Crisis del Congreso y líderes carismáticos
Soplan vientos adversos a la estabilidad democrática. Crecen las amenazas en el Congreso de hundir la reforma a la justicia.
Al mismo tiempo, el descontento de algunos militares se ha dejado sentir en sus intentos fallidos de fortalecer el fuero militar. Diversos sectores políticos y militares se conciertan en contra del Legislativo, deseosos de convocar el poder constituyente para que baraje de nuevo sobre reelección y administración de justicia. Uribistas purasangre añoran el retorno de su líder carismático, mientras sectores militares en la cárcel piden un trato equivalente al dado a la guerrilla en el pasado. El pulso entre un Gobierno con amplias mayorías legislativas y sus rivales en el Partido de la U y fuera del Congreso crece, y es incierto cuál pueda ser el desenlace.
El país está huérfano de grandes estadistas. Los políticos como pedagogos, de quienes Eduardo Santos, Alberto Lleras o Darío Echandía fueron digno ejemplo, han cedido su sitial a líderes caudillistas y negociadores de comercio. En sus tratativas entran incluso la salud y la educación de los colombianos. Ante la orfandad de pensamiento democrático poco sirve la unidad nacional en el Congreso. La institución del Legislativo viene en declive hace rato, al confundir sus integrantes la defensa de intereses generales con el reparto burocrático. Como recientemente lo recordaba el filósofo político José Luis Villacañas, el Parlamento es el espacio donde la nación se forma su juicio político. En el careo democrático, el pueblo puede ver cómo se llevan sus asuntos. El hundimiento de la cadena perpetua y de la prohibición absoluta del aborto, luego de amplio debate intra- y extraparlamentario, permite conservar las esperanzas en el Estado democrático y social de derecho.
El desprestigio del Congreso en general —dice Villacañas— se debe a que en el Legislativo ya no radica el poder. La crisis de los partidos políticos conduce a la obsolescencia del foro máximo de la democracia representativa. El poder ha migrado a los líderes carismáticos que ordenan la política desde la calle. Roosevelt y Lenin son dignos representantes del liderazgo atento a las necesidades de la gente. La burocracia necesita de un líder carismático, como bien lo anotara Hayek al referirse a presidentes tan antinómicos como los mencionados.
Una alternativa política a los líderes mesiánicos y a la apertura de nuevas constituyentes en tiempos de incertidumbre es la profundización democrática y la participación masiva de la sociedad civil, tanto en manifestaciones públicas como en elecciones de representantes. Contra la doctrina del superhombre nietzscheano, es posible aún abanderar el uso no autoritario de la razón, basado en las ciencias sociales y humanas, en la reflexión crítica y en el intercambio de argumentos a partir de reglas equitativas. La búsqueda colectiva de la verdad y de la virtud, ejemplificada en el experimentalismo democrático, puede guiar la renovación ideológica de los partidos políticos, tan necesarios para una democracia estable y con responsabilidad política de sus gobernantes. Las inminentes elecciones locales y regionales son una buena oportunidad para que las nuevas generaciones voten por las ideas de cambio social y los políticos como pedagogos, no por líderes carismáticos que atrasan la democratización de la sociedad.