Del capítulo 8 Tratado de Libre Comercio, la Biodiversidad, patentes

El TLC perjudica gravemente su salud (Junio 16 de 2004)

Los peligros de una negociación entre tiburones y caperucitas. Hace poco, el economista William Fadul preguntó a Carlos Salinas de Gortari en un foro sobre el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos (TLC) cómo reaccionar ante la exigencia de Washington de aceptar patentes y derechos intelectuales sobre seres vivos. La respuesta del ex presidente mexicano fue desconcertante pero sincera: “No puedo responder, no soy experto en el tema”.

Salinas, uno de los latinoamericanos que más saben sobre el TLC, se declara ignorante en lo tocante a biopatentes. Imaginen los lectores lo que podría pasar a los negociadores colombianos, que saben menos que Salinas. De hecho, uno de ellos, candorosa caperucita, desdeñó el tema en una reunión con periodistas ya que, según dijo, “nadie ha ganado un solo peso con la biodiversidad”. Estamos, pues, maduritos para que Estados Unidos nos devore de una sola tarascada en esta vital materia. Tras el artículo 8, que autoriza las biopatentes, se agazapan los intereses de decenas de laboratorios multinacionales, y detrás de cada multinacional, un hormiguero de abogados duchos en volver propiedad privada lo que ha sido conocimiento colectivo tradicional. Mientras tanto, algunos negociadores colombianos creen innecesario proteger la sabiduría de las comunidades familiarizadas con el medio ambiente -indígenas, colonos, campesinos, artesanos- porque “allí no hay plata”.

Aunque fuera por dignidad cultural tendríamos que defender este legado común ante la rapacidad de los grandes capitalistas internacionales. Mas ocurre que, contra lo que piensan los ignorantes, la biodiversidad produce enormes riquezas que están engordando a poderosos saqueadores. Ellos, a diferencia del negociador ingenuo, saben que pueden ganar mucho dinero a partir de la naturaleza. Por eso están dedicados a patentar cuanto pueden y cobrar por “su” producto. A eso se llama “bioprospección”. En 1994, según el especialista Darreil Posey, el comercio anual de grandes laboratorios con medicamentos basados en plantas y sabiduría comunal alcanzó a 43 mil millones de dólares, y el tráfico de semillas a 13 mil millones.


En su estudio “Cognopiratería y tráfico del conocimiento”, la antropóloga
colombiana Elizabeth Reichel -que debería formar parte de un grupo
científico asesor de los delegados colombianos- pinta lo que está
sucediendo: “La bioprospección es un mecanismo para obtener material
biológico con destino a países desarrollados para surtir la base de sus
industrias farmacéuticas, de producción de semillas, perfumes, pinturas,
gomas y resinas, remedios y venenos y otros materiales. Luego de
transformado, ese material ingresa al mercado en productos cuyo
propietario o firma comercial detenta legalmente el monopolio del
‘invento’ o ‘descubrimiento’, y en algunos casos es respaldado por
patentes u otros sistemas de propiedad”.

No exageré en mi columna pasada al decir que un día los tiburones querrán
registrar el cuy y el rosal. Vean algunos ejemplos de patentes solicitadas
o concedidas a los grandes piratas, entre los que sobresalen las firmas
DuPont, W.R. Grace & Co y Monsanto:

Yagé: en 1986, el empresario gringo Loren Miller obtuvo patente
norteamericana sobre el yagé o ayahuasca, planta amazónica milenaria. En
1994, una agrupación de 400 tribus brasileñas se enteró del exabrupto y,
con ayuda internacional, demandó y tumbó el registro. Pero en el 2001 los
abogados de Miller hallaron un inciso que les permitió resucitar la
patente.

Maíz: DuPont, señalada por Greenpeace como “líder mundial en piratería”,
ha solicitado registros de 150 organismos vivos; la Oficina Europea de
Patentes estudia su solicitud de propiedad de una antiquísima y
conocidísima variedad centroamericana de maíz de alto contenido oleico. De
aceptarse tal patente, DuPont se haría a un virtual monopolio maicero
global.

Árbol de nim (margosa, Paraíso de India): desde hace siglos los campesinos
asiáticos extraen de este frondoso árbol insecticidas, pesticidas y
fungicidas. Como si ellos no existieran, la Oficina de Patentes de E.U.
concedió derechos a W.R. Grace sobre derivados del nim.

Camomila: en 1988, Suiza reconoció patente al laboratorio alemán Degussa
sobre la variedad “manzanilla” de camomila. Tuvo que retirarla siete años
después, tras un costoso pleito.

Cientos de organizaciones del Tercer Mundo luchan desde hace años contra el saqueo del conocimiento milenario. Abundan declaraciones contra las biopatentes, como la de Beijing (1995) y la Carta de Marañón (2001). Si quieren algo más reciente, hace un mes la ONG Médicos sin Fronteras clamó: “Hacemos un llamamiento a los países del continente americano para que excluyan todas las disposiciones relativas a la propiedad intelectual contenidas en el acuerdo del Alca. Si allí se proponen nuevas y más estrictas normas sobre propiedad intelectual, perjudicará la salud de los países americanos”.

Por todo esto, y por cien razones más, el Gobierno no puede firmar el capítulo 8. del TLC sin cometer un crimen contra las futuras generaciones de colombianos.

Bogotá, D.C. junio 16 de 2004

Comisión Intereclesial de Justicia y Paz