Cuando hablar claro incomoda
El discurso de Iván Márquez en Oslo, quien habló en nombre del Secretariado de las Farc, cayó como un vaso de agua. Enfrió el entusiasmo prematuro frente al naciente proceso de paz. Y la verdad, no hay razones para ello.
No hay mejor aliado que la claridad a la hora de iniciar un pulso de poder como el que subyace en toda negociación. Es inútil pensar con el deseo y caer en engaños: las Farc son una organización alzada en armas contra el sistema y su organización política, social y económica, y buscan lograr cambios de fondo en el país. Escuchar lo que piensan, lo que rechazan con una rabia visceral, en lo estructural y coyuntural del gobierno Santos es útil y necesario. La visión de Márquez no solo la comparte el Secretariado en pleno, la pluma de Timochenko se siente en más de un párrafo, sino las bases guerrilleras y habitantes de esa Colombia aislada y marginal, sufrida, que no están de acuerdo con la lucha armada pero tampoco con el statu quo que no les brinda ninguna alternativa.
El arranque de las Farc no podía ser con mansedumbre. Márquez transmitió en palabras la hosquedad y la desconfianza que dan 30 años de vida armada, de haber dejado cualquier mediano confort urbano por el fusil y la selva. Una situación común a la actual dirigencia de las Farc, compuesta por universitarios de clase media y no campesinos, que ingresaron a la guerrilla con convicciones ideológicas formadas en la militancia política de izquierda en y las movilizaciones sociales en la década de los sesenta y setenta. Por esto fue un discurso alusivo a la realidad actual del país y a las dinámicas de globalización, distante del que leyó Joaquín Gómez en nombre de Manuel Marulanda en la iniciación de los diálogos en el gobierno Pastrana, en la plaza de San Vicente del Caguán, donde las reivindicaciones estaban ligadas al nostálgico universo rural de pequeñas fincas y gallinas sueltas, ese mundo campesino cuya destrucción vivió Marulanda y que fue el único que conoció.
De allí el drástico discurso de Iván Márquez, que comenzó con la crudeza de unos datos que describen un país sin equilibrios sociales, con unos bolsones de atraso que lo colocan lejos de la posibilidad de despegar hacia la modernidad. Recordó que somos el tercer país como mayor desigualdad del mundo, con 20 millones de colombianos aún en la pobreza, con 6 millones de campesinos que deambulan desplazados por las ciudades. Márquez habló que de las 114 millones de hectáreas que tiene el país, 38 están asignadas a la exploración petrolera, 11 millones a la minería; que la ganadería extensiva ocupa 39,2 millones; el área cultivable es de 21,5 millones de hectáreas, pero solamente 4,7 millones de ellas están dedicadas a la agricultura; un país que importa 10 millones de toneladas de alimentos al año.
Ojalá las Farc entiendan, con convencimiento, que la transformación de esta realidad, propósito que comparten muchos colombianos, es posible pero sin la amenaza de las armas. Con ellos actuando pero como fuerza política —Partido Bolivariano de la nueva Colombia—, jugando en los distintos espacios de la democracia, sin que nadie mate a nadie por pensar distinto. En buena hora Márquez no se mostró como lobo con piel de oveja, y de entrada mostró los dientes.
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