De paramilitarismo y Narcotráfico
En la última edición de la Revista Semana, Antonio Caballero, titula su artículo: “El peor ciego y sordo”. Las masacres, desplazamientos, robos de tierras, asesinatos de jueces, son pecadillos. Lo imperdonable es el narcotráfico.
De nexos, de alianzas, de articulaciones, de estructuras criminales sostenidas, financiadas amparadas en el tráfico de drogas. Hecho que se convierte en cortina de humo de la gravedad de lo que está consolidándose en el proceso de institucionalización paramilitar. Perdón, Olvido, impunidad, desplazamiento, desarraigo, imposición de un modelo de sociedad cimentado en el abuso del poder, en el autoritarismo, en el espejismo de la partcipación, en el ideologismo del progreso, en el propósito de la pacificación.
El artículo de Antonio Caballero, “El Peor Ciego y sordo”
Lo dicen todos, unánimes. Los políticos, los analistas de la prensa, los generales del Ejército y de la Policía, los funcionarios del gobierno, el
embajador de los Estados Unidos, los observadores de la ONU y de las ONG.
En opinión de todos ellos, lo preocupante de las negociaciones que adelanta el gobierno con los paramilitares es que de pronto, en un descuido, se vaya a infiltrar en ellas algún narcotraficante. Y todos ellos rechazan la mera posibilidad de esa posibilidad con gran vehemencia.
Con hipócrita vehemencia. Con mentirosa, con hipócrita, con grotesca vehemencia. Pero ¿a quién creen que engañen con su indignada vehemencia? Sólo a sí mismos. Y eso sí es de verdad grave y preocupante. En primer lugar, porque si algo sabemos a ciencia cierta todos los colombianos -los políticos, los periodistas, los militares, los curas, los ganaderos, los agricultores, los transportadores, los ñeros de las esquinas, y hasta el mismísimo Presidente de la República- es que todos los paramilitares son narcos. Y lo son desde su origen: desde que los
hermanos Ochoa fundaron el MAS (Muerte A Secuestradores) para rescatar a su hermana Blanca Nieves de manos de la guerrilla del M-19, que se la había llevado y pedía rescate. El célebre y quizás difunto Fidel Castaño era narco. Su hermano el quizás también difunto Carlos Castaño también era narco. Y es narco el hermano mayor, a quien acusan de haber mandado matar a Carlos. Son narcos todos los jefes de bloques de autodefensas de todas las regiones del país en donde hay paras (que son todas). Lo sabemos todos. Por lo visto, el único que no lo sabe en toda Colombia es el alto comisionado de Paz, doctor Luis Carlos Restrepo. Alguien debería sacarlo de su inocente error. Lo haré yo mismo, desde aquí. Doctor Restrepo, doctor Ternura: no es que haya narcotraficantes infiltrados entre los paramilitares. Lo que pasa es que TODOS los paramilitares son narcotraficantes. Pregúnteles y verá.
Otra cosa es que, además de ser narcos ellos mismos y de financiar su violencia con el dinero del narcotráfico, los paramilitares reciban fondos y armas y ayudas y colaboraciones de otros sectores que no son, estrictamente hablando, narcos: de los ganaderos, de los agricultores, de los transportadores, de los ñeros de las esquinas, de los curas, de los militares, de los políticos. No me atrevería a decir que eso lo reciben también del Presidente de la República; pero tampoco me atrevería a decir que ese dato el Presidente de la República no lo sabe: sería tomarlo por idiota. Tal vez quiera ser ciego, y no verlo. Tal vez quiera ser sordo, y no oírlo tampoco. Pero idiota no es.
Ahora: lo verdaderamente escandaloso de esa indignación de políticos, analistas de prensa, obispos, embajadores, etc., es que vaya dirigida contra el posible delito de narcotráfico de los paramilitares, y no contra sus evidentes crímenes de lesa humanidad. Contra sus masacres, contra el desplazamiento al que han obligado a cientos de miles de campesinos, contra el robo de cientos de millares de hectáreas de las mejores tierras de Colombia, contra la destrucción de los páramos y de los ríos, contra el asesinato de cientos de jueces, de policías, de periodistas e incluso de políticos, por lo general tan cautelosos. Esas atrocidades, por lo visto, merecen perdón y olvido. Son simples pecadillos que no hay que tomar en cuenta. Lo que es imperdonable, en cambio, lo que no se puede tolerar y merece un castigo severísimo de prisión perpetua en esas cárceles norteamericanas de la extradición en donde los condenados sólo pueden ver la luz del sol, encadenados, una hora por semana, es el delito del narcotráfico. Si se mira con ojos sobrios, no pasa de ser una simple burla
a las leyes que rigen el comercio: es mero contrabando de una mercancía prohibida. Pero a la vez, claro, es nada menos que un delito contra el Imperio.
No voy a entrar de nuevo en eso. Sólo quiero decir que la indignación por el insignificante delito del narcotráfico que ofende al Imperio, y la lenidad y la comprensión y el perdón frente a los otros crímenes atroces de los narcos, y sobre todo la imbécil pretensión de ceguera ante el hecho de que los narcos y los paras son los mismos, nos impide resolver cualquiera de esos problemas. Si el gobierno del presidente Uribe se empeña en ignorar que los narcos son paras, que los paras son narcos, que los narcoparas son aliados y socios de los militares y de la policía, de los ganaderos y de los transportadores, de los políticos y hasta de los ñeros de las esquinas, jamás se resolverá, ni se empezará a resolver siquiera el problema de los paras. Y aún menos el problema de los narcos.
Engañándose a uno mismo las cosas no se resuelven.
Tomado de Revista Semana Junio 21 al 27 de 2004
Bogotá, D.C. Junio 20 de 2004
Comisión Intereclesial de Justicia y Paz