Derrota. Por María Jimena Duzán.
AL GOBIERNO DUQUE Y A SU PRESIDENTE ETERNO se le hundieron sus objeciones contra la JEP en el Congreso pero como en 1984 de Orwell todavía andan en la tarea de invertir las cosas para ver si a esta derrota se le llama triunfo y si dos más dos son cinco.
Sin embargo, esta vez no pudieron embaucarnos en su delirios. Todo les salió mal. Como el Gobierno no tiene las mayorías, recurrieron a toda suerte de tácticas, pero ni la seducción ni la intimidación les surtieron efecto. Perdieron.
La mayoría de los congresistas que defendían la JEP no cambiaron su voto ni siquiera después de que los amenazaron con quitarles la visa norteamericana si votaban en contra de las objeciones. Y los pocos votos que logró, lo tienen hoy en la picota porque podrían haber sido producto de la mermelada. (Ya se habla incluso de un posible cohecho en el caso de Maritza Martínez, la senadora de la U cuya desaparición a la hora de la votación luego de que hubiese anunciado que iba a votar en contra de las objeciones, coincidió con la noticia de que su jefe de campaña había sido contratado en Cormagdalena)
Es decir, Duque perdió por partida doble: terminó ninguneado, arrastrado por la inercia del presidente eterno y encima de eso, salió de ese túnel, enmermelado.
Uribe perdió como el que más: no pudo sembrar en la opinión la tesis falaz de que si no se aprobaban las objeciones se acababa la extradición, -una mentira que tenía por objeto mostrar a los defensores de la JEP como aliados de la mafia-. Pero además, asustó a las nuevas generaciones, porque dejó claro que el Uribe 2019 no quiere reconocer a los excombatientes que entregaron sus armas a través de un acuerdo político y que los prefiere de vuelta en el monte matando soldados y secuestrando. Ningún colombiano que haya vivido en carne propia la guerra quiere volver a sus fauces. Solo la invocan los que la han vivido desde sus sillones de oro.
En la lona también quedó tirado el fiscal Néstor Humberto Martínez, inventor de las objeciones, su último acto de prestidigitación.
El foco ahora está puesto en la Corte Constitucional que es la que tiene la última palabra en este pulso de poder. Sus detractores tenían todo listo para desprestigiarla, pero no lo lograron. Días antes de que empezaran a estudiar las objeciones en el Congreso, el uribismo empezó a esparcir en las redes el rumor de que las agencias de inteligencia del Estado estarían a punto de revelar audios de “narcoconversaciones que incriminarían a varios magistrados“.
Para salirle al paso a estos rumores la corte, que sí tenía el presentimiento de que estaba chuzada, le envió la semana pasada una carta a NHM en la que le pregunta si sabe de investigaciones en contra de magistrados. El jueves pasado, cuando ya se veía que Macías iba a enviar las objeciones a la corte, el fiscal respondió la carta y aceptó lo inaceptable: les confesó que desde enero sabía que la Corte Constitucional estaba siendo chuzada pero que quienes la tendrían intervenida no provenían ni de agencia de inteligencia del Estado, ni de la DEA, ni de la Fiscalía, sino de una empresa criminal, de la que no dio mayor razón.
Nunca sabremos si una empresa criminal, la Fiscalía, la DEA o la agencia de inteligencia chuzó al alto tribunal. Se los aseguro. Pero el solo hecho de que a la corte la estén chuzando es suficiente para inquietarnos por el estado de nuestra democracia.
Se quiere devolver al país a las tácticas de intimidación que ya padecimos en el pasado. A las épocas en el Gobierno Uribe pretendió desprestigiar la Corte Suprema de Justicia porque estaba investigando la parapolítica señalándola de estar penetrada por el narcotráfico.
Las mismas tácticas, pero diferente país. La Colombia de hoy pese a sus pesares, ya no les come cuento ni se deja amedrentar. La bancada por la paz que se batió en el Congreso y derrotó al Gobierno es una prueba de ello.
Este país no quiere volver atrás ni quedar arrastrado por los lodos de odio de un expresidente que ya ni sabe por qué está peleando.
Dice George Orwell, que cuanto más se desvía una sociedad de la verdad, más odiará a aquellos que la proclaman. El uribismo quiere convertir en demonios a todos lo que creemos en la necesidad de implementar los acuerdos, a los congresistas que los defienden y las cortes que los refrendaron, pero no van a poder.
Sus patrañas ya no tienen efecto en nuestras conciencias porque al fin nos hemos liberado.
El único que no se da cuenta de que este país ya no le copia a Uribe es el presidente Duque. No solo perdieron. Están perdidos.
Columna en: Semana.