Después de 20 años, se despide la obra ‘La siempreviva’

La puesta en escena narra la historia de uno de los desaparecidos en toma del Palacio de Justicia.


Ese 6 de noviembre de 1985, Miguel Torres estaba en la oficina de un abogado amigo suyo en la carrera 7 con calle 12.

Eran las 11 de la mañana y en las calles bogotanas la gente corría desorientada, señalando a la Plaza de Bolívar, los carros se movilizaban más rápido de lo normal y las rejas de los negocios se bajaban estrepitosamente ante los estruendos que llegaban de la Plaza.

El M-19 se había tomado el Palacio de Justicia y, después de casi 30 horas, el sangriento episodio dejó más de 100 muertos y 12 desaparecidos.
“Ese día la justicia se volvió cenizas en este país, de ahí para adelante se vino la avalancha de impunidad más grande que hayamos sufrido nosotros”, apunta Torres, un director de teatro que con su grupo, El Local, había llevado una línea de trabajo comprometida con los problemas sociales.
Por eso fue que decidió hacer una obra sobre este tema, que terminó convirtiéndose en uno de los grandes hitos del teatro colombiano: ‘La siempreviva’. Luego de su estreno en 1994, el montaje ha realizado más de 1000 funciones con el mismo elenco base: Carmenza Gómez, Carmenza González, Alfonso Ortiz, Lorena López, Eduardo Castro, Pablo Rubiano, Gilberto Ramírez y Jenny Caballero.

Una foto de ‘La siempreviva’, cuando la presentaban en una casa en La Candelaria.

La celebración de sus 20 años, que será a partir de este miércoles 29 de octubre con una corta temporada en La Casa del Teatro Nacional, también será la despedida de la producción, ya que Torres decidió que estas serán las últimas presentaciones.
El drama de un inquilinato
La historia se desarrolla en un inquilinato en donde viven una particular serie de personajes. “Resultó como una especie de microcosmos del país”, dice Torres.
La protagonista era Julieta, hija de la dueña de la casa, quien entra a trabajar a la cafetería del Palacio y desaparece después de la toma. Ahí comienza el drama de su madre (interpretada por Carmenza Gómez, que se rotaba el papel con Carmenza González), que nunca pierde la esperanza de encontrar a Julieta.
Antes de decidirse por el inquilinato, Torres pensó en doce argumentos diferentes de la obra, algunos se desarrollaban en tribunales posteriores al holocausto e incluso llegó a evaluar la posibilidad de hacerla en el momento mismo de la toma.
“Afortunadamente, pronto llegué a la conclusión de que por ahí no era la cosa -recuerda el director y escritor-. Yo estaba haciendo esbozos, buscando temas por dónde agarrar. Sabía que me iba a enfocar en un desaparecido”.
Fue el abogado Eduardo Umaña Mendoza quien lo puso en contacto el señor José Guarín y su esposa, Elsa Cortes, cuya hija, Cristina del Pilar Guarín, había desaparecido en la toma.
Guarín -que inspiró el personaje de Julieta, interpretado por Lorena López- estudiaba Derecho y había aceptado un reemplazo en la cafetería de Palacio para ayudarse a pagar los estudios.
“A mí me conmocionó mucho la historia porque la señora me llevó hasta el cuarto de Cristina, hasta la puerta, y me dijo: ‘este es el cuarto de Cristina, así lo dejó el 6 de noviembre por la mañana cuando salió a trabajar. Era su último día, iba a entregar el puesto'”, rememora Torres.

Basado en esa tremenda tragedia familiar, el dramaturgo comenzó a perfilar la historia, que incluso retoma algunos de los diálogos de doña Elsa Cortés. “Ella me dijo: ‘cada vez que suena el teléfono, cada vez que tocan a la puerta, yo pienso que es ella'”.
Siempre hablaba en presente sobre su hija, cuenta Torres, quien añade que tanto don José como doña Elsa murieron sin saber qué pasó con Cristina del Pilar.
“Yo los conocí y desde entonces quedé vinculada emocionalmente por la lucha de esos señores que finalmente se murieron sin haber aclarado nada. Cuando iban a ver la obra era tremendo la conmoción que en ellos causaba, pero también el agradecimiento de que un grupo de teatro se acordara de su hija”, argumenta Carmenza Gómez.
El elenco
Torres cuenta que uno de los trabajos más fáciles de la obra fue conformar el elenco. “Ya tenía en la cabeza la imagen de los actores que iban a representar los personajes”, dice.
Con Eduardo Castro y Carmenza Gómez el director ya había trabajado en El Local, a Alfonso Ortiz lo conocía de su trabajo en el Teatro La Candelaria, a Lorena López y a Pablo Rubiano los vio en un grupo de teatro pequeño de la ciudad y Jenny Caballero, que era su esposa, hizo el papel de la compañera de Ortiz.
“A Gilberto Ramírez lo conocía desde que era del TEC de Cali, con Enrique Buenaventura. Él se había venido a vivir a Bogotá y tenía el aspecto perfecto para el Usurero”, agrega Torres. Castro alternó ese papel con el barranquillero Alberto Valdiri.

Con su personaje de Sergio, un típico rebuscador que brinca de mesero a payaso para poder sobrevivir, Alfonso Ortiz se dio el gusta de actuar en dos de las grandes obras del teatro colombiano: ‘La siempreviva’ y ‘Guadalupe años sin cuenta’, del Teatro La Candelaria.
“(Sergio) me parecía muy atractivo porque es ese personaje de la calle, rebuscador, celoso, ‘tomatrago’, pero que al final es el que más conciencia tiene”, añade el actor.
Aunque Torres siempre tuvo en la cabeza que el papel de la madre de Julieta sería interpretado por Carmenza Gómez, los compromisos televisivos de la actriz obligaron a que le entregara el personaje a Carmenza ‘Capacho’ González.
“Yo la fui a ver muchas veces como espectadora y me conmovía cada vez que la veía. Un día la misma ‘Capacho’ me dijo: ‘es hora de que tú lo hagas, yo estoy cansada emocionalmente y al fin al cabo sabemos lo que Miguel quería’. Por eso fue que empecé a hacer la obra”, rememora Gómez.
Las dos Carmenzas alternaron el papel de la madre. Una lo hacía una semana y otra la siguiente, pero el día de la última presentación de una temporada las actrices y el director decidieron que las dos harían el papel en la misma noche.
“Esto fue a las 5 y 30 de la tarde, faltando dos horas para la presentación… Les dije: ‘vamos a alternar las escenas, las partes del Palacio de Justicia que las haga una sola’. Y así fui midiendo bien la cosa para que hubiera un reparto equitativo del rol. En la última escena las dos salieron juntas, algunos parlamentos los dijeron en coro, y salió espectacular esa función”, afirma Torres con una sonrisa cómplice sobre esa memorable noche.
“Fue un ejercicio actoral y emocional muy fuerte. Me parece que el resultado fue muy bueno, porque estábamos las dos, que somos una madre pero cada una la interpreta de una manera diferente”, asegura Gómez.
El papel de Julieta
Durante 20 años, Lorena López ha tenido la responsabilidad de representar en el escenario esos sueños truncados de Cristina del Pilar Guarín. Ha sido bastante fuerte, dice la actriz, interpretar un personaje con semejante carga emocional.
“Son muchas cosas las que se conjugan allí, pero en el transcurso de estos años he sentido tranquilidad. Al principio era muy fuerte pero me ha quedado una tranquilidad porque todos los años se habla del tema, todos los años se recuerda, esto ayuda un poco no a que se haga justicia pero sí que por lo menos no se olvide”, dice López.
Todo se vuelve más intenso cuando las personas que estaban relacionadas con Cristina del Pilar iban a ver la obra.
“Hace como tres años fue a ver la obra la persona a la que Cristina fue a reemplazar en la cafetería de Palacio y ella me dijo: ‘Cristina dio la vida por mí porque ese día yo llegué tarde’. Todas esas cosas son muy fuertes”, apunta la actriz.
La actriz dice que tal vez las funciones más especiales fueron las que se hicieron en la casa, por el tono íntimo y cotidiano que significaba estar allí.
Los logros de ‘La siempreviva’
No solo fue el apoyo del público, sino los méritos artísticos de la obra los que lograron sostenerla durante 20 años. Primero estaba su carácter hiperrealista, ya que en las primeras temporadas se realizó en una casa del barrio La Candelaria que quedaba cerca del Palacio de Justicia.
“La escenografía era natural. Había un papayo, arbolitos y poníamos muchas siemprevivas (plantas). La gente estaba alrededor del patio viendo la obra, eran como unos invitados, como unos voyeurs que estaban viendo las cosas muy cerca”, dice Torres.
“Evidentemente esto causó una gran conmoción porque la obra es muy seria y muy profunda en su contenido y segundo porque se hizo con un hiperrealismo a hacerla en una casa de verdad”, complementa Ortiz.
A pesar de tratar un tema tan complejo, la pieza se mantenía alejada de cualquier postura política. Era, como dice Torres, “el drama de una familia en un inquilinato”.
Otro detalle importante era la construcción de los personajes, que reflejaban la idiosincrasia de la clase popular colombiana.
“Emocionalmente son muy impactantes”, dice Ortiz. “Yo también soy clase media, a mí me tocó vivir cerca de inquilinatos, conocía un poco subliminalmente este universo y digamos que se me facilitaba intuitivamente interpretar ese mundo”, asegura.
La producción logró adaptarse a cambios fundamentales, como pasar del escenario naturalista de la casa, que el grupo vendió por problemas económicos, a una sala de teatro convencional.
“Ideé un montaje distinto, como si hubiera pasado un ciclón y se hubiera llevado todo, una cosa muy transparente. Perdió por un lado esa cosa maravillosa que tenía la casa, pero ganó en teatralidad porque se volvió una obra absolutamente escueta”, apunta el director.
Funciones y aportes inolvidables
Además de los aportes del doctor Eduardo Umaña Mendoza, que fue asesinado en su oficina en 1998, y de las charlas con la familia Guarín, Torres dice que hubo otros apoyos fundamentales para construir la obra.
“En el aspecto musical me ayudó mucho una profesora del conservatorio, Elsa Gutiérrez. En la construcción de los diálogos hubo aportes de Darío García y Luis Felipe Salamanca. También estuvo Lucero Vanegas, una persona que se metió a las emisoras y pidió las grabaciones del 6 y el 7 de noviembre. Ella sacó cuarenta horas de emisiones y de ahí salieron los ocho minutos de grabaciones que se escuchan en la obra. Estuvieron también Manuel López Caballero y Santiago García, mi amigo el director al que invité a ver un par de ensayos”.
Entre los recuerdos también quedan funciones inolvidables, como aquellas a las que asistían los familiares de los desaparecidos de la toma.
Una de las presentaciones memorables, según los actores y el director, fue la que se realizó el año pasado en Buenos Aires. Fue en el Centro Cultural San Martín y entre los espectadores estaban miembros del grupo Abuelas de la Plaza de Mayo, quienes también sufrieron la desaparición forzada de familiares a mano del régimen militar argentino.
“Era un teatro muy pequeño, muy íntimo, para mí esta función fue devolverle al teatro ese carácter que tiene de ceremonia. Y estas mujeres estaban de pie, lloraban y comentaban en voz alta mientras yo hacía la función. Fue tremendo, muy conmovedor, y me reafirmó una vez más la importancia que puede tener el arte en general, que puede tener el teatro y esta obra en particular”, reflexiona Gómez.
Más allá de sus valores teatrales, ‘La siempreviva’ se convirtió en una obra necesaria para el país, no solo porque recordaba el horror de la toma y la retoma del Palacio de Justicia, sino porque se convirtió en una especie de símbolo para los familiares de los desaparecidos.
Así fue desde la primera función, recuerda Torres: “Don José y doña Elsa quedaron maravillados. El día del estreno, el señor llevaba un discurso, un poema dedicado a mí. Y empezaron a ir los familiares de los desaparecidos y esta se volvió la obra emblemática de ellos”.