Carta del periodista Daniel Mendoza Leal a Daniel Palacios, Director de la UNP, en la que explica por qué el funcionario hace parte de la fábrica de crímenes que dirige Álvaro Uribe Vélez
Por DANIEL MENDOZA LEAL
@elquelosdelata
Asistente investigación: Marisol Orozco Cortes.
Señor
Director Unidad Nacional de Protección UNP
Daniel Palacios Martínez
Usted, Doctor Palacios, sabe que hace más de un mes a los periodistas de La Nueva Prensa nos mandó a matar su jefe directo. El que es dueño del gobierno y todos sus ministerios, el propietario del Ejército y la Policía, de la Fiscalía, de la mayoría de micrófonos del Congreso, de cada una de las contralorías y superintendencias, de la procuraduría, y del pedazo de pueblo que aún lo venera como un santo patrón, el señor expresidente y hoy senador Álvaro Uribe Vélez.
A usted, señor director, le avisamos que Uribe nos había puesto el blanco en la frente sin recato ni pudor, con megáfono y altavoces, cuando nos acusó públicamente de ser periodistas que hacíamos parte de una organización de izquierda que pretendía agarrar a patadas la institucionalidad del país con los artículos publicados en el portal y con la denuncia que, junto con nuestro director Gonzalo Guillén, presentamos ante la Corte Suprema de Justicia. Con ese denuncio su amo y señor, el mismo que los Ochoas en los 80´s pusieron a traquetear con Pablo Escobar, el peón que le palanqueaba las pistas al Cartel de Medellín en la Aerocivil, fue expuesto ante el país entero como el más hábil mercachifle de la conciencia colectiva y el mayor proxeneta que haya tenido nuestra democracia.
A tiempo supo que su patrón nos echó encima a la Oficina de Envigado y a las Águilas Negras por destaparle el sancocho fétido y nauseabundo del que usted mismo viene siendo uno de sus condimentos principales: la Ñeñe Política.
Ya habrá tiempo para hablar de su añeja y muy intima relación con los hermanos Hernández, el Goyo y el Ñeñe, y con todos los involucrados en el escándalo que dio a conocer nuestro portal. Ahora es momento de llamarlo al orden y pedirle explicaciones. Hablemos de riesgos. Del que tiene su compadre, con el que comparte historia y genética, el reconocido cantautor Poncho Zuleta, quien además de versear bonito ha servido de palabrero entre paracos y mafiosos. ¿O me va decir que cuando le hicieron el estudio de riesgo en la UNP, no sabían que fue el Poncho quien logro reconciliar con un abrazo fraterno al narcotraficante y líder sicarial Marquitos Figueroa y al feroz paramilitar Jorge 40, que se querían despedazar? Si este hecho público se les pasó por alto, puedo suponer entonces que tampoco debió haber escuchado de la mediación que trataron de llevar los Zuleta precisamente entre el Ñeñe y Carlos Rodríguez, a quien pretendieron negociarle la muerte de su hijo Óscar por 500 millones de pesos, cuando un sicario distraído –contratado por Hernández– terminó regalándole al joven universitario, el tiro que le habían prometido a su padre.
Dentro de tanto papelerío que debió haber llegado a la UNP seguro se les refundieron las declaraciones de los alias del paramilitarismo 110, Centella y Tatú que acusaron a Zuleta de organizarles descocadas bacanales en su hacienda y de ser uno de sus más frugales patrocinadores. Sí, señor director, le hablo de Tomás Alfonso Zuleta Días, el pariente de sus ancestros, el vallenatero que usted tanto quiere, el de los vivas a la tierra paramilitar después de sus versos y el que hace unos meses, embrutecido por el alcohol, en la fiesta de cumpleaños de su hijo Andrés, mientras celebraba junto al prófugo, sobrino y lugarteniente de Marquitos Figueroa, Paul Corrales Figueroa, decidió organizar un atentado contra Guillén, precisamente quien lidera el medio que hoy los tiene tan enredados y del cual tengo el honor de hacer parte como periodista y fundador. ¿Explíqueme señor, en qué población de riesgo encajó usted a este digno patriarca del folclor, a quien usted homenajeó con un blindado y dos escoltas?
Dígame también ¿qué hacía su pana y confidente Claudia Caya Daza, la misma, señor Palacios, de las grabaciones con el Ñeñe –que a usted también lo salpican–, sentada con otros dos de sus gorilas en una camioneta idéntica a la que a nosotros no nos quiere asignar? ¿A cuántos riesgos estaba expuesta esta lagarta de despacho, limpia escritorios, relacionista pública, amiga íntima de peligrosos narcoparamilitares y celestina electoral de nuestro mandatario eterno?
¿Quién es Ismael Namen Rapalino? Pues además de endulzar con su sonrisa bobalicona las fotos de los convites políticos en los que ustedes dos aparecen juntos, y de haber sido acusado por el gobernador del Cesar de ser el elegido del ala más selecta de la mafia caribeña, las fuentes consultadas hablan de él como un apacible y viejo señorón que con nadie tiene problema. Usted sí que sabe consentir a los amigos, porque a Don Ismael, lo montó en otra Toyota de vidrio grueso con chofer y acompañante armado.
A mi colega, el periodista Abelardo de la Espriella que de vez en cuando, sin que lo juzgue reprochable, se ufana de practicar su hobby preferido, ejerciendo la defensa como penalista de narcotraficantes, lavadores de dólares y paramilitares, y quien se dedica a apedrear a una izquierda cada vez más arrinconada, le mandó a poner un esquema primoroso. Y hay muchos más nombres señor director que habrá de escuchar, estos son solo ejemplos nimios que me permiten proferir el más humilde e inocente de mis cuestionamientos: ¿Quién va a atentar en contra de todos estos gavilanes?…¿Los pollitos?
¿No será, mi doctor Palacios, que esas camionetas popochas a las que no les entran las balas que le entregó a todos sus compinches, hubieran podido evitar que se incrustaran en el casi millar de líderes sociales y sindicales muertos que lleva el país recogiendo de a volquetadas? ¿No cree que de pronto pueden salvar de la muerte a este periodista y a sus compañeros, Diana y Julián, a quienes nos la tienen sentenciada las dos más crueles y feroces organizaciones del crimen latinoamericano que usted, con su omisión deliberada, está patrocinando?
Déjeme decirle que, como periodista por oficio, abogado de profesión y criminólogo por afición, llevo ya un par de años investigando la estructura y mecanismos con los que opera EL APARATO ORGANIZADO DE PODER de Álvaro Uribe Vélez, figura jurídica de la teoría penal, con la que han sido juzgados y procesados los principales protagonistas de crímenes estatales de lesa humanidad.
Esta doctrina del derecho (advirtiendo que no es este el escenario para desgranar la dogmática), se detiene especialmente en el análisis de la responsabilidad por la omisión de quienes haciendo parte del respectivo aparato, son llamados a ser juzgados precisamente por asumir posiciones pasivas ante las muertes selectivas o indiscriminadas de quienes deciden hacerle frente a aquella máquina estatal de la muerte. Ellos, los subalternos, son las tuercas y el aceite de aquel perverso artilugio. Ni ordenan ni coordinan ni determinan, pero sí saben perfectamente que al final de la banda de producción en cadena irán saliendo uno a uno los cadáveres que produce el régimen, en sus diferentes presentaciones: asfixiados por gases mortales, torturados con golpes eléctricos, a tiros certeros de un pelotón o incluso tajados por carniceros mientras se escucha la sinfonía sorda de las motosierras.
En la Alemania los nazi ejecutores del extermino judío, en la Argentina los militares comandados por Videla, en Chile los funcionarios del régimen de Pinochet y en muchos otros lugares del mundo han operado esas organizaciones criminales al amparo del manto soterrado de un gobierno genocida en el que los empleados públicos, obraron precisamente como lo han hecho todos los funcionarios de la Unidad Nacional de Protección que hasta el momento hayan tenido injerencia al decidir sobre el caso de estos periodistas, quienes precisamente lo tienen a usted y a toda su casta de sabandijas corruptas y genocidas, encochinados desde el dedo gordo del pie hasta el brillo rechinante que les alumbra la calva.
Es evidente la forma como opera el mecanismo y ustedes lo saben. Lo que sucede es que sienten que como hacen parte de la estructura estatal y sustentan sus decisiones en comités de los que salen esos panfletos llamados decretos, todo está en regla y que los crímenes que cometen al permitir el homicidio de quienes se oponen al remedo de gobierno constitucional del que hacen parte, están incorporados como labores específicas del contrato de trabajo que suscribieron con el capo de poncho y crocs que continúa reinando cual monarca sobre su feudo.
Es lo que siempre sucede cuando se trata de Aparatos Organizados de Poder. La ley misma se convierte en incentivo del delito y mecanismo dosificador de la cuota de impunidad que se reparten en pedacitos los funcionarios públicos que vienen siendo piezas de quitar y poner de esta fábrica de la muerte.
Yo sé lo que está pasando allá adentro. Me puedo imaginar lo que sucedió desde que el matarife emitió ese comunicado público a sabiendas de que era nuestra sentencia de muerte y sobre todo desde que ese senador, obrando como ángel salvador, grabó la llamada del informante que le dijo el quién y el porqué habían decidido asesinarnos.
El 10 de marzo fue emitido el comunicado del Centro Democrático. El 19 de marzo la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) conoció del atentado y tuvo conocimiento del audio. En ese momento, señor Palacios, se puso en marcha el engranaje, después de andar un tiempo encaletado con la muerte encima, me asignaron un Uber blanco sin blindaje, es decir, una trampa que les permitiera sacarme de donde estuviera para darle funcionalidad al aparato.
Tras haber pedido a gritos un verdadero esquema, usted, señor Palacios, me contestó vía Twitter el pasado 6 de abril con otro de esos pasquines que protocolizan la muerte, que debía permanecer tres meses en espera del resultado del estudio de riesgo que usted, hasta hace unos días ordenó iniciar y que en este momento se está elaborando.
A todos los funcionarios intervinientes no he parado de preguntarles si es que ya le pidieron al senador Uribe Vélez, en su calidad de principal accionista de la corporación criminal que a todos ustedes los subordina, que me diera ese tiempito de gracia mientras la UNP decide si me protegen como debe ser o si me retiran cualquier tipo de medida para dejarme así, como estoy ahora, empeloto a merced de las ráfagas que por cualquier lado pueden llegar.
La banda por donde ruedan los muertos sigue andando y los operarios soltando y apretando los tornillos. El 12 de abril usted, señor director, decide retirar a la FLIP del Comité de Evaluación de Riesgo y Recomendación de Medidas (Cerrem), que decide la suerte de los periodistas amenazados. Supe entonces que tengo una pata al otro lado y es por eso que me permito dejar esta constancia histórica en representación de todos aquellos acribillados y desparecidos a los que usted vio llegar al final de la cadena de producción, que trabajaban por sus comunidades en campos y ciudades y que no tuvieron a su alcance un medio que les permitiera expresarse como yo lo estoy haciendo: la justicia, señor Daniel Palacios Martínez, habrá de estudiar juiciosamente algún día su administración, porque lo que está pasando con nosotros no es una casualidad producto de las circunstancias, usted sabe que ha sucedido con muchos y que su forma de obrar ha venido llenando el país de lágrimas y cruces.
*NOTA: Esta carta tuvo aportes investigativos de MARISOL OROZCO CORTEZ, representante de Latin Australian Aliance for Peace and Human Rigths (AU-LAorg@prontmail.com)
Imagen: Oscar Pérez/El Espectador.