Desde las encrucijadas del conflicto Y de la guerra en la búsqueda común de caminos de paz

“Dichosos los constructores de paz porque serán llamados hijos de Dios”, dice Jesús (Mt. 5,9)
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar y al volver la vista atrás se ve la
senda que nunca se ha de volver a pisar”.
Busquemos juntos caminos nuevos, no volvamos a recorrer y repetir caminos ensangrentados. La mirada está en la paz, el camino será la paz, con la fuerza de la esperanza, de la conciencia y de la verdad, arriesgando la aventura de la fraternidad.


Uno de estos días, el 18 de julio, subí al cerro de las Torres de comunicación del Berlín.

¿Por qué?

Porque el día de mi ordenación sacerdotal me dijeron que para acompañar a la comunidad debía inspirarme en el “Buen Pastor que está donde está el rebaño”, sea en la hora del sol y del pasto fresco, sea en la hora de los lobos.

Subí al cerro de las Torres, porque Amerindia está escribiendo otra página en el doloroso camino comenzado en el lejano y cercano 1492.

Allá en las Torres del Berlín estaba la Comunidad en resistencia civil, defendiendo y reclamando la paz, que es la contraseña de la vida. Me quedé una noche y un día.

Debía responder a preguntas que se hacía y me hacía la Comunidad y que yo mismo sentía la necesidad de profundizar, casi buscando reconfirmar mi sacramento de la confirmación.

¿Me equivoqué acompañando en estos treinta años al pueblo Nasa?

¿Caí en la trampa de una guerrilla infiltrada, de un pueblo terrorista?

Lo que encontré es el alma de un pueblo que tiene raíz, que tiene sueños, que tiene historia, que tiene religión y cultura, que tiene resistencia para ser lo que es y lo que quiere ser.

Encontré a las madres que decían al Gobernador del Cabildo: “Mande una delegación de mujeres a hablar con el ESMAD, a veces las mujeres podemos hacer algo más” y a los jóvenes impetuosos decían: “No busquen la agresión”.

La gente de la Comunidad allí en el cerro, comía algo, rápido, de pié, dormía sobre un plástico, porque se sabe en Éxodo, y el día de la confrontación estuvo vigilante, corriendo para llevar al puesto de salud a los heridos y asfixiados por el gas.

Había un joven muchacho, un Guardia Indígena, de unos 15 años, con manos limpias, sin instrumentos de guerra, en el filo del cerro, a pocos metros de los antimotines.

Cayó ahogado por el gas y fue capturado por un soldado. Fue golpeado y se liberó valientemente. Corrió al campo-base y fue atendido por el personal de salud. Recibió alguna atención médica y como no estaba fracturado, a los 15 minutos, sin comer nada, corrió nuevamente a retomar su posición, allí donde había caído y se había levantado.

Un joven cargado de siglos, atalaya del mañana, David y Goliat de nuevo, de frente.

Decía, y con él los compañeros: “Ésta es nuestra tierra”.

Historias épicas de valentía y de riesgo, como éstas, las había leído en tiempos de mi juventud en las narraciones de la independencia de los países europeos. Ahora las veía con mis ojos, aquí en este morro, Calvario y Tabor, al tiempo.

Bajé de la montaña recargado, no de exaltación, sino de decisión y de agradecimiento.

Con el pueblo Nasa siguen caminando la Gaitana, Juan Tama, Manuel Quintín Lame, Pedro León Rodríguez, Álvaro Ulcué, Cristobal Sécue.

Sólo por esta experiencia valió la pena haber subido a las Torres.

Pensando en la arremetida de la mañana, cuando los antimotines habían desplazado a los Nasa desde el filo de las Torres, corría por mi mente la palabra de un gran Obispo de América, Pedro Casaldáliga: “Soldados vencidos de una causa invencible”.

No me había equivocado, entonces, cuando acepté la invitación del Padre Álvaro Ulcué, en aquel lejano 1982, aventurándome a caminar por las montañas de Toribio y del Cauca.

Hermanos representantes del Estado, hermanos de la insurrección armada, hermanos caminantes en la búsqueda de la paz de todos los rincones del país, aprovechemos esta hora, descifremos el llamado, escuchemos al profeta Isaías: “Forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra. Casa de Jacob, casa de Colombia, en marcha, caminemos a la luz de Yahvé” (Is. 2,4).

¿Por qué tanto gasto en armas? Si este dinero estuviera al servicio de la educación y del empleo, sobrarían los antimotines y los “reclutamientos” para la guerra.

¿Por qué no intentar esta “aventura imposible”?

Hombres de la guerra, ¿cuándo nos daremos cuenta que somos hermanos, por sangre, por nación, por bautismo, por un don del Creador?

¿Quién nos ha enseñado a sembrar y legalizar desolación, terror y muerte?

¿Por qué hemos cancelado de la conciencia el mandamiento del amor que está por encima de todo: “No matarás”, “Ámense los unos a los otros”?

¿Por qué hemos dejado infiltrar en la vida la legitimidad y la justificación de la muerte?
La infiltración del dinero, el monstruo del narcotráfico, ponen en riesgo mortal la legitimidad de instituciones, agrupaciones y, en primer lugar, cancela la conciencia ética de los corazones.

Redescubramos el sentido genuino de Patria y Revolución.

Reconciliémoslos. Miremos a nuestros niños aterrorizados, hijos de víctimas y de victimarios, hijos de la guerra. Desde ellos y con ellos recomencemos a vivir. No más masacre de inocentes. No burocraticemos este momento de nuestra historia. Es un don que interpela nuestra responsabilidad. No al miedo, al desánimo y a la indiferencia.

Ya están en curso diálogos entre gobierno y movimiento indígena en Santander de Quilichao y Popayán. Esperemos que sea un paso firme hacia el diálogo.

Llegó la hora del diálogo, que no es, que no sea, diplomacia, táctica, ganancia y astucia, terquedad en barreras insuperables. Es sencillamente un acto de modestia, de audacia y de amor, creyendo que otro camino es posible. Es sentarse a la mesa de la fraternidad, escuchándonos. Es salir de donde estamos, es desarmar el corazón en primer lugar. Un convite para todos, especialmente para los últimos. Aceptar que el camino puede ser largo: tanto tiempo de conflicto armado incrustado al conflicto social y cultural, pide una buena purificación de la memoria y un cambio profundo que lleve a un renacimiento. Pal Álvaro Ulcué decía:”Que el miedo de matar sea más grande que el miedo de morir”.

Toribio de icono de la guerra y del fratricidio, pasará a ser el laboratorio de paz, el arco iris de un tiempo nuevo.

Agradecemos a todos los visitantes y amigos solidarios de estos días: Naciones Unidas, Cruz Roja, organizaciones indígenas de otros Resguardos, movimientos populares, instituciones nacionales, departamentales, gubernamentales y no gubernamentales, internacionales, personas de la calle, periodistas y comunicadores: nos han traído aliento, amistad y unas nuevas ganas de caminar y de sonreír a la vida.

Que Toribio siga siendo una casa de corazón y puertas abiertas. Un nudo y un cruce de comunicaciones cara a cara y también de comunicaciones virtuales, con corazón de carne. Gracias a todos y que esta “alianza” y “espíritu de familia” sean una avalancha que arrastre el tiempo.
¿De dónde se desencadenó esta sorpresa que estamos viviendo, esta brecha que, tal vez imprevista, se abrió y rompió, sin duda por un tiempo, la oscuridad y el dolor de la guerra?

Era el domingo 8 de julio, las 10:30 de la mañana: en Toribio se escuchó un grito y se vio un levantamiento. ¿Qué pasó? Un “tatuco” cayó sobre el Centro Médico, la IPS indígena, hirió cuatro enfermeras y destrozó a Helena Briceño, la coordinadora de las enfermeras. Ella está ahora en tratamiento médico con una pierna amputada, en la clínica Valle de Lilí de Cali.

Alguien la oyó gritar: “Ayúdenme, ayúdenme, no me dejen morir” – que se traduce-no me dejen matar. En aquel grito que recogía gritos y agonías del pasado, gritaba Toribio, gritaba Colombia.

Los indígenas que estaban en Asamblea permanente en la casa comunal del Manzano, con el Gobernador del Cabildo al frente, tal vez por un “hilo” que saben manejar los espíritus de la madre tierra y el Espíritu, considerando lo absurdo de que la muerte entrara allá donde se cura la vida a riesgo, sin esperar autorizaciones, sin cálculos de prudencia, obedeciendo a la suprema ley de la conciencia libre e indignada, se levantaron gritando: “Basta ya, no más”.

Van al Alto del Manzano, donde estaba la zona de operación militar de las FARC, secuestran las armas y desmontan el lanza-tatucos. Cesan los disparos. Se despeja el camino para el 9 de julio, aniversario de la maldita chiva-bomba.

El día ya estaba programado para la guerra. Pero no fue así: el 9 de julio de 2012 fue el día de la marcha por la paz, con pronunciamientos de las autoridades, con la decisión de desmilitarizar el territorio. Hubo celebración eucarística. Amaneció. Esta “hora” ya entró en la historia de Toribio y de Colombia. Afuera del lugar había algunos milicianos desfilando con símbolos de paz. “Hermanos milicianos no hagan esto. Escojan. Están camuflando y entorpeciendo la resistencia civil de un pueblo”.

Escucho decir que las autoridades indígenas podrían ser judicializadas por querer la desmilitarización del territorio. Dicen que están en contra el Estado. No están contra el Estado, están contra la guerra, que significa estar contra la muerte que es el resultado de la guerra y que necesita de actores armados.

Mantengamos la lucidez del pensamiento y la verdadera razón de un proyecto de paz que obviamente necesita un clima de confianza y un plan de garantías.

Recordemos el Artículo Primero de la Constitución de Colombia, (las primerísimas palabras de la Carta Magna del país):”Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, con autonomía de sus entidades territoriales, fundada en el respeto de la dignidad humana”.

Los indígenas han hecho resplandecer la Constitución de la República de Colombia transformando la letra en historia. Creo que los constitucionalistas podrán interpretar el “levantamiento” de estos días, con el peso de cada palabra del Artículo Primero, como un grito de obediencia al corazón de la Constitución. Además los indígenas recuerdan a los legisladores que están esperando la puesta en marcha del mandato constitucional de las entidades territoriales.

Los Cabildos Indígenas merecen un reconocimiento del Estado por ser ciudadanos que en horas supremas del camino de la nación, han sido y siguen siendo defensores de los valores supremos de la Constitución de la República.

La prensa y los medios de comunicación (no todos) no han hecho siempre un servicio a la verdad y a la paz. Esto lo digo con pleno respeto a la libertad de opinión y de expresión. Pero la Verdad tiene derechos primarios Hay cosas que no son. Una fotografía de impacto mediático, a veces puede tapar más, que revelar. La complejidad de la situación y el costo del conflicto piden más análisis. También en Toribio tenemos muchas fotografías de indígenas maltratados, vengan y las verán. En nuestros cementerios, en muchas partes del territorio ancestral, hay una cruz que recuerda un derramamiento de sangre.

Dicho esto, también digo que cuando se transgreden los derechos humanos por parte de los indígenas, tengo que denunciarlo claramente, sin excepción de personas. Y estoy seguro y espero que mis hermanos indígenas hagan lo mismo. El campo de la confrontación de fuerzas no es nunca totalmente sereno: hay tensiones, alguna desconfianza, inseguridad, recuerdos dolorosos del pasado. El “el ojo por ojo” no está completamente evangelizado y la disciplina de la no-violencia exige un aprendizaje prolongado. Sepamos ser comprensivos y tener misericordia con todos. No tenemos que colar el mosquito y tragar el camello.

Por gracia de Dios y por mi larga experiencia de años, de situaciones y lugares transitados, busco estar con el samaritano allá por el camino entre Jerusalén y Jericó, donde caen hermanos asaltados y heridos. Luchar por la justicia sí, violencia no. Esto nos enseña el Maestro. Y aquí me encuentro con el Artículo 11 de la Constitución de Colombia.” El derecho a la vida es inviolable. No habrá pena de muerte”.

Hermanos indígenas acostumbrados a las evaluaciones y la autocrítica en las Asambleas, aprovechemos este momento para aclarar alguna cuenta que posiblemente podamos tener abierta con la Comunidad y con todos, en el camino de la igualdad, del servicio y del diálogo.

El Estado en este momento necesita ser sostenido por un nuevo vigor y una nueva sangre, viva y no sacrificada, un convite a la unidad de las diferencias. Hermanos indígenas, sigamos colaborando. Que la organización indígena presente y comparta una entereza entera.

Escuché por un medio radial a un General de la República que llamaba “terroristas” a los indígenas que estuvieron el día del desalojo frente a las Torres de comunicación del Berlín, y presentando a los antimotines como soldados cumplidores de un Estatuto ético del Ejército.

Me dolió y me duele escuchar estas palabras. Espero que un día, señor
General, las pueda retirar por fidelidad a su conciencia bien informada y por honor a la Patria. Estuve ese día once horas en el escenario de los hechos. Miraba y escuchaba. La Guardia Indígena, con toda la Comunidad, sí ha sido maltratada, y los antimotines no estuvieron a la altura donde usted los pone. No había razones para echar tanto gas de tantos colores, ni de producir tantos heridos, ni de golpear a las personas, ni de cerrar el paso violentamente a quienes llegaban desarmados para solidarizarse con sus compañeros. Señor General, si estos indígenas son terroristas, yo también soy uno de estos terroristas.

El Presidente de la República vino a Toribio en horas difíciles: lo recibió una casa parroquial supermilitarizada. Tocó por la circunstancia. Pero nos dolió mucho porque Evangelio y armas no pueden convivir en la misma casa. Esperamos otra visita del Presidente en una casa desmilitarizada sentado a una mesa de hermanos con el brindis alegre del vino nuevo de la paz.

Toribio, Colombia, llegó una hora nueva: domingo 8 de julio de 2012, 10:30 de la mañana.

Un grito: “No me dejen matar”.

Un levantamiento: “Basta ya, no más”. Un levantamiento que tiene que ver con un levantamiento de Alguien que al tercer día salió de un sepulcro.

Sincronicemos el reloj a las 10:30 del 8 de julio de 2012 El tiempo no se ha parado porque la historia camina y corre. Pero el tiempo si se ha recargado, una nueva conciencia se ha despertado, un pueblo “mayor” se ha puesto a caminar. En este camino los niños están adelante de nosotros, nos miran, nos agarran las manos y nos piden que no los dejemos matar. Ellos merecen algo más que un reclutamiento para la guerra y una tumba antes de tiempo.

¿Los estamos escuchando? Nos hablan a todos nosotros: padres y Comunidad Nasa, Estado, guerrilla y, unidos a los niños del país, y de “las tumbas tempranas”, hablan a Colombia.

Terminando la carta dejo la palabra al Padre Álvaro Ulcué Chocué (hermanos Nasa, no lo olvidemos), en la vigilia de su muerte:”El cuerpo lo matarán, el espíritu no lo matarán, seguirá vivo luchando en la comunidad”.

Una fe en la vida más fuerte que la muerte es el camino, es la consigna de esta hora y de este lugar.

Amaneció, amanezcamos.

Toribio julio 25 de 2012

Padre Ezio Guadalupe Roattino

Misionero de La Consolata

Hermano de todos en nombre de muchos