Ahí le dejo esos fierros
El expresidente Uribe cayó en la trampa de la paz que él mismo tendió. El plebiscito no era más que el lugar, elegido por Santos y aceptado por Uribe, para medir sus fuerzas.
Lo sabíamos desde un principio: el plebiscito no era más que el lugar, elegido por Santos y aceptado por Uribe, para medir sus fuerzas. La consulta popular sobre los acuerdos de La Habana eran en realidad la tinta de calamar con la que se disimulaba una bochornosa rivalidad política que colisionó el pasado 2 de octubre.
El choque de los dos trenes no consiguió que uno descarrilara al otro y por el contrario los dos hombres del establishment consiguieron fracturar al país en dos mitades. Una mitad que, llamaría conservadora y con valores estáticos, y otra que nominaría como progresista y que tiene puesta la mirada en la modernidad. 13 millones de colombianos separados por una delgada línea compuesta por un poco más de 50 mil almas que hicieron la diferencia.
Entramos en el juego del plebiscito porque nuestro objetivo no era simplemente el de ganarlo sino el de cambiar cosas y seducir a los pobres del campo, las minorías excluidas y a los jóvenes que por primera vez ejercían el derecho a decidir. Y así sucedió. Las víctimas del agro, los indígenas, los afrodescendientes y millares de jóvenes urbanos se mancharon las manos de forma adrede por el Sí en un diáfano posicionamiento político que perdurará en el tiempo. Es un activo político que puede ir in crescendo si se apaciguan las escenas de llanto, drama y aturdimiento causadas por una lectura distorsionada de una realidad política que debería preocupar más a la élite uribista y santista que a los 13 millones que votaron por el Sí y el No. Es una buena señal que en el país más ultraconservador del Continente se vaya perfilando -como se vio en la campaña del Sí- una robusta y dinámica tendencia alrededor de los temas punteros de la política moderna. Una razón para llorar, pero de alegría.
Ni los más optimistas del No creían en la derrota del Sí. Esto explica el silencio y el miedo de miles que al día siguiente se levantaron con cierto remordimiento de conciencia al pensar que su voto pudo haber contribuido a liberar el interruptor de la muerte. En cambio, la gente que vive en los que hasta hace poco eran los teatros de muerte y votaron abrumadoramente por el Sí le han enviado al resto del país un recado clarísimo: no queremos que en nuestras fincas, nuestros pueblos y nuestras casas se vuelva a escuchar el atronador sonido de los aviones de combate y de las trampas explosivas o el tableteo de los fusiles de asalto. Parecería inmoral que desde las caóticas ciudades en donde residen los del No se pueda tomar la decisión de reanudar la guerra contra los lugares en los que malviven los labriegos del Sí.
El uribismo se hubiera sentido más cómodo si el Sí hubiera ganado por un estrecho margen puesto que un resultado así les hubiera permitido seguir dando la lata contra los acuerdos de paz y ganar réditos políticos sin adquirir un solo compromiso con la paz y la reconciliación. A veces les pasa a los cazadores: caen en uno de los cepos que han armado. El expresidente Uribe cayó en la trampa de la paz que él mismo tendió y ahora está obligado a explicarle a los 6 millones y pico que votaron No al acuerdo -pero Sí a la paz- cómo diablos piensa evitar que una chispa no encienda la pradera. Cualquier conato de guerra en el país que implique una vuelta a la violencia del pasado, presiento, se la atribuirán al expresidente Uribe. Eso explica su tono conciliador. Un tono -lo comparto desde las antípodas- que puede ayudar a que todos salgamos de este embrollo. Un embrollo creado por él.
Tanto los del Sí como los del No estuvimos empeñados en arrasar al adversario. Así funcionan las emociones. No sabemos si fueron los dioses que invocó el expresidente Uribe o algunos diablos juguetones los que torcieron los acontecimientos y dejaron el torneo empatado. Un puñetero empate cuya resolución está por fuera del alcance de las FARC que han honrado cabalmente los compromisos adquiridos en el gobierno y de las organizaciones políticas y sociales que apostaron honestamente por la paz y la reconciliación. El entuerto deben resolverlo Santos y Uribe.
La incertidumbre puede llevar al país por una deriva de miedo. El miedo sólo se puede conjurar mediante un acto de certeza. La certeza de país sólo se alcanzaría con algo que hemos propuesto por enésima vez: un pacto de todo el arco político y social del país sobre los acuerdos de La Habana. Creo que estamos ante una atmósfera de miedo a muchas bandas. Santos teme a que se derrumbe su gran apuesta de paz. Uribe teme que una vuelta a la guerra lo convierta en el villano que arruinó la esperanza de paz. Las FARC temen que una larga espera afecte a su cadena de mandos. La sociedad del Sí, del No y de la abstención teme a la incertidumbre. Los empresarios temen por sus negocios. La comunidad internacional teme al fracaso de su diplomacia de paz.
Estamos en el mejor momento para un gran gesto y una gran foto.
Tras la data: A pesar de la crispación durante la campaña por el Sí y el No, no hubo en el país agresiones mortales o incidentes graves entre activistas. Esto es una buena señal si se compara por estos días con varios países europeos tales como Alemania, Francia, Dinamarca, etcétera, en los que la furia desatada entre los grupos políticos rivales se ha saldado con violaciones y agresiones. Chévere que sigamos defendiendo con pasión nuestras ideas sin pasar a los golpes.
* Escritor y analista político – en Twitter: @Yezid_Ar_D – Blog: https://yezidarteta.wordpress.com/author/yezidarteta/
Fuente: http://www.semana.com/opinion/articulo/yezid-arteta-davila-ahi-le-dejo-esos-fierros/497742