A la memoria de Manuel y Samir Ruíz
Por Jhonathan Orozco
A eso de la mitad de la sentencia el juez entró a analizar los hechos del caso, sin embargo, un nudo en la garganta le impidió continuar con la lectura. Tuvo que hacer un receso de unos minutos y volver al punto en el que, según la descripción de uno de los sicarios, habían torturado y asesinado al niño Samir de Jesús Ruiz, muy posiblemente, delante de su padre Manuel Ruíz, también asesinado.
En 1996 los grupos paramilitares en alianza con empresarios y la fuerza pública desplazaron a las comunidades de las cuencas de los ríos Jiguamiandó y Curbaradó, Chocó. Manuel Ruíz y su familia tuvieron que dejar todo lo que tenían para huir de la violencia. Paradójicamente, en medio de ella, nació Samir de Jesús. Pero cortar ese lazo que une al campesino con la tierra es muy difícil, así que la familia retornó. Lo que vieron ante sus ojos no lo creían, era como si regresaran a otro lugar, eran otras tierras y otras gentes: la selva y los cultivos de pancoger se habían transformado en potreros y cultivos de palma de aceite africana, y ahora eran habitadas por empresarios y repobladores.
Luego de cientos de denuncias, la Corte Constitucional tomó cartas en el asunto y en 2009 ordenó caracterizar las cuencas del Jiguamiandó y Curbaradó para determinar quiénes eran los habitantes legítimos y quiénes los ocupantes de mala fe. La metodología escogida consistía en designar por cada comunidad a unos “adultos mayores”, quienes señalarían quiénes eran habitantes ancestrales y quiénes no. Fue así como la palabra y la memoria de los patriarcas y matriarcas de estas cuencas adquirieron un poder inusitado que hacía temblar a los despojadores.
Después de que una adulta mayor renunciara a su puesto debido a amenazas, Manuel Ruíz la reemplazó. Precisamente el 23 de marzo de 2012, Manuel tenía una cita con el INCODER y varias entidades del gobierno para empezar esa caracterización. Sin embargo, con una triquiñuela lo engañaron para salir ese día a Mutatá a reclamar un premio que resultó ser una estafa. Decepcionado, Manuel y su hijo Samir, que ese día lo acompañaba, decidieron regresar a su finca. Pero a la altura del puente sobre el río Riosucio, unos sicarios de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia los bajaron del bus y se los llevaron para un sitio desolado.
Durante cuatro angustiosas horas los captores se comunicaron con la familia, a quienes les pedían una suma de dinero pero no explicaban cómo ni a quién entregarla. Se trataba de una pantomima para distraerlos de sus macabros planes. Una defensora del pueblo que ese día se iba a encontrar con Manuel le rogó al Ejército que interviniera. Ellos le dijeron que harían una operación en las próximas horas, así que se fue a dormir tranquila, sin embargo, esa operación de rescate nunca se llevó a cabo “porque era muy peligrosa”. La Policía tampoco se quedó atrás. Cuando el intendente de la Policía de Turbo, de apellido Navarro, fue puesto en conocimiento de los hechos, se hizo pasar por un hijo de Manuel para hablar con los captores. Luego le dijo le dijo a la familia: “ese señor se está haciendo el secuestrado, eso es que quiere dinero para andar con viejas y de chupe”.
A las nueve de la noche fue la última comunicación con la familia, los sicarios dejaron que Samir hablara con su mamá y éste le dijo: “mamita, ore mucho por nosotros”. Cuatro y cinco días después aparecerían los cuerpos de Manuel y Samir en el Riosucio, con signos de tortura y disparos en estado de indefensión.
La Policía tiene que saber que ese niño del que se burlaron acusando a su padre de autosecuestrarse, ese niño quería ser policía. Quizá lo que necesitaba esa institución eran personas como Samir, el hijo más inteligente de la familia, al punto que sus hermanos mayores le pedían que les ayudara con tareas del colegio. Samir decía que él no quería jornaliar como sus hermanos, que él quería ser un profesional, formar parte de la Policía, pero no tener un rango raso, no, sino llegar al grado de oficial.
Tenía una disciplina y un cuidado por las cosas que sorprendía a su familia. Su ropa siempre estaba limpia y bien organizada. Sus juguetes, por antiguos que fueran, se mantenían conservados como si acabaran de dárselos. Un día su hermano James lo llevó a abrir una zanja para que el río no se les metiera mucho a la finca. Esa vez a Samir no le quedó muy bien el trabajo, al fin y al cabo, como él decía, no era bueno para esas tareas pesadas. Pero empeñado en hacer las cosas bien, un día llamó a su hermano James y le dijo: “venga le muestro algo”. James, atrapado por la curiosidad, se fue a mirar y fue entonces cuando Samir le mostró orgulloso una zanja que había abierto. James debió confesar que le quedó mejor de lo que cualquiera lo hubiera hecho. Así era Samir, cuidadoso, empeñado.
Ese cuidado por sus cosas lo expresaba también en su cuerpo. En el campo es común que a veces las personas caminen descalzas o pisen la tierra, pero Samir tenía la manía de no dejar que sus pies se ensuciaran. Nunca andaba descalzo y mantenía sus pies como una porcelana. Esa maña la tomó de su padre, Manuel, que por más campesino que fuera, no era capaz de pisar la tierra descalzo. El mundo los unió con ese hilo invisible e inquebrantable de un padre y un hijo, y así estuvieron unidos hasta el último momento.
Hoy hace nueve años que sus vidas fueron arrebatas a una familia y a un territorio. Hace nueve años que su ausencia sigue retumbando en la casa de la que salieron y no volvieron. Pero a diferencia de años anteriores, hoy conmemoramos sus vidas con una pisca de justicia. Hace cuatro meses y 10 días fue condenado uno de los comandantes de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia de Mutatá a 46 años por este crimen. Y estamos a un mes y seis días de saber si los sicarios y posible determinadora del crimen serán condenados.
Pero queda por saber quién ordenó sus asesinatos, por qué, a quién beneficiaba, qué intereses tan oscuros y poderosos llegaron a cometer tal aberración. Sus muertes duelen porque esas dos vidas bonitas e irrepetibles no volverán, pero la ausencia de verdad también lacera el alma.
Se cree que un grupo de empresarios y ganaderos estaban financiando el asesinato de algunos líderes reclamantes de tierras y el de Manuel fue la concreción de ese plan. Hoy, esos responsables siguen impunes. Es la historia de nuestro conflicto armado y que se repite en este caso: los de atrás, los poderosos, permanecen impunes en medio de los de ríos de sangre de los inocentes.
Quizá los nombres de los determinadores no lleguen a conocerse y lo que tengan entre sus manos siga el destino de lo efímero, pero la dignidad de las víctimas siempre permanecerá. Los sueños y la vida hermosa de Samir y Manuel siempre vivirán en la memoria de su familia.