Ayotzinapa: una ausencia omnipresente

En la noche del 26 de septiembre de 2014, policías federales y municipales de Iguala, estado de Guerrero, atacaron a estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa que se dirigían en autobuses a la capital mexicana a conmemorar la masacre de Tlatelolco en 1968. El saldo de la represión fue de seis personas asesinadas y 43 estudiantes desaparecidos. Sin avances en la investigación, sus familiares siguen reclamando justicia y denunciando la responsabilidad del Estado.


Se cumplen dos años de la dolorosa secuencia que marcó a fuego al México contemporáneo. Y que desnudó la putrefacción del Estado mexicano. Aquel crimen de lesa humanidad cometido por la corporación policial y narcocriminal, que secuestró y desapareció a los 43 estudiantes, selló un quiebre histórico porque pudo desenterrar el grito atragantado de un pueblo que respira sangre.

Tlatelolco, Acteal, Tamaulipas, Nochixtlán… Ayotzinapa. Vamos conociendo la geografía mexicana a través de sus masacres. Orquestadas por el terrorismo de Estado o por sus fuerzas tercerizadas. Según el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), hay en México 27.659 desaparecidos. Se estima unos 11 por día. Sin embargo, Ayotzinapa tuvo una carga simbólica especial que logró viralizar ante el mundo esta tragedia humanitaria.

Ayotzinapa le puso nombre a un sistema de violencia múltiple, sistemática y cotidiana, a una guerra difusa y no convencional, cuyo objetivo es profundizar el despojo de los bienes naturales a manos del capital transnacional.

Ayotzinapa sintetiza la hipocresía, la torpeza y la crueldad de un poder político que disfraza de incapacidad su responsabilidad en tan crudo escenario. En estos 24 meses, el gobierno de Peña Nieto desvió la investigación, fabricó culpables, ocultó evidencias. Mintió descaradamente. Pero gracias al equipo argentino de forenses y al grupo de expertos de la CIDH se logró desmontar la versión oficial que buscaba dar vuelta la página.

Ayotzinapa logró zamarrear al inconsciente colectivo al punto de hacer erosionar la imagen interna y externa de un gobierno huérfano de sensibilidad y como menos cómplice de los hechos. Si bien la movilización popular en reclamo de justicia fue menguando, el incansable y compacto grupo de familiares de los jóvenes aún sigue siendo la principal piedra en el zapato del establishment.mexico

Las escuelas normales rurales son una herencia del cardenismo. De las 36 que funcionaron sólo sobreviven 16. Tienen una marcada impronta y tradición combativa, en particular la Escuela Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, de donde surgieron líderes magisteriales y guerrilleros como Lucio Cabañas o Genaro Vázquez. Aquella noche del 26 de septiembre de 2014, los normalistas se trasladaban a una actividad conmemorativa de otra masacre estudiantil, la de Tlatelolco en 1968. Sus verdugos subestimaron el impacto que tendría la arremetida contra un grupo de jóvenes, pobres y campesinos.

La espiral de violencia en suelo azteca viene de larga data, pero explotó durante el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012) y su “guerra contra el narcotráfico”. Aquel sexenio dejó oficialmente más de 121 mil muertes violentas. En lo que lleva en la presidencia Peña Nieto, se registran más de 78 mil homicidios y ya se superó la cantidad de desapariciones (algo más de 13 mil).

Muchos factores explican el cuadro, pero hay uno esencial: México paga caro ser la puerta de entrada al principal consumidor de drogas y mayor vendedor de armas del mundo. No pierde vigencia la célebre frase: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.

El poder fabrica monstruos y nos los vende como sus enemigos. Los grandes cañones mediáticos repiten: “combate al terrorismo”, “combate al narco”, ocultando que el creador y la criatura son dos caras de una misma moneda que se complementan para seguir acumulando riquezas. Mientras, los muertos son siempre del mismo bando.

Los 43 normalistas se convirtieron en una ausencia omnipresente. Vivos se lo llevaron, vivos los queremos. Y vivos seguirán para siempre, recordándonos que, como dijo Emiliano Zapata, “si no hay justicia para el pueblo, que no haya paz para el gobierno”.

Anexo 1

Mex-43Iguala: barbarie irresuelta

Editorial Diario La Jornada| Es exasperante y desalentador llegar, hoy, a dos años de la agresión perpetrada el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, contra estudiantes normalistas de Ayotzinapa y otras personas. En los 24 meses transcurridos desde entonces las autoridades, lejos de esclarecer el cruento ataque y de procurar justicia, han enturbiado los hechos a un grado difícil de concebir y con propósitos que escapan al entendimiento de la opinión pública nacional e internacional, y los 43 alumnos de la Normal Rural Isidro Burgos que fueron desaparecidos aquella noche siguen ausentes.

Las versiones oficiales elaboradas tanto por el gobierno estatal como por el federal han sido sistemáticamente derrumbadas por sus propias contradicciones e incoherencias, así como por los aportes de investigadores mexicanos y extranjeros. Han salido a la luz simulaciones –como la del segundo peritaje de fuego en Cocula–, ocultamientos, destrucción y siembra de pruebas, indicios de fabricación de culpables, elementos que podrían apuntar a la construcción deliberada de pistas falsas –como la de las bolsas con restos calcinados supuestamente arrojadas al río San Juan–, y las investigaciones científicas han desvirtuado una y otra vez la factibilidad de que los 43 muchachos aún desaparecidos hubieran sido incinerados en una gigantesca pira en el basurero de Cocula.

En estos dos años el gobierno federal ha tenido oportunidades de limpiar su propia investigación y las ha desperdiciado todas. Habría podido atender las recomendaciones del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), contenidas en dos gruesos informes; las de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos; habría podido aprovechar la salida como procurador general de la República de Jesús Murillo Karam, patrocinador de la verdad histórica del basurero de Cocula, y habría podido proceder con una investigación seria y verosímil sobre las inexplicables e irregulares maniobras efectuadas por el ahora ex director de la Agencia de Investigación Criminal Tomás Zerón de Lucio, al margen de las diligencias oficiales, en cuanto éstas fueron expuestas a la opinión pública por el GIEI.

Al confundir, oscurecer y revolver el caso y, en última instancia, al persistir en lo que constituye una abierta denegación de justicia para los muertos y heridos y en un desdén ante la suerte de los 43 desaparecidos, el gobierno ha causado un pronunciado deterioro en la imagen nacional e internacional de las instituciones y en la ira sostenida de grandes sectores de la población.

MEX AYOTZINAPA 11

En el extremo opuesto, la incansable lucha de padres, madres, familiares y compañeros de los ausentes, los muertos y los heridos, ha concitado una solidaridad pocas veces vista en la historia contemporánea y ha dado lugar a una multitud de expresiones de rechazo a los crímenes perpetrados en Iguala y a la ineptitud, indolencia y falta de voluntad del grupo gobernante para resolverlos y para encontrar a los desaparecidos. Pero las innumerables movilizaciones, protestas y reuniones con funcionarios de diversos niveles emprendidas por los padres de Ayotzinapa han topado una y otra vez con la opacidad, con el escamoteo de la verdad y con el constante aplazamiento de acciones orientadas a esclarecer, procurar justicia y castigar a los culpables. Por si fuera poco, el entorno de los 43 ha sufrido diversas campañas de difamación, emprendidas desde el conglomerado de medios hasta hace poco adeptos al poder, que han pretendido presentar a las víctimas como delincuentes y a sus padres como individuos manipulados por intereses oscuros e inciertos.

Entre las sucesos lamentables que caracterizan desde ahora a este sexenio y que serán marcas históricas indelebles, la más dolorosa e indignante es sin duda la que evocan las toponimias de Iguala y Aytozinapa, asociadas a una cifra: 43.

Anexo 2

Cristina Bautista, madre de uno de los 43 normalistas: “El sueño de mi hijo era ser maestro”

mex-43aAdrián Pérez|Cristina Bautista recuerda a su hijo, pide justicia por él y sus compañeros y carga contra la falta de respuestas del gobierno de Enrique Peña Nieto. En el segundo aniversario de la desaparición de los 43 normalistas, compartió experiencias con las Madres de Plaza de Mayo.

Cristina Bautista Salvador cruzó a Estados Unidos en dos ocasiones. Dejó Alpuyecancingo de las Montañas, municipio de Ahuacuotzingo, en el estado de Guerrero, México, y se marchó al país del norte con un solo pensamiento en la cabeza: juntar dinero para levantar una casa donde vivir con sus tres hijos. “Soy madre y padre para ellos. El sueño de mi hijo era ser alguien en la vida y ser maestro para poder ayudarme”, señala con una voz tan enérgica como las manos de trabajadora que apoya en la mesa del bar porteño. En diálogo con Página/12, la madre de Benjamín Ascensio Bautista, joven de 19 años que desapareció con 42 compañeros de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, recuerda a su hijo, pide justicia por él y carga contra la falta de respuestas del gobierno de Enrique Peña Nieto. En el segundo aniversario de la desaparición de los 43 normalistas de Ayoztinapa, la mujer participará de una movilización a las 16 desde el Obelisco hasta la Cancillería.

Cristina trabajó en el campo hasta que el 26 de septiembre de 2014, el cuerpo de su hijo –y de otros pibes que querían ser maestros de escuela primaria– quedó atrapado en esa maraña amparada por el Estado mexicano y urdida con eficacia mercantil por el narcotráfico, las fuerzas de seguridad y los paraestatales. Cuando era feliz con sus tres hijos, Cristina amasaba pan que ofrecía en el mercado del pueblo y trabajaba en la educación inicial. Cada jueves vendía pozole, un caldo hecho a base de maíz que comercializaba a modo de emprendimiento familiar. Con los pesos recaudados compraba útiles para que sus hijos pudieran estudiar. Benjamín limpiaba las mesas y atendía a los clientes. Las hijas se encargaba de preparar los condimentos del pozole y mantenían la limpieza del lugar. Todos ayudaban. A los tres chicos les enseñó a preparar la tierra, abonarla, sembrar maíz, frijoles y calabaza.

Hoy bandonó las tareas rurales para dedicar todo su tiempo a la búsqueda de Benjamín. Cristina llega al encuentro con Página/12 con un sombrero ancho de paja que le cubre el cabello negro y un pañuelo color verde agua prolijamente anudado al cuello. Arribó a Buenos Aires desde Ciudad de México, donde participó de los preparativos para las actividades que hoy le recordarán al gobierno de Peña Nieto y al mundo entero que ya pasaron dos años sin novedades sobre el paradero de los 43 estudiantes.

Dice que en Estados Unidos se desempeñó seis meses como empleada en Car Wash. También limpió casas. Después se fue a McDonald’s, donde cubría el horario de 7 a 15; por la tarde trabajaba en Burger King de 17 a 24, viernes y sábados, de 17 a 1. “Trabajé cinco días a la semana quince horas diarias. Es muy difícil. Si no trabajas, no comes. Trabajes o no, tienes que pagar la renta”, recuerda la mujer su paso por Connecticut. “Había paisanos y, con contactos, pude llegar allá. Llegué cruzando la frontera, caminando por el bosque”, completa.15,000 march against disappearance of Ayotzinapa students

Y cuenta que, además de leer, escribir y estudiar, a Benjamín –que era un chico muy alegre– le encantaba imitar a Michael Jackson. “Ninguna canción le gustaba en particular, se sabía todas, las cantaba y bailaba”, rememora la madre. Entre los mayores anhelos, Cristina señala que su hijo soñaba con enseñar, y que esa vocación lo llevó a inscribirse en la Escuela de Ayotzinapa. Había mostrado, además, cierto interés por la informática. “Yo no sé qué es eso. ¿Por qué no mejor agarras una carrera que puedas terminar y empiezas a trabajar?”, le aconsejó a Benjamín al ver que “había unos chavos en el pueblo que estudiaban licenciatura y no conseguían trabajo”. Con la sugerencia de la madre, Benjamín se volcó por la posibilidad de ser maestro.

El 15 de septiembre de 2014 fue el último día que Cristina vio a su hijo. Llegó a la casa a las tres de la tarde. Había viajado a Chilapa de Alvarez para entregar documentos del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe) donde se desempeñó un año como educador comunitario. A partir de esa experiencia supo de la Normal. “Hay una escuela para los pobres como noso- tros, para los hijos de campesinos, que se llama Ayotzinapa, es internado, no se compra nada. Sacó su ficha y se anotó. Entró muy contento”, evoca la mamá que le contó el hijo.

En el almuerzo con sus hermanas y su madre, Benjamín se mostró entusiasmado con su visita a Puebla y Veracruz. “Estaba muy contento porque había conocido más escuelas para pobres y se daba cuenta de que el gobierno no quería que existieran escuelas normales rurales, porque ahí defendían a la gente luchadora, que peleaba por sus derechos”, sostiene Cristina.

La madre de Benjamín dice que es muy triste saber que pasaron dos años sin novedades de los jóvenes. “Le exigimos al gobierno mexicano que los presente con vida porque se los llevaron vivos”, manifiesta la mujer, y señala que, además, los sobrevivientes pudieron ver el momento en el que los agentes de seguridad subieron a los normalistas a las patrullas.

Un acuerdo firmado en 2014 por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el Estado mexicano y representantes de los estudiantes desaparecidos estableció las tareas del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), que trabajó en la investigación del caso Ayotzinapa hasta el 13 de abril, cuando México dio por concluido el trabajo del grupo. En septiembre de 2015, los expertos rechazaron, en un informe de 550 páginas, la versión oficial que sostenía que los estudiantes habían sido asesinados y sus cuerpos incinerados en un basurero de Cocula.

El 28 de octubre de 2014, los padres de los 43 estudiantes se reunieron con el presidente mexicano. “Peña Nieto nos dijo que había sido la delincuencia organizada y que le diéramos un poquito de confianza, que iba a encontrar a los responsables topara con quien topara”, afirma la mujer. Los padres volvieron el 24 de septiembre de 2015 a la residencia presidencial para recordarle al mandatario que no había cumplido con su palabra. “Usted no entiende nada porque no ha perdido ningún hijo, no sabe el dolor y el sufrimiento que tenemos”, le dijo al jefe de Estado. Los familiares presentaron 150 mil firmas que apoyaban las recomendaciones del GIEI, entre ellas, que los militares, la policía y Tomás Zerón, funcionario involucrado en la búsqueda de los normalistas, sean interrogados por la Justicia.

Antes de entrar a la plaza de Mayo, para participar en la ronda de las Madres, Cristina dice que quiere intercambiar su experiencia con las vivencias de las Madres. Cristina apura el té de manzanilla, sale del bar y se pierde en el enjambre humano de la city porteña. Se funde en el abrazo de los pañuelos blancos, en el pedido de Justicia y aparición con vida de Benjamín.

Fuente: http://questiondigital.com/?p=35522