
Y la gran contradicción que es Colombia se manifiesta en sus relaciones de dependencia con las trasnacionales, y en tantas maneras de la discriminación, pero, sobre todo, en la vasta (y basta) consolidación de la intolerancia, la misma que ha producido magnicidios y el deseo de borrar al que piensa diferente a los promotores del establecimiento y de la injusticia social.
Colombia, patria de desheredados y de asesinos, todavía tiene la oportunidad histórica de alcanzar la concordia, aunque el día parece lejano. El extupamaro, un ateo, invitó a los creyentes a que “recen por la paz de Colombia”. Quién sabe si así lo harán unos encopetados sujetos, bastante rezanderos por lo demás, que andan protegidos por una montonera de escoltas y parecen ser los dueños de la guerra.
Fuente:http://www.elespectador.com/opinion/desquiciados-guerra